Ningún acontecimiento ha logrado sacudir la historia compartida entre Cuba y Miami por los últimos 20 años como el caso de Elián González. Con el paso del tiempo, que es verdadero juez de cualquier episodio humano, me reafirmo en la certeza de que los sucesos que rodearon este conflicto tripartito entre La Habana-Washington-Miami fueron un terremoto que generó más cambios en términos de estrategias políticas, comportamientos sociales y pertenencias culturales de los que hoy todavía podemos aquilatar en profundidad.
Hablo en primera persona sobre este tema, pues me tocó estar en el epicentro de la disputa legal y familiar desde el mismo día del hallazgo del niño náufrago, de cinco años, flotando sobre un neumático a tres millas de la costa, en las cercanías de Fort Lauderdale. No se sabía aún su nombre ni mayores detalles de lo sucedido cuando tuve que cerrar el primer reporte sobre el dramático naufragio de la embarcación procedente de Cárdenas, Matanzas, pero la mirada de Elián, fija, perdida, desconcertada, comportaba en sí una huella indeleble de dolor.
Era el 25 de noviembre de 1999 y mi guardia periodística del Día de Acción de Gracias se extendió por muchas horas más de las previstas. Comenzaba a perfilarse así un drama que estremeció por 216 días el sur de la Florida y acaparó la atención mundial en medio de una enconada disputa de reclamos legales y vendavales políticos. El diluvio nos empapó a todos y los medios de comunicación -aun sin la impronta de las redes sociales- vivieron también jornadas de esquizofrenia y tirantez.
La tragedia de Elián -y enfatizo la definición con toda intencionalidad- fue un parteaguas en la vida de la comunidad exiliada, que también trajo interrogantes de identidad para los cubanoamericanos y transformó la visión en las relaciones con el régimen cubano desde los altos círculos políticos de Washington. El caso desató una aguda polarización entre los cubanos exiliados sobre el destino del menor y, a la vez, avivó tensas discrepancias sobre la política y los asuntos legales de Estados Unidos en relación con Cuba.
Fue también la última clarinada de movilizaciones masivas de Fidel Castro en torno a una causa que convertiría en obsesión hasta el retorno de Elián a Cuba. (Es curioso que la muerte de Fidel Castro coincidiera 17 años después con la fecha de la llegada de Elián a Miami).
Por esas concurrencias del azar, el caso de Elián González trastrocó por siete meses mi trayectoria profesional. De pronto me vi inmerso en una tormenta informativa que demandó esfuerzos adicionales de tenacidad, paciencia y energía para coberturas en calles, tribunales y la propia casa donde permanecía Elián en La Pequeña Habana. Nunca había recibido tantas llamadas telefónicas de medios estadounidenses como el 6 de diciembre de 1999, cuando el fotorreportero Carlos M. Guerrero (ya fallecido) y yo fuimos los únicos periodistas presentes en el cumpleaños 6 que celebró Elián en un salón del A.D. Barnes Park, en el suroeste de Miami.
Elián aparecería luego en tres ocasiones -entre enero y mayo de 2000- en la portada de la revista Time, récord para un tema o una figura cubanos. Su nombre escaló hasta las enciclopedias y su historia despertó devoción en credos religiosos de distintas denominaciones alrededor del mundo. Tuvo una moneda conmemorativa de plata de alta calidad, diseñada por el artista ruso Alexander Shagin, y hasta una millonaria cuenta bancaria para su educación y su futuro en Estados Unidos.
Una mujer suicida de Oklahoma llegó a cambiar su testamento para dejarle la mitad de su herencia de $500 mil dólares en beneficio de los familiares de Elián en Miami. La suerte del niño náufrago había rendido al mundo.
En el atardecer del 28 de junio de 2000, cuando el avión que lo regresó con su padre a La Habana aterrizó en el Aeropuerto Internacional "José Martí", se iniciaba la segunda temporada de esta saga cubana que tiene aún mucho por desentrañar y sacar a la luz.
Aunque parezca definitivamente concluida, la historia de Elián tiene varios capítulos por escribir aún. Veinte años después de la fatídica travesía que terminó con la muerte de su madre, Elizabeth Brotons, y otros 10 inmigrantes cubanos, estos son algunos apuntes guardados durante la cobertura del caso y revisados con la perspectiva de que los archivos suelen ejercer un magisterio infalible.
