"Torquemada me citó a una oficina oscura con una lamparita dirigida a mi rostro. Me dijo que mi Hamlet era negrista, porque los actores que había seleccionado eran negros. Y esta vez me alejaron del teatro, me pusieron a cantar por cabaretuchos y granjas de todo el país. Al teatro volví cuando el 'hipo' de una resaca sacó a Luis Pavón del Palacio del Segundo Cabo…".
Tomás González
Las palabras de Tomás González, uno de los centenares de artistas desacreditados durante el Quinquenio Gris, me sirven de entrante para comentar una noticia sorprendente.
Armando Quesada, uno de los más deleznables protagonistas de aquel período oscuro de la cultura cubana, será desempolvado y volverá a ser noticia próximamente, gracias al trabajo periodístico exquisito de un gran documentalista cubano.
No debo revelar la identidad del autor, -que aún trabaja en la mesa de montaje-, ni demasiados detalles del contenido de su documental, porque sería contraproducente para la culminación y el estreno de su obra. Pero tengo el gusto de ser su amigo y ha tenido la deferencia de hacerme un adelanto nada desdeñable de su trabajo: la imagen actual de Armando Quesada, que nunca se prodigó en fotografías ante los medios de comunicación, y un fragmento de su entrevista al celebérrimo “Teniente del Pavonato”.
La falta de tiempo y espacio me obligan a la síntesis, pero la inminente resurrección de Quesada, vía celuloide, hacen necesario al menos un recordatorio a los lectores jóvenes de lo que fue el Quinquenio Gris. No podré extenderme con la prolijidad que el asunto merece, pero espero contribuir a la comprensión de la importancia de la reaparición de la figura viva más siniestra del Quinquenio Gris, en los medios de comunicación cubanos.
Ni gris, ni solo un quinquenio
El Quinquenio Gris, fue bautizado así por el escritor, ensayista, guionista y editor cubano Ambrosio Fornet, una de las voces más críticas con lo sucedido entonces. A la vista de lo ocurrido después, la denominación fue apenas un apelativo benévolo, casi una caricia para definir a la peor y más despiadada cacería de brujas que orquestó la revolución contra los intelectuales.
Puesto en valor con la perspectiva del tiempo, el Quinquenio Gris fue un ensayo -con público- de la política contracultural que el castrismo aplicaría después a los artistas de la Isla, por sistema y para siempre.
El Quinquenio Gris fue una mordaza editorial y social, una caza despiadada al hereje y una purga religiosa y moralista sin parangón. Tampoco la palabra “quinquenio” abarcó con justeza el período de tiempo que marcó esta era. Gran parte de las víctimas fueron borradas de la sociedad durante muchos más años, algunos murieron sin ser rehabilitados y otros aún continúan ocupando un renglón de aquella lista negra de la censura. Los lineamientos del Quinquenio Gris han conformado la hoja de ruta de la revolución en cuanto a política cultural, en los últimos 40 años, caracterizada por la censura, la persecución y el castigo. ¿Qué es el celebérrimo Decreto 349, sino un ejercicio institucionalizado de aquel holocausto intelectual de los 70s?
En 1970, el funcionariado de la cultura cubana era patético; casi ningún dirigente tenía el nivel intelectual necesario para ocupar su puesto. Castro había decidido transformar la cultura, aplicando una estrategia propia de un ejercicio militar. No en balde sus principales ejecutores procedían o tenían vínculos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Se resucitaba otro momento oscuro del pasado, porque ya en los albores de los años 60, la comisaria cultural estalinista Edith García-Buchaca inició un exterminio cultural a caballo de su dogmática “Teoría de la Superestructura”, linchando a todo el arte -y a sus autores- que no encajaran con la estética comunista de la revolución.
El Quinquenio Gris fue la concreción de aquella idea censora del pensamiento que puso en cuarentena la autonomía de los artistas, convirtiendo el proceso creativo en un permanente miedo a meter la pata.
