Bernard "Bernie" Sanders (Brooklyn, 1941) ha agitado las Primarias del Partido Demócrata y la carrera hacia las elecciones presidenciales de noviembre próximo en Estados Unidos con el viejo truco de mentar la soga (Fidel Castro Ruz) en casa del ahorcado (exilio cubano).
Su elogio a la Campaña de Alfabetización (1961) promovida por la revolución castrista y su matiz de que en Cuba no todo está mal han bastado para que propios, extraños, y con particular énfasis el exilio cubano, hayan saltado a la yugular de Bernie con la vieja acusación de comunista y otros epítetos que son balas electorales.
A raíz del triunfo de Donald Trump, la decepción con el fiasco de Obama por el miedo de Raúl Castro y la fatiga crónica de oposición y exilio cubanos ante la capacidad de la casta verde oliva para sujetar todo el poder, financiado parte de los servicios y el consumo internos con remesas monetarias y recargas telefónicas desde el extranjero, han provocado una polarización de la emigración cubana, dividida entre quienes apoyan ciegamente al actual inquilino de la Casa Blanca y los que rechazan su acción política.
Ambos flancos comparten un consenso parcial en apoyo a las medidas del gobierno norteamericano contra la cúpula tardocastrista y sus familiares, pero discrepan en cuanto a las sanciones que afectan directamente a los cubanos de a pie de ambas orillas, como la suspensión de vuelos directos a provincias del interior de la isla y la vuelta -con matices- al estatus bilateral que impuso George W. Bush.
Quizá ha llegado la hora de que los cubanos opuestos a la casta verde oliva y enguayaberada -especialmente los que ejercen responsabilidades políticas dentro y fuera de la isla- asuman que la solución de los problemas de Cuba pasa por su capacidad de movilizar a una mayoría de cubanos frente a la dictadura sexagenaria y evitar la dependencia de gobiernos y personalidades extranjeros que -obviamente- responden a los intereses de sus países, bloques geopolíticos y a sus prioridades electorales.
El propio Trump ha evitado devolver a Cuba a la lista de países promotores del terrorismo, mantiene la cooperación bilateral en los ámbitos militar, medioambiental, de lucha contra el narcotráfico y la trata de personas, y la Enmnienda Agrícola.
Cuba y los cubanos no deben seguir dependiendo de una agenda externa, especialmente de Estados Unidos, porque esa vinculación facilita el recurso de La Habana de acusar de agentes del imperialismo yanqui a todo el que discrepa de su monólogo totalitario y excluyente que solo ha servido para empobrecer a la nación, generar exilio e inxilio abundantes y seguir buscando un vaso de leche y visa para un sueño.
La cercada y atropellada oposición anticastrista está sobrada de reconocimiento y simpatía internacionales, pero sigue careciendo de amplia base social entre los también cercados y sufridos cubanos, que siguen viviendo entre la imploración y el desencanto.
Una vez se aplaque la tormenta castrista de Bernie Sanders, que aún no tiene segura la nominación demócrata, y salga el sol el 4 de noviembre de 2020 en la Unión Americana, la mayoría de los cubanos seguirán machacados por el dinosaurio que habita el Palacio de la Revolución, que alfabetizó al 23% de la población, la misma que -mayoritariamente- apoyó los fusilamientos de cubanos con una palabra llana: ¡Paredón!
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