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Dos aciertos de cuatro posibles. Así, solo al cincuenta por ciento, se comportaron mis pronósticos semanales de Champions. La jornada del miércoles echó por tierra el pleno conseguido 24 horas antes.
Porque el primer día di dos veces en el clavo. Tenía claro que cuando el Valencia adelantara las líneas en busca de remontar la goleada adversa de la ida, el Atalanta –tercer equipo más realizador de las grandes ligas europeas- iba a asestar varias cuchilladas en el lomo che.
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Igual, siempre esperé que el Leipzig desmontaría al subcampeón vigente del torneo, un Tottenham sin multitud de piezas clave. Nagelsmann fue superior de nuevo a Mou, y por ese camino los alemanes se confirmaron como revelación del año.
Pero luego no pude adivinar. En la eliminatoria Liverpool-Atlético me fui por el candidato de casi todo el mundo y fracasé. En la otra le aposté al club más débil a priori, y fue lo mismo.
Los colchoneros volvieron a probar su experticia en el arte de sufrir y, después de soportar un vendaval de los monarcas en ejercicio (34 disparos a puerta no son cosa de juego), resucitaron en el tiempo extra para colarse en cuartos de final.
Por último, el PSG –por fin- supo dar un golpe real de autoridad y, de la mano de Neymar, mató las ínfulas de un Borussia Dortmund que había vencido 2x1 en el choque de ida, Erling Haaland mediante. Ayer la historia fue distinta, y ahora los parisinos han echado a rodar sueños añejos.
La próxima semana, si el Coronavirus lo permite, quedarán definidos los demás sobrevivientes. Pronto, pues, volveré a arriesgar mis vaticinios.
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