El Quinquenio Gris se maduró durante el no menos oscuro Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971, una puesta en escena de Fidel Castro para decretar la sovietización de la cultura cubana, con un discurso amenazador dirigido a la intelectualidad. Ya los había vapuleado diez años antes, en sus famosas “Palabras a los intelectuales”, cuando avanzaba que “la cultura cubana debía ser un arma de la revolución, un producto de la moral combativa de nuestro pueblo y un instrumento contra la penetración del enemigo".
Los protagonistas
Tres figuras tenebrosas encabezaron el linchamiento cultural del Quinquenio Gris: Luís Pavón Tamayo, nefasto presidente del Consejo Nacional de Cultura (CNC) entre 1971 y 1976, el director del Departamento de Artes Escénicas del CNC, Armando Quesada, y Jorge Serguera, entonces presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT).
Los tres habían sido acusadores furibundos en los juicios revolucionarios contra los “criminales de guerra” del batistato, y protagonizarían vergonzantes episodios de censura y represión cultural durante el Quinquenio Gris. Pero Pavón y Quesada, -conocido después como “Torquesada” en alusión al censor estrella de la Inquisición española-, se llevaron la palma como sicarios culturales. Y de ambos, a pesar de su rango menor, fue Quesada el más odiado, por su contubernio directo con Fidel Castro.
Su jefe, el teniente Luís Pavón, había sido un hombre gris, obtuso militar, mal aprendiz de poeta y peor periodista, que entonces fungía de director de la revista Verde Olivo, el órgano oficial de las FAR. Su más relevante incidencia en las letras cubanas, fue la publicación en su revista, bajo el seudónimo de Leopoldo Ávila, de una sibilina serie de panfletos contra los escritores “rebeldes”, a saber, Guillermo Cabrera Infante, Virgilio Piñera, Heberto Padilla y Antón Arrufat, entre otros.
Era noviembre de 1968 y los lectores de Verde Olivo se preguntaban quién era Leopoldo Avila. Nadie lo sabía entonces. Hoy se sabe que era Luís Pavón, a veces con la ayuda de José Antonio Portuondo. Sin embargo, la auténtica autoría intelectual de esos textos, bajaba del gobierno comunista cubano, al que el ficticio Leopoldo Ávila convirtió en el único gobierno de la historia en usar un heterónimo.
Desde las páginas de Verde Olivo, Pavón crucificó la homosexualidad, y con arrogante ignorancia definió a Heberto Padilla, a su mujer la poetisa Belkis Cuza Malé, a Virgilio Piñera y a Cabrera Infante, como “escritores irrelevantes dentro de la narrativa cubana”: “Cabrera es un tallador de la CIA. Con Severo Sarduy y Adrián García, trazan desde el extranjero el camino de la traición...”
Luís Pavón hizo también suyo el apotegma de Castro, “Dentro de la revolución: todo; fuera la Revolución nada”, otro de los clamorosos fraudes discursivos del comandante, recortado descaradamente de la máxima de Mussolini: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
Resumiendo, el posicionamiento público de Luís Pavón al lado de la dictadura y en abierta beligerancia contra la intelectualidad más respetada del país, lo hizo merecedor del puesto más sensible dentro del estamento cultural: Por indicación expresa de Raúl Castro, en 1971 Luís Pavón fue nombrado presidente del Consejo Nacional de Cultura.
No hay dudas sobre la identidad del autor de este nombramiento, porque en los días previos a hacerse efectivo, el propio Raúl era recibido por Pavón en su oficina de la revista que dirigía, delante de todo el mundo. “El general utilizaba el despacho de Pavón en Verde Olivo para reunirse con quienes lo asistían en la tarea de espiar "la ciudad letrada", que en todos los tiempos ha sido una fuente de zozobra para los poderes liberticidas”, cuenta el poeta y periodista Manuel Díaz Martínez, director de la revista “Encuentro de la cultura cubana”, en un artículo publicado en El País.
