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Un libro de revelaciones sobre el genio ajedrecístico Robert "Bobby" Fischer (1943-2008) y sus relaciones con Cuba, resultado de una exhaustiva investigación de los periodistas e historiadores Miguel Ángel Sánchez y Jesús Suárez, se presenta este sábado en Miami.
El volumen Bobby Fisher en Cuba recoge las peripecias del ajedrecista estadounidense en la isla, incluyendo todos sus encuentros oficiales tanto en el torneo Capablanca In Memoriam de 1965, como en la Olimpiada de 1966.
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También se analizan las dos únicas partidas suyas de su desconocido viaje a Cuba en 1956 que han sobrevivido el paso de los años: la que celebró contra José R. Florido en el encuentro entre los clubes de ajedrez Capablanca y Log Cabin, y una desarrollada al día siguiente en unas simultáneas.
Los autores lograron rescatar la partida entre Florido y el adolescente Fisher, la cual era totalmente desconocida. Ambos ajedrecista volvieron a encontrarse en La Habana en 1966, durante la segunda visita de Fisher a la isla.
Muchos de los detalles narrados en este libro son verdaderos hallazgos. Su reconstrucción se basó en entrevistas con fuentes confiables e identificadas que tuvieron relaciones con las actividades del reconocido ajedrecista.
Los propios autores, quienen fungieron como árbitros auxiliares de la Olimpiada de 1966, observaron de cerca al Gran Maestro estadounidense durante ese evento y sus recuerdos se incorporaron a la obra.
Es conocido que durante su prisión en Tokio en el verano de 2004, Cuba fue uno de los países a los que Fisher solicitó asilo político, petición que nunca fue respondida. Sin embargo, hay testimonios, como el del gran maestro Jesús Nogueira, de que el jugador estadounidense dejó saber en varias ocasiones al gobierno de Cuba su deseo de ir a residir a la isla. ¿Qué sucedió con su solicitud? ¿Consideró tal vez Fidel Castro a Fischer demasiado conflictivo y optó por archivar su petición?
Esta y otras interrogantes históricas aparecen desmenuzadas en esta obra, que contiene además una relación de partidas de Fisher comentadas por reconocidos maestros internacionales de ajedrez.
CiberCuba publica aquí un breve fragmento de este extraordinario libro, gracias a la cortesía de sus autores. La presentación de Bobby Fisher en Cuba será este sábado a las 3 p.m. en el Café Demetrio, en Coral Gables, y el libro puede adquirirse tambien por Amazon.
1956
Primera aventura en el extranjero
A Pedro Urra no se le iba de la mente la imagen del niño que durante la travesía no apartaba la vista de su pequeño ajedrez imantado.
Esa fijación le pareció muy inusual al empleado de la tienda de suvenires del transbordador City of Havana. Urra, de 27 años, escondía detrás de su fachada laboral a un miembro del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (muy conocido por sus siglas en español M-26-7), el más importante grupo armado clandestino que se oponía en Cuba al gobernante Fulgencio Batista y Zaldívar.
No era común que un hecho en apariencia trivial como el de un niño totalmente ensimismado en un tablerito de ajedrez, captara la atención de los ojos adiestrados de Urra, un experto en detectar policías encubiertos y cumplir misiones secretas. Su instinto le decía que detrás de esa estampa inocente, un misterio luchaba por revelársele. No fue hasta años después que logró descifrar el temprano aviso, cuando comprendió que el niño del barco y el genio de ajedrez Robert James Fischer eran la misma persona.
El transbordador City of Havana parecía una embarcación turística más, repleta de los llamados snowbirds (pájaros de la nieve), los residentes del norte de los Estados Unidos que viajaban a Cuba en busca de un clima cálido. Pero tras esta postal idílica, la nave ocultaba un centro de espionaje y contrabando, además de servir como el transporte clandestino por excelencia de los líderes urbanos de la insurrección contra el régimen de Batista.
En los primeros años de la década de 1930, Batista se apoderó del gobierno de Cuba tras una asonada militar que lideró cuando apenas era un sargento taquígrafo. Con excepción del período 1944-1952, su presencia fue desde entonces, desproporcionada en ese país, hasta que su figura se vio borrada en 1959 por Fidel Castro Ruz, líder del M-26-7, quien lo relegó al exilio y al ostracismo político por el resto de su vida.
La labor primordial de Urra en el transbordador era llevar y traer la correspondencia confidencial que mantenía el flujo de comunicación entre los grupos armados oposicionistas en la Isla y las células que operaban en el exterior. Pero también introducir armas de pequeño calibre y municiones en Cuba, así como ocultar en compartimentos secretos a jefes insurreccionales que salían o entraban al país.
El antiguo buque militar británico de desembarco construido en los Estados Unidos, participó luego en la invasión de Normandía, Francia, en 1944, con el nombre HMS Northway. Tras finalizada la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en un transbordador de pasajeros y se le destinó a la ruta Cayo Hueso (Key West) - La Habana.
