Cuba es uno de los principales sostenes del macabro dúo Daniel Ortega-Rosario Murillo como parte de una estrategia regional contra Estados Unidos y la democracia, que sitúa a la nación centroamericana como primer escalón hosti, acompañada por Venezuela y Bolivia en un reparto de papeles diseñado en La Habana.
Tropas cubanas tienen una presencia limitada en Nicaragua y están amparados por un acuerdo de la Asamblea Nacional –controlada férreamente por Ortega y sus aliados- que incluye a tropas de Estados Unidos, Venezuela, México y Taiwán para el desarrollo de ejercicios tácticos y cooperación ante desastres naturales y otras contingencias, pero todas las fuentes consultadas por CiberCuba coinciden en señalar un aumento del número de asesores cubanos en Inteligencia y Contrainteligencia, cuya principal misión es apoyar a sus pares orteguistas en el espionaje político a la oposición y en el control de las manifestaciones populares a partir de la insurrección de abril de 2018.
Las fuentes consultadas –que exigen riguroso anonimato por la hostilidad del régimen- difieren a la hora de fijar el centro de dirección de la estrategia cubana de apoyo a los Ortega-Murillo en Managua. Unos la ubican en la propia embajada de Cuba y otros no descartan que pueda estar funcionando desde un edificio anónimo y de manera encubierta, pero sin aportar pruebas que confirmen una hipótesis u otra; aunque todos coinciden en apreciar un incremento notable de la actividad de la legación diplomática, desde abril de 2018 hasta la fecha.
La presencia de esos agentes cubanos en suelo nicaragüense es vital para Daniel Ortega y Rosario Murillo porque trabajan con la intención de conocer de antemano los próximos movimientos de la oposición, incluida la numerosa disidencia sandinista, para organizar las respuestas desde el régimen; que sigue instalado en la represión pura y dura; pero también asesora al matrimonio presidencial en el enfrentamiento al creciente aislamiento internacional que padece, especialmente desde que desató la represión contra jóvenes universitarios, en abril del pasado año.
Cuba, además, está monitoreando la actividad de funcionarios de la OEA, de la Unión Europea (UE), de las embajadas norteamericana y de otros países, y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en suelo nicaragüense para diseñar un modelo de enfrentamiento a sus denuncias y presiones públicas y privadas.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de España adelantó hace unos días que persiste en su proyecto de viaje a Cuba de los Reyes Felipe de Borbón y Leticia Ortiz, pero aclaró que están manejando la agenda con el gobierno cubano para que los monarcas no coincidan con Nicolás Maduro y Daniel Ortega en La Habana, con motivo del 500 cumpleaños de la capital. Madrid dice querer evitar la incómoda foto.
Desde 2007, el presidente nicaragüense ha reducido sus viajes al exterior y especialmente dentro de Nicaragua, donde apenas suele salir de Managua y, cuando lo hace, viaja acompañado de un impresionante dispositivo de seguridad, en un convoy reforzado de 14 vehículos y una ambulancia, y custodiado, además, por militares apostados a lo largo del recorrido, y en ocasiones son apoyados por dos helicópteros. En torno a su mansión ha establecido una zona de seguridad de varios kilómetros a su alrededor con visible presencia militar.
Salvo la represión contra la insurrección pacífica y desarmada, Nicaragua no está en guerra con otro país: circunstancia que lleva a las fuentes consultadas a no descartar que el temor presidencial obedezca a desacuerdos puntuales en negocios mal habidos con grupos dedicados al narcotráfico, con recursos y estructuras para organizar un atentado.
Una fuente de la diplomacia regional, que habló bajo condición de anonimato, indicó que hay rumores de desacuerdos entre el Cartel de Sinaloa y el entorno de Daniel Ortega, pero CiberCuba no ha podido confirmar esta hipótesis con fuentes independientes.
Hasta ahora, la represión contra los manifestantes se ha saldado con 238 muertos, según cifras de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), incluidos una veintena de menores de edad, entre los que hay lactantes que murieron por disparos de francotiradores o calcinados en incendios provocados en las viviendas de sus padres, que previamente fueron hostigadas y clausuradas su salidas; según testimonios de la oposición nicaragüense.
Crímenes que no parecen conmover a la líder indígena guatemalteca Rigoberta Menchú que, pese haber sufrido en carne propia y en la de su familia la brutal represión de una dictadura, elude condenar al orteguismo pidiendo que no se “flolklorice” el tema, como si se tratara de un evento de coros y danzas autóctonos.
El doble rasero de la Menchú no sorprende ya a nadie porque la izquierda sectaria post Muro de Berlín sustenta su discurso político y humanitario en dos varas de medir: si el represor es aliado se soslayan sus crímenes y, si es adversario, se le criminaliza y persigue. Tal como ocurre con la complacencia reiterada de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo argentinas con las dictaduras nicaragüense, venezolana y cubana, a las que no dudan en halagar y congraciarse con sus cúpulas, ignorando matanzas en Nicaragua y Venezuela y hostigamientos como el que padecen las Damas de Blanco en Cuba.