También en su “Intrahistoria abreviada del caso Padilla”, Díaz Martínez describe “la época en que Raúl Castro presidía unas reuniones que se celebraban en la oficina de Pavón, en las que, a partir de informes aportados por los cuerpos de seguridad, se seguía el comportamiento político de los escritores y artistas cubanos que vivíamos en la isla”.
El Pavonato fue pues, la puesta en práctica de los lineamientos de Fidel, de quien Pavón y Quesada fueron ayudantes necesarios y ejecutores serviles. Su primera acción notable, fue el acoso y derribo del ya entonces defenestrado Heberto Padilla. De ahí en adelante, Quesada y Pavón sembraron el terror en la intelectualidad cubana, como nunca antes nadie lo había hecho.
Los parametrados
La palabra maldita fue PARAMETRACIÓN, y la señal de alarma, un telegrama que citaba a los “parametrados” en una oficina en la Quinta Avenida de Miramar. Debían presentarse ante la Comisión de Evaluación del Consejo Nacional de Cultura, presidida por el teniente Armando Quesada, que los “invitaba” a manifestarse ante una grabadora en marcha, obligándolos a hacerse una autocrítica en base a sus pecados morales, políticos o ideológicos. La víctima salía de allí con un acta burdamente impresa en esténcil, que rezaba:
“Por los errores confesados voluntariamente y la falta de idoneidad demostrada para ocupar el cargo, se le aplica al compañero fulano la Resolución No. 3”.
La Resolución No 3 era “una oportunidad” que le daba la revolución al artista para “reformarse”, salvándolo de que se le aplicara la tristemente célebre Ley contra la Vagancia, puesto que se le apartaba del trabajo. Lo esperaba otro puesto de trabajo “digno”, en la construcción, en una fábrica, de sepulturero en un cementerio o en el mejor de los casos, como conserje en una escuela primaria o apilando libros en una biblioteca municipal, una humillación por la que muchos parametrados se negaron a pasar.
A los rebeldes se les metía en la cárcel, como le sucedió al escritor René Ariza, que estuvo preso ocho años en el Combinado del Este. O el mejor de todos nuestros titiriteros, alma del Teatro Guiñol, Pepe Camejo, perseguido junto a su hermana Carucha y finalmente encarcelado por su “arte contestatario”. Con el Guiñol se hizo algo terrible, solo comparable a un episodio de la Revolución Cultural de Mao: Armando Quesada destrozó el teatro, decretó su cierre, quemó muñecos, títeres y marionetas y los envió en camiones de basura, directamente a Cayo Cruz.
Por poner solo algunos ejemplos de desmanes cometidos durante el Pavonato, Eduardo Heras León tuvo que pagar caro su libro Los pasos sobre la hierba, por el que fue expulsado de la Universidad de La Habana y enviado a ganarse el sustento trabajando en una fundición de acero. La narradora Ivette Vian pasó cuatro años como asistente en un círculo infantil y ocho años en la construcción, y el coreógrafo Ramiro Guerra fue literalmente hecho desaparecer.
Pero también surgieron estúpidas marionetas recalcitrantes que se aliaron con Pavón y Quesada, como Magaly Muguercia, que aullaba que “el teatro cubano tenía que ser obligatoriamente una expresión socialista”, o el bastardo escritor y folklorista homófobo Samuel Feijóo, que cinco años antes, había enseñado las uñas apoyando a las UMAP con su comunicado nazi a la UJC: “¡Fuera los homosexuales y los contrarrevolucionarios de nuestros planteles!”. Feijóo publicó en el periódico español El Mundo, un artículo homofóbico que tituló “Revolución y vicios”, y que reproduzco, porque era como el Libro de Estilo de las políticas del CNC durante el Quinquenio Gris:
“Este país virilísimo, con su ejército de hombres, no debe ni puede ser expresado por escritores y artistas homosexuales. Porque ningún homosexual representa la Revolución, que es un asunto de varones, de puño y no de plumas, de coraje y no de temblequeras, de entereza y no de intrigas, de valor creador y no de sorpresas merengosas. (…) Y la literatura revolucionaria verdadera no es ni será jamás escrita por sodomitas. (…) No se trata de perseguir homosexuales, sino de destruir sus posiciones, sus procedimientos, su influencia. Higiene social revolucionaria se llama eso. Habrá de erradicárseles de sus puntos clave en el frente del arte y de la literatura revolucionaria. Si perdemos por ello un conjunto de danza, nos quedamos sin el conjunto de danza enfermo. Si perdemos un exquisito de la literatura, más limpio queda el aire. Así nos sentiremos más sanos mientras creamos nuevos cuadros viriles surgidos de un pueblo valiente”.