En 1956, la embarcación era como una película Casablanca sobre las olas, con sus reproducciones de Rick Blaine e Ilsa Lund. Para cada miembro importante de la resistencia como el Victor Laszlo del filme, la policía cubana disponía de su Heinrich Strasser, o cuando menos de su Louis Renault.
El viaje de seis horas se convertía en muchas ocasiones en un drama de sigilo y vigilancia que pasaba inadvertido para los pasajeros. El propio Urra no logró escapar de tal acoso hasta que finalmente fue descubierto, interrogado y torturado para que revelara sus contactos, lo que no hizo. Tras el derrocamiento de Batista en 1959, el antiguo conspirador no volvió a tener en su vida las mismas intensas aventuras de su juventud y su rostro se diluyó entre la muchedumbre.
A veces las partes en pugna dirimían sus asuntos a tiro limpio dentro del barco. En otras ocasiones éstos llegaban a su clímax como en la película Havana (1990), en la que el jugador profesional de cartas Jack Weil (interpretado por Robert Redford) recibe el encargo de sacar del transbordador un automóvil con material de comunicaciones dirigido a los rebeldes.
El servicio del City of Havana desde su base en Stock Island en Cayo Hueso a La Habana era cada martes, jueves y sábado. Partía hacia Cuba a las 10:00 A.M. y arribaba a las 4:00 P.M. al Muelle de Hacendados, un alejado bolsón de la bahía en la Ensenada de Atarés. La embarcación regresaba los lunes, miércoles y viernes a su punto de origen.
Esto ocurrió ininterrumpidamente hasta el martes 31 de octubre de 1960, cuando con 287 pasajeros y 86 automóviles partió en su último viaje desde La Habana luego de que los Estados Unidos y Cuba rompieron sus relaciones diplomáticas. En esa última travesía la inmensa mayoría de sus pasajeros eran funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos en Cuba y sus familiares, así como refugiados cubanos.
En Cuba, las historias de policías y revolucionarios se reproducían con insistencia. Previo al City of Havana, otro transbordador, el Governor Cobb, había servido tres décadas antes de escenario a personajes duros y decididos que interpretaron papeles similares cuando esos caracteres tenían otros nombres e ideologías, como Ramiro Capablanca, del que las autoridades sospechaban era un peligroso integrante del grupo ABC, uno de los equivalentes en la década de 1930 al 26 de Julio de Fidel Castro.
El devenir histórico de Cuba se asemejaba entonces a una obra calcada de la puesta en escena de un hecho histórico anterior, como una continua sucesión de hechos. Ernest Hemingway hubiera podido escribir a mediados de la década de 1950 la secuencia de “Tener o no tener” con tan sólo cambiar el nombre del capitán Harry Morgan por el de cualquier otro.
El narrador y académico cubano Antonio Benítez Rojo identificó esas duplicaciones como características de La isla que se repite, en que cuotas uniformes reincidían en dispensar parcelas de sucesos que iban desde hechos heroicos a burdos contrabandos de heroína o mariguana; o desde oleadas de autos robados en ciudades norteamericanas a cargamentos de armas y municiones.
La repetición de hechos no se limitaba a las convulsiones políticas o a las truculencias gansteriles, pues hasta en el mundo del ajedrez los acontecimientos parecían volver a ocurrir. Antes de que Fischer realizara la travesía de Cayo Hueso a La Habana, el joven José Raúl Capablanca, hermano mayor de Ramiro, la había emprendido varias veces desde 1912, año en que se inauguró el servicio de tren desde Nueva York a Cayo Hueso, el famoso Havana Special de Henry Morrison Flagler, que tenía una vinculación directa con el transbordador que viajaba a la capital de la Isla.
Había por lo menos una diferencia notable entre ambas imágenes: nadie jamás dejó constancia de haber visto a Capablanca tan alejado del mundo exterior y tan profundamente inmerso en un tablero portátil de ajedrez como Fischer.
Pero para los interesados en la transmutación de las almas, la relación entre el cubano y el estadounidense les parece urdida en otra dimensión. Cuando Capablanca falleció un 8 de marzo de 1942, en la ciudad de Nueva York, dejó un enorme vacío. Este se llenó con el nacimiento de Fischer al día siguiente del calendario, 9 de marzo, pero un año después, 1943. La enigmática sucesión en el tiempo de los dos grandes genios ajedrez tiene la apariencia de haber sido cuidadosamente dispuesta por fuerzas más allá de la comprensión humana.
En 1956, durante el primero de sus dos viajes a Cuba, Fischer formaba parte de una pequeña pero estrambótica amalgama de ajedrecistas, todos ellos convocados a una excursión por carretera y barco de casi 3,500 millas (5,600 kilómetros) de recorrido que su biógrafo clásico, el historiador Frank Brady, calificó como una aventura espeluznante (a hair-raising trip).
El viaje a Cuba en el transbordador City of Havana formó parte de una gira por diferentes localidades de los Estados Unidos en donde los siete miembros del Log Cabin Chess Club se enfrentaron además a aficionados al ajedrez de las ciudades de Tampa, Miami y Hollywood, todas en el estado de Florida; así como a los de Clinton, en Carolina del Norte.