El arribo de expertos de la Inteligencia y Contrainteligencia cubanas se ha producido en los tres vuelos semanales que la aerolínea Conviasa realiza uniendo La Habana con Managua y Caracas, aunque otras fuentes de la oposición nicaragüenses también reconocen que junto a agentes encubiertos han viajado cubanos intentando llegar a Estados Unidos, a través de un tercer país. Circunstancia que se ha visto afectada por la decisión de Trump de exigir –tal y como establece la legislación norteamericana–, solicitar primero asilo y refugio al país que primero se llega en el tránsito a USA, que en el caso de Nicaragua no es descartable que rechace a los cubanos para forzarlos a seguir a Estados Unidos.
Otros testimonios hablan de la presencia de personas “con acento caribeño” en las sesiones de interrogatorios con torturas a las que han sometido a varios opositores, pero ninguna de las fuentes logra distinguir si se trata de militares cubanos o venezolanos, y admiten que un preso y torturado puede confundir ambos acentos en situaciones críticas. Las propias fuentes señalan que, en paralelo al incremento de agentes cubanos, se ha producido un aumento de la llegada de francotiradores desde Venezuela, con experiencia en reprimir algaradas callejeras.
La resistencia del matrimonio Ortega-Murillo, alejado de las bases del Frente Sandinista por el horror desatado, obedece a los temores de la pareja presidencial de que, al perder el poder, sean investigados y juzgados por su supuesta participación en los negocios de importación de petróleo desde Venezuela y otros colaterales, propiciados por la bonanza de los años chavistas y mientras funcionó el eje bolivariano; que habrían reportado a ambos ganancias en torno a los cuatro mil millones de dólares, según diversas fuentes de la oposición interna y observadores internacionales.
Otro tema que preocupa a Daniel Ortega y su entorno son sus supuestos vínculos con el narcotráfico, que la DEA sitúa a partir desde los años 80 del siglo pasado; y sus opositores recuerdan que viajó hasta la selva colombiana para condecorar al fallecido dirigente de las FARC, Manuel Marulanda Vélez (Tirofijo), que financió su guerrilla llegando a acuerdos de cooperación y protección mutuas con el narcotráfico.
La droga obtenida por las FARC en pago a sus servicios de protección y cobertura al narcotráfico pasó por Nicaragua en su camino hacia Estados Unidos y personas del entorno de Ortega-Murillo colaboraron en el lavado del dinero obtenido de esas ventas, con sus correspondientes comisiones millonarias, indicaron las fuentes.
Una revisión de las hemerotecas nicaragüense y regional aflora que, en los últimos años, los golpes al narcotráfico en Nicaragua han sido muy pocos, incluso algunos irrelevantes, lo que contradice el autoproclamado papel de muro de contención al tráfico de drogas, que reivindica el gobierno nicaragüense.
Más recientemente, fuentes de la Inteligencia Militar colombiana y la exploración satelital norteamericana detectaron aviones que despegan de la zona fronteriza de Colombia y Venezuela, que usan falsos planes de vuelo a República Dominicana, pero que cambian su trayectoria a la altura del Paralelo 15 y vuelan hasta Nicaragua, donde aterrizan, cargados de drogas; siempre según las pesquisas colombo-norteamericanas.
Esta resistencia matrimonial a dejar el poder coincide con la necesidad de Cuba –que no es novedad en la región- de intentar armar un frente anti Donald Trump con varios escalones primarios que serían Nicaragua, Venezuela y Bolivia; especialmente ahora que la isla ha decretado una fase de emergencia por la crisis económica estructural que padece, agravada por la falta de suministro petrolero externo, su errónea matriz energética y la reducción del turismo extranjero por decisiones de Trump y del propio gobierno cubano, elevando los precios insensatamente al calor del embullo Obama.
La alianza Managua-La Habana ha terminado por desencantar a la minoría sandinista que aún defendía parte del legado de Fidel Castro y que todavía valora la solidaridad de Cuba con el FSLN desde diciembre de 1984 hasta la derrota electoral de 1990, y la labor de colaboradores civiles cubanos en las áreas de Salud y Educación, especialmente en la llamada “Operación Milagro” para la atención oftalmológica de nicaragüenses pobres a cambio de apoyo electoral a los aliados de La Habana, y un censo de discapacitados, realizado hace dos años.
Figuras representativas del sandinismo histórico e intelectuales y artistas han roto claramente con Daniel Ortega, incluso antes de que desatara la Primavera Negra de 2018, y rechazan el apoyo del gobierno cubano a la pareja presidencial y su entorno porque han enlutado a Nicaragua y perseguido y reprimido a propios y extraños. Cualquier parecido con el tardocastrismo es más que coincidencias estratégica y táctica.
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