Samuel Feijóo, fue botado a patadas por el trasero de la Universidad de Las Villas, por la misma dictadura a la que le lamió las botas. Pero allí estaban Silvio Rodríguez y Norberto Fuentes para ocupar su lugar, defendiendo a capa y espada a Luís Pavón, incluso después de su muerte. ¿A quién le extraña?
Durante el Quinquenio Gris, el Pavonato no solo defenestró el talento, sino que encumbró a patéticos autores mediocres que después el tiempo se encargó de hacerlos desaparecer. Pavón y Quesada destruyeron las vidas de centenares de escritores en Cuba y condenaron a la clandestinidad a los del exilio, cerraron la revista “Pensamiento Crítico”, y crearon una lista de intérpretes prohibidos entre los que figuraban Los Beatles junto a Olga Guillot y Celia Cruz.
En tanto, también se hicieron de una colección de cadáveres culturales: Padilla, Piñera, Cabrera Infante, Arrufat o Llopis, por mencionar algunos, fueron perseguidos, castigados y hundidos en la miseria.
Sin embargo, no era Pavón quien hablaba directamente con Dios. El brazo ejecutor del comandante y su interlocutor directo, fue siempre Armando Quesada, con quien el líder de la revolución cultivó una muy cercana amistad personal, que se tradujo en un hermoso despacho en el Palacio del Segundo Cabo. Allí llegaba Quesada después del mediodía, oliendo a alcohol y sin haber pasado aun la resaca de su borrachera con Fidel la noche anterior, para despachar su infame arbitrio cultural.
Al final del Quinquenio Gris, Luís Pavón terminó en las patas de los caballos de sus amos: fue procesado por el Tribunal Supremo acusado de abuso de poder y por poner en práctica "medidas inconstitucionales contra los trabajadores de la cultura”. El fallo fue sin embargo benigno: apenas la destitución. Y aun el futuro tendría guardada otra desagradable sorpresa para sus víctimas.
Rehabilitación y escándalo
El Quinquenio Gris terminó, teóricamente, sin haber restañado heridas. Estas se abrirían de nuevo treinta años más tarde, el viernes 5 de enero de 2007, en un horario estelar de la televisión cubana.
Los primeros días de 2007 se vivieron en Cuba con expectación preocupante; Fidel Castro había enfermado gravemente, desapareció de los medios y parecía más que probable su fallecimiento. Con este ambiente, el día 5, el programa “Impronta” del canal Cubavisión, -que celebraba monográficamente a personalidades cubanas que dejaron su “impronta” en la historia-, dedicó ese día su emisión a exaltar mediáticamente al teniente Luis Pavón Tamayo, mediante entrevista hecha en su domicilio, y con un montaje digno de una telenovela de gran presupuesto.
Fue un programa raro, evidentemente pensado para rehabilitar al antiguo sátrapa, y documentado de forma bastante pedestre con algunas portadas de su exigua producción literaria, y ambiguas preguntas que intencionadamente bordeaban sobre su vergonzante paso por el CNC.
Centenares de afectados por Luís Pavón tuvieron que ver desde sus casas su reaparición televisiva, y aguantar el tono paternalista y obsecuente con que lo trató el programa. Se omitió todo lo referente a su responsabilidad como comisario de la dictadura, en los castigos y las purgas, mostrando en su lugar a un venerable revolucionario al que se ensalzaba su escaso bagaje intelectual, recreando su vida con fotografías amables junto a los hermanos Castro.