Atrapado sin salida
El rescate de Elián de las aguas cercanas a la Florida emergió como un gesto humanitario en una fecha de profundo significado familiar en Estados Unidos. El trauma de ver desaparecer ante sus ojos a su madre y su padrastro fue aliviado con la acogida de una familia que le dio cariño desde el primer día: sus tíos abuelos Caridad, Lázaro y Delfín González, y su prima Marisleysis.
Se habían producido contactos entre los familiares de Miami y el padre de Elián, Juan Miguel González, mientras el niño estaba en el hospital, para saber si era alérgico a algún medicamento o tenía otra limitación. Incluso una cuenta telefónica de Lázaro González registraba una llamada previa de Juan Miguel, supuestamente anunciándoles que Elián había salido en una embarcación rumbo a Florida y pidiéndoles que lo cuidaran.
Pero para el 29 de noviembre ya habían aflorado ciertas fricciones. Cuba exigió la devolución del niño a petición del padre, mientras la familia de Miami consideró que Juan Miguel estaba siendo presionado por el gobierno, por lo que trataría de garantizarle a Elián "un futuro de bien en este país libre". Se abría así la primera batalla por la custodia legal del menor. En una nota de portada para El Nuevo Herald, escribí ese día: "Elián González podría convertirse en una nueva manzana de la discordia entre el gobierno castrista y los cubanos de la diáspora". Creo que no me equivoqué.
De repente, todo se precipitó hacia las aguas de la política. Una foto tomada a Juan Miguel en su casa en Cárdenas, con una foto del Che Guevara de fondo, avivó las pasiones. Los congresistas cubanoamericanos y líderes de organizaciones como la Fundación Nacional Cubanoamericana (FNCA) arroparon el caso. Fidel Castro proclamó que el niño estaba secuestrado y lanzó una cruzada nacional para recuperarlo.
El caso humanitario se había politizado. La lección invariable -para hoy y para las generaciones de cubanos que nos sucederán- es que la politización de los asuntos familiares acaba por destruir las posibilidades de entendimiento y terminan imponiéndose la irracionalidad y el oportunismo.
La comunidad exiliada respaldó la permanencia de Elián en Estados Unidos para evitar que Fidel Castro convirtiera al niño en trofeo de guerra. La Secretaria de Justicia, Janet Reno, rechazó la custodia temporal otorgada en una corte de distrito a los familiares de Elián y ordenó la devolución del menor a su padre para el 14 de enero de 2000.
Lo que vino después fue el atrincheramiento de las partes y una batalla campal entre el gobierno cubano y los exiliados. A estas alturas de politización y diatribas, Elián estaba atrapado entre el fuego cruzado y ninguna salida parecía enteramente beneficiosa para el menor. Ya sabemos en lo que se ha convertido Elián dentro de Cuba, triste marioneta de la propaganda castrista, pero no sé si su permanencia en Miami hubiera posibilitado desatarlo de las órbitas y los compromisos políticos que gravitaron sobre su caso. Es una interrogante para la que no tengo una respuesta definitiva al cabo de 20 años.
Los cálculos siniestros de Fidel Castro
A las cinco de la tarde del jueves 2 de diciembre de 1999, Fidel Castro se reunió con el padre y los abuelos de Elián en las oficinas del Consejo de Estado en La Habana. Ese día, tras la conversación, el gobernante comprendió que no iba a tener obstáculos para echar a andar una batalla con todos los ingredientes de triunfo a su favor. La situación era perfecta. Los familiares en Cuba eran personas simples, dúctiles y fácilmente manipulables para tales fines.
El reclamo de la devolución de "un niño secuestrado" se convertiría en dardos punzantes contra el exilio de Miami, que enfrentaría el dilema de negar los derecho de paternidad. Esto empeoraría las tensiones de poderosos sectores del exilio con la administración de Bill Clinton, que a su vez no podía hacer otra cosa que defender el retorno de Elián con su padre. Estados Unidos tenía en esos momentos unos 65 reclamos familiares por secuestros de niños estadounidenses en otros países, mayormente en el mundo árabe, de manera que no podía justificar la permanencia de Elián en Miami si su padre insistía en regresarlo con él a su casa en Cuba.
No había manera de perder con semejante ecuación ganadora. Clinton pidió a su abogado y viejo amigo Gregory Craig que interviniera en la solución del caso. Lo único que estaba en cuestionamiento ante la opinión pública era la razón por la que el padre de Elián no había venido a rescatarlo. Craig se fue a La Habana y convenció a Fidel Castro de que la presencia de Juan Miguel en Estados Unidos era clave para ganar la custodia de Elián ante los tribunales. El 6 de abril de 2000, Juan Miguel, su esposa e hijo menor arribaron a Washington. A partir de ese momento el regreso de Elián era una cuestión de tiempo.