Al menos tres de sus integrantes eran personajes dignos de antología: los dos primeros eran el neonazi Elliot Forry Laucks y el estafador Norman Tweed Whitaker. Un tercero no era menos peculiar: Regina Wender, la madre de Fischer, quien era vigilada por la Oficina Federal de Investigación (FBI).
Laucks era un personaje fuera de lo normal. Las peores definiciones de su persona estaban motivadas porque solía lucir pines con la insignia nazi en la solapa de sus trajes y exhibía ostentosamente en su hogar banderolas con la cruz gamada y otras parafernalias del mismo estilo. Otros calificativos eran más generosos con él, tal como los que lo identificaban como uno de los caracteres más singulares del ajedrez norteamericano, un verdadero amante y propulsor del juego.
En el sótano de su casa en el poblado de Orange del Este, en Nueva Jersey, a sólo cinco kilómetros de Orange del Oeste, donde décadas antes, exactamente en agosto de 1904, José Raúl Capablanca residió cuando arribó por primera vez a los Estados Unidos, Laucks fundó un club de ajedrez al estilo del que habilitó a comienzos del siglo 20, en Riverdale, Manhattan, el profesor Isaac L. Rice.
La diferencia era que Laucks cubrió las paredes de su lugar con gruesos troncos de madera. Tal diseño, propio de una cabaña rústica de los bosques, le sirvió para nombrar así a su cofradía: Club de Ajedrez de la Cabaña de Troncos de Madera, que en inglés tiene mejor armonía acústica: Log Cabin Chess Club.
Las batallas iniciales en ese club ocurrieron en la noche del 28 de julio de 1934. Ese día Laucks no pudo refrenar sus impulsos oratorios y, no sin elegancia, dijo: “La casa club [habrá de ser] una cabaña de troncos que no sea ni demasiado palaciega, como algunos clubes de hombres ricos, ni tan pobre y tosca que le falte comodidad o un cierto grado de refinamiento...”.
A juicio del historiador Brady, Laucks era un millonario excéntrico que a veces daba a Regina Wender pequeños regalos en efectivo o la ayudaba a sufragar los costos de la participación de su hijo en algún torneo. Pero tal abundancia monetaria no se vio en el medio que escogió para viajar a La Habana: una camioneta Chrysler de seis años de uso y muchas millas recorridas.
En una época en que no existían las actuales autopistas y circunvalaciones de ciudades de la costa este de los Estados Unidos, debió ser una tortura atravesar poblaciones llenas de vehículos y luces de tránsito. La incomodidad se veía agravada por el exceso de pasajeros, ocho, más el portaequipaje y el techo repletos con maletas. Los miembros masculinos adultos de la expedición también tenían otra angustia: el comportamiento exasperante del joven Fischer, al que pronto identificaron como “el monstruo”.
Según el periodista de ajedrez Sam Sloan, en una nota publicada el 28 de mayo del 2007 en el sitio de internet Avler Chess: "Whitaker me dijo que cuando Laucks llevaba a un grupo de ajedrecistas a través del país, no cuidaba el auto. Nunca le cambiaba el aceite. Entonces, cuando el motor finalmente se echaba a perder debido a la falta de aceite, Laucks simplemente iba a un vendedor local de autos usados, compraba otro y entonces el alegre grupo se ponía de nuevo en camino".
Laucks murió el 31 de julio de 1965 de un síncope cardiaco, luego de jugar las seis primeras rondas del Abierto de Estados Unidos que se disputaba en Río Piedras, Puerto Rico. Se desmayó y se le declaró muerto al llegar al hospital.
A pesar de su antisemitismo, a Laucks no parecía importarle mucho que Fischer, a pesar de su origen judío, o tampoco su madre, formaran parte de la expedición. Pero no siempre fue así cuando se trataba de otros. Por ejemplo, las bases de la competencia en uno de sus habituales torneos estaban hechas de tal manera que Samuel Reshevsky no pudiera satisfacerlas. Específicamente, se establecían horas y días de juego imposibles de cumplir para un judío practicante.
Es difícil precisar la influencia a largo plazo de Laucks sobre Fischer. Es reconocido que tales tipos de personalidades fuertes suelen dejar una huella profunda en los jóvenes, justo cuando éstos comienzan a conocer y asimilar el mundo exterior. Las diatribas de Fischer en su adultez contra los judíos, cuando él mismo era de esa procedencia por parte de su madre, y casi con toda certeza también por parte de su padre, tal vez eran un eco distante de las tiradas antisemitas de Laucks, a las que se vio expuesto cuando apenas tenía 12 años, un instante en que, al decir del refranero popular, los niños son como una esponja que lo absorben todo.
El viaje de Laucks y sus “cabañeros” a La Habana comenzó a perfilarse tras la visita al Marshall Chess Club de Manhattan, el 4 de noviembre de 1955, de un equipo del Club de Ajedrez Capablanca de La Habana liderado por el propio vástago de Capablanca, José Raúl hijo, un abogado de 32 años que actuaba de forma voluntaria como Director de Ajedrez en el instituto de deportes de la Isla.
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