Para colmo, solo unas semanas antes, el Instituto Cubano de Radio y Televisión, que entonces dirigía el teniente coronel Ernesto López, ex director de los estudios fílmicos de las FAR, también había desempolvado y entrevistado en dos programas a Jorge Serguera, el director de la Televisión Cubana durante el Quinquenio, y al teniente Armando Quesada, el torturador de intelectuales e incendiario de marionetas del Guiñol.
El programa de Pavón vino a poner la guinda al pavo; fue una bomba para la comunidad intelectual cubana de dentro y fuera de la Isla. Cientos de sus víctimas comenzaron a llamarse por teléfono y a enviarse mensajes, con la indignación como denominador común.
Se hicieron públicas las cartas de los escritores Jorge Ángel Pérez, Desiderio Navarro, Arturo Arango, Reynaldo González y Antón Arrufat, estos dos últimos ya rehabilitados desde los 90s, e incluso distinguidos con el Premio Nacional de Literatura. Arrufat escribió:
"Allí estaba, vestido de blanco, el gran parametrador de importantes artistas (...) el que los persiguió y expulsó de sus trabajos, el que los llevó ante los tribunales laborales, los despojó de sus salarios y de sus puestos, quien los condenó al ostracismo y al vilipendio social”.
González por su parte apuntaba: "Quienes orquestaron esto, quizás pasan por alto los sufrimientos, las desapariciones, el horror de un periodo cruel, ensañado, que no se ha ventilado en su virulencia y en sus consecuencias ulteriores".
A sus voces se unieron más de 40 intelectuales; Ambrosio Fornet, Abelardo Estorino, Desiderio Navarro, Waldo Leyva, Miguel Barnet, Jaime Sarusky, Pancho García, Sigfredo Ariel, Ena Lucía Portela, Carlos Celdrán, César López, Enrique Pineda Barnet, Senel Paz, Juan Carlos Tabío, Ramiro Guerra, Eliseo Alberto y Abilio Estévez, entre otros, levantaron sus voces públicas en protesta por el intento de blanqueo de Luís Pavón, y a ellos se unieron los intelectuales del exilio.
Gerardo Fulleda y Desiderio Navarro fueron un poco más allá, refiriéndose claramente al pacto tácito que durante 30 años habían asumido tanto represores como represaliados. “Sin el silencio y la pasividad de la casi totalidad de ellos (por no mencionar la complicidad y el oportunismo de no pocos) el Quinquenio Gris no hubiera sido posible, o, en todo caso, no hubiera sido posible con toda la destructividad que tuvo, -escribió Fulleda- No es hora de temor, o de silencio, sino de unidad para evitar cualquier intento de retrotraer los tiempos y que la historia intente repetirse. La caja de Pandora la abrieron ellos y son quienes deben temer a nuestro dolor, excusarse ante nuestras cicatrices y callar".
Y Eliseo Alberto, el hijo de Eliseo Diego, le escribió a Reynaldo González: "Hasta mi azotea en Ciudad México, llegan desde La Habana las palomas mensajeras con los informes, o partes, de la cólera que ha desatado en la isla la resurrección televisiva de Pavón. Oigo, emocionado, el coro de los dignos. Cuenta con mi voz, mis cicatrices y mi palabra: suma mi ira al coraje de los amigos".
Los intelectuales cubanos pidieron entonces formalmente al gobierno una disculpa pública.
La disculpa
La disculpa llegó, disfrazada de excusa, en boca de un personaje despreciable que aún hoy sigue siendo tóxico para la cultura cubana, y que ahora dirige la Casa de las Américas: Abel Prieto, entonces Ministro de Cultura.
En el artículo del diario mexicano La Jornada, “La política cultural de Cuba, sin dogmas ni sectarismos” es posible encontrar un resumen de su discurso que terminó siendo exculpatorio.