El bastión de Miami-Dade
Las decisiones legales apuntaban a la entrega de Elián a su padre. Una veintena de abogados pulsaba con el gobierno federal para reclamar el derecho del menor a tener su día en corte y ventilar la petición de sus familiares exiliados. La familia de Miami se había mostrado renuente a entregar el niño a las autoridades del Servicio de Inmigración (INS).
En ese escenario de crispación, el entonces alcalde de Miami-Dade, Alex Penelas, realizó una comparecencia pública, rodeado de una veintena de alcaldes municipales, para declarar que los cuerpos locales de policía no cooperarían con los agentes de inmigración para sacar al niño de Miami.
Fue un momento de definición, porque Penelas perdió la confianza del gobierno federal y vio esfumarse la posibilidad de compartir la boleta a la candidatura presidencial por el Partido Demócrata junto a Al Gore.
Las críticas a Penelas llovieron desde las altas esferas gubernamentales y los medios nacionales. Hoy su decisión es vista como precursora de las llamadas "ciudades santuario", pero en aquel momento resultó una alarma para las autoridades federales.
Eso explicará una determinación posterior de Washington a la hora de ordenar el operativo armado para sacar a Elián del hogar familiar de Miami. Ni el alcalde Joe Carollo ni ninguno de los representantes cubanoamericanos de la Ciudad de Miami, fueron avisados previamente del ataque de las fuerzas federales a La Pequeña Habana, lo cual sí se le comunicó horas antes al jefe de la Policía, William O'Brien, con la indicación de no reportarlo a su superior.
Penelas, que aún mantiene que su decisión fue la adecuada, aspira a retomar la alcaldía del condado en 2020.
Operación con fuerza excesiva
El litigio legal en torno a Elián había entrado en una encrucijada, con un creciente desgaste emocional para los familiares de Miami. El 19 de abril de 2000, el Tribunal de Apelaciones de Atlanta dictaminó que el menor debía permanecer en Estados Unidos hasta que se agotara el proceso legal del caso, lo que provocó un estallido de euforia en los alrededores de la vivienda de los González.
Pero el dictamen judicial fue solo un respiro ilusorio para los partidarios de dejar a Elián en predios miamenses. El equipo legal de los familiares sabía que debía buscar una salida decorosa ante el desenlace inevitable que presagiaban los tribunales, y justamente se había logrado llegar a un entendimiento con los González reconociendo el derecho del padre a la custodia del niño. Era Semana Santa y para el viernes 21 de abril las negociaciones estaban en un punto de cierre, con un acuerdo para la reunificación familiar voluntaria.
Ambas partes habían ya intercambiado borradores para un acuerdo, negociado con la intervención por vía telefónica de Janet Reno. El acuerdo estipulaba que el niño se entregaría al padre y que por un tiempo ambos grupos familiares se establecerían en dos viviendas colindantes en el área de Tallahassee, la capital del estado de Florida, para asegurar un traspaso sin desgarramientos emocionales y sicológicos para el menor. La noche final de las negociaciones, con Reno al teléfono, estaban en la casa de la Pequeña Habana los abogados Kendall Coffey y Manny Díaz, y los líderes comunitarios Carlos de la Cruz y Carlos Saladrigas, y el jurista y mediador designado, Aaron Podhurst, integrante de la Asociación de Abogados Litigantes de Estados Unidos.
A las 4 a.m. del sábado 22 de abril, Reno dijo sorpresivamente que ella no podía seguir negociando. La negociación de buena fe se había interrumpido. Minutos después, un operativo federal de hombres armados con ametralladoras y gas pimienta irrumpieron en la vivienda destrozando la puerta principal y le arrancaron a Elián de los brazos de Donato Dalrymple, el pescador que lo había rescatado en el mar.
El desenlace violento con fuerza excesiva desbordó la ira popular en las calles. Reno, fallecida en 2016, se llevó el secreto a la tumba sobre los pormenores de su decisión. Su nombre queda también asociado en la historia a la masacre de Waco, Texas, en 1993. La orden de asaltar la vivienda de los González y sacar a Elián a punta de pistola estuvo en manos de Bill Clinton, que tal vez pueda explicar todavía las razones de fuerza mayor que determinaron ese desenlace innecesario. Pero todo apunta a que los contactos de alto nivel que sostenía la Casa Blanca con Fidel Castro y Ricardo Alarcón a través del abogado Gregory Craig, según consta en documentación desclasificada, fueron determinantes para no acceder a la transferencia pacífica del menor a su padre.