Prieto aceptaba que “los ex funcionarios que aparecieron en esos programas, durante el ejercicio de sus cargos no aplicaron la política cultural unitaria de este país, y por eso fue un error de la televisión presentarlos, creando esa percepción entre nuestros principales artistas y escritores (…) La dirección del partido les envió un mensaje, del que yo fui portador, en el sentido de que había sido un error la presencia en televisión de esos tres ex funcionarios. ¿Por qué? Porque hoy la dirección de este país ve muy críticamente esa etapa, por suerte breve, donde nos apartamos de la política cultural que la Revolución inauguró en 1961 y en la que se invitaba a unirse en la obra cultural a los artistas y escritores de todas las tendencias, de todas las generaciones; católicos, comunistas, incluso no revolucionarios pero que fueran honestos".
El resto de la disculpa de Prieto revuelve las vísceras; se regodea en la “rectificación de los errores del Quinquenio Gris, que por suerte duró poco”, se congratula en que aquellos afectados fueron después ampliamente reconocidos por la Revolución, “que les permitió publicar sus libros, y estrenar sus obras”, y no olvidó al enemigo del Norte; “las reacciones muy agresivas desde Miami y la revista digital, Encuentro, (…), que pretendió asociar lo que fue un error coyuntural con la salud de Fidel y con el desempeño de Raúl como presidente provisional de Cuba, como si este error tuviera que ver con el funcionamiento de nuestra institucionalidad cultural…".
Sí, “coyuntural” fue el término utilizado por el ministro, que enfatizó en la idea de que los comisarios acusados actuaron por su cuenta, y sin contar con la dirección de la revolución. Sintetizando, Prieto intentaba convencer a la opinión pública de que Fidel también estuvo en coma durante todo el Quinquenio Gris.
Un adelanto del documental sobre Quesada
Reproduzco, para finalizar, la transcripción de un pequeño fragmento de la larga entrevista a Armando Quesada, que pronto podremos ver en la pantalla. Su autor, sabiendo de mi inclinación casi enfermiza por la controvertida figura de Alicia Alonso, me ha pasado una parte del diálogo con Quesada que protagoniza la Prima Ballerina Assoluta. Quesada era el “conseguidor” de Alicia, su valedor y enlace con Fidel y el responsable de todo lo concerniente a su vida pública y privada. Para ello, dentro de la compañía del Ballet Nacional de Cuba, dispuso de los servicios de una fiel espía que después se convirtió en una de sus más feroces denunciantes: la Primera Bailarina Loipa Araújo.
FRAGMENTO DE LA ENTREVISTA A ARMANDO QUESADA
(A: Autor, Q: Quesada)
A: ¿Quién dirigía eso?
Q: Nominalmente Pavón, pero yo era el tipo.
A: Pero ¿dónde se reunían? ¿En Palacio?
Q: No no no, en una casa. La escolta me fue a buscar a las dos de la mañana y me llevó para una casa. A partir de ahí yo comencé a saber cómo hablar con él… A Fidel tú tienes que decirle lo que tú piensas... él no conoce medios tonos, tú tienes que decirle lo que tú piensas, aunque él se encabrone. Entonces yo empecé diciendo y lo convencí de todo, a base de que yo no tenía nada que perder… Lo convencí de que Alicia era más embajadora que nadie, más revolucionaria que nadie, que Alicia era mejor que un embajador… y se convenció. Me dijo; “Autorízame eso”. Y ya lo demás, lo de la seguridad, llamó a Abrantes y yo argumenté “esos son balletómanos y son maricones, pero no se quedan, porque para ellos la vida es el ballet, por tanto, no se van a quedar”. Abrantes no quería, y yo dije “que salgan bajo mi responsabilidad, si alguno se queda voy preso yo”. Fidel miró a Abrantes y le dijo “tú le vas a dar ese poder a Quesada”. Entonces Abrantes accedió. El lío fue que yo empiezo a resolver todos los problemas, porque el tipo me dijo, “ve a buscar mañana los permisos”. Yo al otro día –porque Alicia me había insultado– le dije a Alicia: “Todo el linóleo, las llaves de la carroza, la comida y la autorización de viaje de los tipos. La gira la discutes con otro de menos nivel que yo”. Alicia se volvió loca.