La foto de Alan Díaz (fallecido el pasado año), con el agente apuntado su arma a un Elián aterrorizado, es el testimonio de un desatino que el gobierno de Clinton no pudo ocultar al mundo.
Elizabeth Brotons, la víctima olvidada
Cuando pienso en la saga de Elián González, regreso siempre a un nombre demasiado olvidado y vilipendiado en esta hecatombe familiar que es también una parábola inequívoca del drama cubano de los últimos 60 años: Elizabeth Brotons.
Brotons, una madre de 30 años que se lanzó a una aventura marítima por darle una mejor vida a su hijo, es la víctima mayor de este caso. En sus recuerdos de aquellos minutos aciagos en alta mar, Elián conserva los esfuerzos de Brotons por salvarlo cuando la embarcación zozobró, hasta verla perderse en la inmensidad de las aguas. Su cadáver no estuvo entre los siete rescatados y sepultados en Miami, y su lecho final tal vez fueran las aguas turbulentas de Fort Lauderdale, a pocas millas de la costa floridana.
Creo que su memoria no ha sido suficientemente respetada. El primer agravio imperdonable corresponde al gobierno cubano y, particularmente a Fidel Castro, artífice de un editorial de seis partes y 33 páginas, publicado en el diario Granma el 8 de febrero de 2000. El artículo se titula "Conducida por la amenaza a la tragedia" y pretende ser una reivindicación de Brotons, pero termina siendo una pieza denigratoria de su persona, poniendo a la luz cuestiones médicas de su intimidad que no hubieran tenido cabida en otro lugar del mundo.
Aún no puedo salir de la indignación cuando releo esta pieza que clasifica para la historia de la infamia del periodismo nacional. Resulta un hecho insólito, generado solo por la malignidad de una cruzada política, que este artículo incluya fragmentos del Resumen de Historia Clínica de consulta de riesgo genético de Juan Miguel y Elizabeth, archivada por el Hospital Gineco-Obstétrico "Ramón González Coro" de La Habana.
No hay justificación para que un gobierno determine hacer uso del expediente médico de una persona fallecida, aunque cuente con la muy reprobable "autorización del padre y los abuelos de Elián". El artículo hace el conteo de siete embarazos fallidos de Elizabeth, para llegar a una vergonzosa conclusión propagandística que solo pudo salir de la cabeza de Fidel Castro: "La obra esmerada de la Revolución Cubana en la atención a la maternidad y la infancia hizo posible el milagro de que Elián viniera al mundo. No fueron médicos de un hospital norteamericano los que la alentaron y la atendieron esmeradamente. En aquel país, las familias modestas no pueden pagar esos costosos servicios, calculados en decenas de miles de dólares, que en Cuba son absolutamente gratuitos".
Tal vez en una Cuba futura, las organizaciones de una prensa de servicio público se pronuncien por un desagravio ante este acto mezquino del uso de la comunicación para fines políticos.
No pude tampoco entender que en su precipitado viaje a Miami para encontrarse con Elián, en enero de 2000, Raquel Rodríguez, la madre de Brotons, no tuviera espacio siquiera para rendir homenaje, de alguna manera, a su hija desaparecida.
No quiero juzgar a Raquel, que ya ha partido de este mundo, porque su paso por Miami estuvo marcado por presiones de todo tipo, desde un fallido operativo de la inteligencia cubana para llevarse a Elián hasta un olvidable incidente de la abuela paterna, Mariela Quintana, tocando y preguntándole al menor si el pene le había crecido. Hubo luego revelaciones de la monja Jeanne O'Laughlin, mediadora y anfitriona de la visita, de que Raquel hizo un aparte con ella para confesarle que deseaba quedarse en Estados Unidos.
Pero, de cualquier forma, el olvido en torno a Brotons es un capítulo triste en la desmemoria cubana de nuestros días.
Elizabeth Brotons fue realmente el móvil de esta historia. Equivocada o no, acertada o no en sus pasiones y decisiones, se arriesgó en la travesía para escapar de una realidad que le resultaba insostenible. Si se dejó arrastrar por su nueva pareja o decidió seguirle por amor, no quiso que quedara atrás su más preciada creación: el hijo al que le dio la vida, le trató de procurar un futuro mejor y al que iba a proteger hasta sus últimas energías, salvándolo de la muerte.
Elián le debe todo a ella: la existencia y esta desgarradora historia de sobrevida, porfías y tormentas políticas, devenida símbolo del sufrimiento cubano.
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