Yo empecé a trabajar normal, en mis planes, a realizar en cultura el mejor trabajo posible, salvo la cosa de los homosexuales que fue una cuestión fatal. Yo traje decenas de grupos de Europa que nunca tenían que venir a Cuba. Después Fidel me hizo jefe de todos los actos de Estado en Varadero, de todos los Jefes de Estado y Secretarios del Partido de países socialistas que vinieron. Yo llegué a controlar grandes cantidades de recursos y entonces dirigía los espectáculos. Claro, tenía un ejército de gente que trabajaba conmigo… Y esa época se caracterizó por esa cuestión ideológica. Fue una época muy intolerante.
A: ¿Nunca tuviste enfrentamientos en el ballet?
Q: No. No. Lo que pasa que Alicia, a partir de que yo le resolví los problemas, me empezó a respetar. A partir de que yo le resolví los problemas en una noche. Los que nadie le resolvió.
A: Pero Loipa te abrió fuego en la UNEAC…
Q: ¿Por qué, si yo a Loipa la ayudé cantidad? Lo único que hice fue ayudarla. Incluso yo tengo una anécdota; cuando Loipa estaba casada con Azari Plizeski, estaban de gira por Europa y me llamó Fernando Alonso. Yo tuve que volar directo a Moscú, porque Azari se estaba templando a Mirta Plá, y Loipa estaba bailando con él. Yo tuve que ir a Moscú para resolver ese problema. Y llevar a dos tipos que trabajaban conmigo y amenazar a Azari, “te voy a sacar a patadas por el culo, te voy a botar de aquí. Tú en esta gira no te tiemplas a más nadie, nada más que a Loipa…”
A: ¿Y no tuviste que ver con la salida de Lefebre?
Q: Esa fue Alicia, la que tomó la decisión. Estando yo ahí un día me llamó Alicia Alonso, en las conversaciones que teníamos, y me dice “Lefebre viene a Cuba con Menia Martínez”. Pero Lefebre en el 66 ayudó a seis bailarines que traicionaron en París, y yo no quiero que él entre a Cuba este verano. Él no puede entrar a Cuba. Entonces llamé a Fidel; “¿Qué hacemos?”, le pregunté, y me dijo “Toma tú la decisión que implique que a Alicia no le pase nada. No, Lefebre no entra a Cuba”. Entonces llamé a Abrantes y me dijo, “¡Coño pero quien va a operar esto?”. “Yo mismo, - le dije- ponme dos carros del G2 en el aeropuerto”. Y yo operé.
A: ¿No lo dejaste bajar del avión?
Q: No, él bajó del avión, pero lo metí en un lugar. “Ven pacá”, y le conté la historia; “Mira Lefebre contigo no hay nada, Alicia no quiere que entres, esto es un ajuste de cuentas porque tú ayudaste a seis bailarines en el 66…”. Y él se fue. Al otro día Menia Martínez lo que armó fue mucho; su hermana era secretaria de Carlos Rafael Rodríguez, que me llamó, entonces le dije, “Eso no tiene que ver conmigo, fue una decisión de Alicia y Fidel no quiere que a Alicia le pase nada...”. Yo a Loipa jamás, al contrario, a ella la ayudé, fuimos compañeros en la UJC, o sea, nunca le hice nada, fue la época… quizás ella no asumió lo que pasó, pero yo no recuerdo ningún incidente con ella. Quizás…. Mira, yo tuve que salir urgente para Moscú y me pasé una semana vigilando a Azari. Yo tenía tanto poder, que llegué incluso a hablar con un tipo de la policía, de la Lubianka de Moscú para que fuera conmigo a amenazar a Azari. Cuando Azari vio al ruso, tembló. Le dije, “mira Azari tú eres mi socio”, yo fui bueno con Azari, Azari lo sabe, yo fui con él mamey, cuando te digo mamey es mamey de verdad. Pero Loipa está sufriendo porque te estás templando a Mirta Plá… “Coño Quesada, me gusta Mirta”
A: Pero del ballet también sacaron a los maricones…
Q: Si, pero no fue así. Con Alicia se consultaba. Alicia era una figura. Para hacerte una anécdota, cuando Laura le da el tiro a Mario Balmaseda, ella me llamó y yo fui el tipo que manejó toda la situación. Mario Balmaceda le pegaba los tarros a Laura y le pegaba. Y un día ella cogió un revólver y le dispara, claro, lo hiere. Cuando Alicia se entera, se desmaya y Fernando Alonso me llama, recuerda que yo los atendía a ellos personalmente. Le digo, “no se preocupe, dígale a Alicia que no va a pasar nada. Yo le garantizo eso. Ahí lo que hay es que desaparecer todo”. Imagínate llegar en la mañana a la policía y decirme el coronel “dame toda la documentación” y yo responderle que ese caso no existe. “No que…” y yo, “¡Ya te dije que ese caso no existe! Además, te mando preso, porque yo tengo autoridad para hacerlo”. Le dije a Fernando que Mario no tenía casa y tenían que darle treinta mil pesos, y a Mario le dije “cállate la boca que te van a dar treinta mil pesos”. A Mario le convenía, se quitó el problema, se curó. Yo fui para cultura. Fidel me dice “tú atiendes a Alicia Alonso directamente, todos los problemas de Alicia son tus problemas, desde los personales hasta cooperación. Si la ciega tiene problemas, es tu responsabilidad entre otras cosas”. Voy para allá a ocuparme de la danza, del teatro, del arte profesional que era lo que yo dominaba. Y a partir de ahí yo empiezo a tener un enorme poder. ¿Te imaginas?
A partir de que yo participé en este evento, y el tipo hablaba conmigo, yo me convertí en un personaje. Además, yo tuve un poder real absoluto en el sentido de que a mí me daban carta abierta. Yo recibí autorizado por él y firmado por el presidente del banco; “Armando Quesada tiene autoridad para cerrar un hotel, coger un avión, o sea, tiene potestad ejecutiva”. Yo cerré el Versalles de Santiago varias veces…entonces me puse a trabajar. Yo le resolví a Alicia Alonso varios problemas. Ella llevaba tres o cuatro años pidiéndole a Carlos Rafael y a Dorticós doce mil dólares para un linóleo, comida especial para el ballet, dos carros nuevos y que eliminaran las prohibiciones a cuatro o cinco maricones que la seguridad no les permitía viajar. Alicia, cuando fui a hablar con ella, me dijo tú no puedes hacer eso Quesada, tú eres de la Juventud”. Esa misma noche llamé a Fidel, me recibió de madrugada, se encabronó, pero me dio todo… porque yo a partir de ahí logré ciertas cosas…
(Fin del fragmento de la entrevista a Quesada)
Dejo a la opinión de mis lectores las reflexiones que se derivan de las palabras de Armando Quesada. Son un ejemplo nítido de cómo se cruzó el poder político con la cultura durante el Quinquenio Gris, y el modo ilegal y arbitrario con que operaban -y operan- aun los comisarios de la dictadura en la cultura cubana. Les aseguro que el resto de la entrevista está llena de respuestas a preguntas no respondidas durante cuatro décadas sobre el Quinquenio Gris, sobre quienes lo idearon y quienes lo pusieron en práctica. Ha despertado uno de sus exégetas, y -como suele ocurrir- no quiere cargar solo con las culpas históricas de aquel desastre y ha puesto más excrementos en el ventilador. Con toda seguridad, el estreno del documental levantará muchas ampollas en la cúpula de la intelectualidad cubana, y le moverá el suelo a más de un sátrapa del poder castrista. Y también, seguramente será un revulsivo para sus víctimas, que tendrán muchas más cosas que decir que en el año 2007.
Esperemos, pues. Con palomitas.
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