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(...) Impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América (...)
José Martí Pérez (1895)
La estrategia médica del gobierno cubano frente al coronavirus resulta contradictoria porque si -hasta ahora- la tesis principal en cuanto al origen del foco asegura que el mal viene de afuera, con extranjeros y cubanos viajeros o residentes en el exterior que habrían importado el COVID-19, no se explica la persistencia en mantener abiertas las fronteras, asumir el riesgo que implican los infectados del MS Breamar, y cacarear sobre supuestas virtudes turísticas.
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Obviamente, estamos ante un nuevo intento del gobierno cubano de politizar una enfermedad, como ya hizo con el SIDA, achacando su llegada a la isla a un coreógrafo que había viajado a Nueva York, tesis desmentida luego por la honradez del doctor Jorge Pérez, que identificó a Angola como la fuente principal de contagio.
La verdadera causa de la epidemia de Neuritis Óptica que afectó a 50 mil cubanos, en 1993, fue escamoteada por orden del comandante en jefe Fidel Castro, que lapidó el criterio científico del doctor Héctor Terry Molinet, quien atribuyó el mal a las carencias alimentarias y no al enemigo; y más recientemente, con los brotes de Cólera, con origen en Haití, fueron rebautizados como Enfermedad Diarreica Aguda (EDA).
Cuba es un país de poca memoria, escribió Aldo Baroni en los convulsos años 30 del siglo XX, pero los cubanos saben que el castrismo suele cambiar de ropaje, alternando el caqui verde oliva y estrellas bordadas en los cuellos o charreteras doradas con las guayaberas; pero no de mañas y aunque pocos se arriesgan a contradecir al poder públicamente, la mayoría sabe leer al revés los mensajes cocinados en el Palacio de la Revolución.
Cuba es un país pequeño, empobrecido, sancionado por Estados Unidos, y con escasos recursos alimentarios y médicos para afrontar males más comunes como hipertensión, diabetes y diferentes tipos de cánceres. Hace meses que las farmacias cubanas carecen de casi todo y la llegada de medicamentos normados provoca colas no exentas de violencia verbal y algún que otro empujón.
Abundan testimonios de diferentes lectores de CiberCuba sobre la escasez de Vitamina C y de frutas cítricas en Artemisa, Pinar del Río, Sancti Spiritus y la región oriental de la isla. Un limón se cotiza a 5 pesos en varios pueblos de la isla.
La solidaridad tampoco debe ser esgrimida para este empeño porque el altruismo debe empezar por casa, y resulta hiriente que el mismo régimen que sanciona a médicos y demás personal sanitario con destierros de 8 años per cápita, ordena que cubanos puede salir y entrar a su país, se ponga ahora el disfraz de solidario para encubrir una operación de propaganda política y recaudación económica que -solo en el caso de la gestión aérea- será superior a los dos millones de dólares.
Y, como en toda crisis severa, deben tomarse en cuenta factores individuales como la negligencia y desmotivación de una parte del personal sanitario por hastío, agotamiento y lógico temor, la tendencia a la indisciplina social, en parte promovida por la pobreza y el monólogo totalitario con el mito de la invencibilidad, que lleva a algunos a no lavarse las manos, fanfarroneando que se las saben todas y que tienen Aché.
En poblados como Caibarién y Bauta hace días que falta el agua potable, que unos achacan a averías en las estaciones de bombeo y otros a la crisis energética, que condiciona las horas y capacidad de suministro del preciado líquido. En La Habana, Camagüey y otros puntos, las personas se agolpan en colas de horas para comprar pollo, jabón, gasolina , etcétera.
Otros lectores avisan de medidas excepcionales de prohibición de acceso al hospital militar "Luis Díaz Soto" (Naval) en La Habana, cerrazón que contradice la proclamada apertura cubana ante viajeros de todo el mundo para que vean Cuba que linda es Cuba, y algunos padres se han arriesgado a sanciones judiciales no mandando a sus hijos al colegio.
Demos por hecho que todos esos lectores son contrarrevolucionarios al servicio del imperialismo yanqui, demos por hecho que todos esos lectores están deseosos de que la estrategia gubernamental frente al coronavirus falle. Pero esos lectores no son culpables de la escasez de alimentos, agua potable y medicinas, ni tienen la opción de influir en las decisiones del gobierno cubano, aún cuando impliquen riesgos para su salud.
Y mucho menos son culpables del deterioro epidemiológico que acumula Cuba por la cronificación del Dengue, y la permanencia de focos de Zika y Chinkungunya, debido a la abundancia de mosquitos Aedes Aegypti, la suciedad por las carencias en la recogida y manejo adecuado de basuras, la escasez de agua potable y la ausencia de suministro regular de jabones, detergentes y otros artículos de limpieza.
Una situación excepcional requiere medidas excepcionales y habría sido saludable consultar a la población sobre la decisión de mantener la isla abierta a la llegada de extranjeros de países con notables índices de infectación y sobre la operación de evacuación del MS Braemar en tierra cubana.
Diciéndole claramente a los cubanos, queremos tener un gesto con Reino Unido porque necesitamos su apoyo frente al cerco del presidente norteamericano Donald Trump, y que Londres influya en el seno de la Unión Europea para que suavice sus exigencias en los casos de José Daniel Ferrer, Roberto Quiñones y Luis Manuel Otero Alcántara, entre otros reos políticos.
Definido el motivo, ¿cuál es el espíritu de las actitud y estrategia contradictoria del gobierno? El viejo estigma cubano de la grandiosidad excepcional que -en lenguaje vernáculo- se traduce en los cubanos somos lo máximo, que Cuba tiene las mejores playas del mundo, y que -en la baba sin quimbombó de la letanía oficial- encuentra sus máximas expresiones en el mito de nacimos para vencer y no para ser vencidos y en la eternidad de Baraguá, que fue un enjuague para ganar tiempo.
El castrismo, un poder longevo, ha extremado hasta límites ridículos la exacerbada peculiaridad nacional, que luego espabila a muchos emigrados cuando llegan al mundo real y ven que en muchos países se vive mejor que en Cuba sin que sus autoridades tengan que estar recordando constantemente a los ciudadanos las bondades de la democracia y la riqueza que produce bienestar y la justicia social.
De hecho, desde esas sociedades neoliberales enfermas -especialmente desde Estados Unidos- provienen las remesas monetarias y las recargas telefónicas que simbolizan la solidaridad real y efectiva entre cubanos, a los que la casta verde oliva sigue agrediendo con tarifas leoninas en todos los ámbitos, incluidos los precios de alimentos y medicamentos en divisas extranjeras.
Un gobierno puede decidir la estrategia epidemiológica que crea más conveniente para preservar la salud de los ciudadanos, que es una obligación, pero lo menos que podemos esperar en una situación de incertidumbre mundial por el coronavirus, es prudencia y sensatez.
Una epidemia de coronavirus en Cuba -escenario indeseable desde cualquier punto de vista- sería mucho más costosa humana y económicamente que las pequeñas ventajas proporcionales que reportarían cinco minutos de propaganda virtual y la llegada de unos pocos turistas despistados y oportunistas porque la mayoría de la sociedades emisoras de viajeros hacia Cuba están aterradas y, además, conocen la realidad sanitaria y económica de la isla, como revelan las continuas quejas de turistas sobre hoteles y servicios.
Ojalá que ni un cubano más enferme de coronavirus ni de nada, que los infectados se recuperen cuanto antes, que llegue a la familia del señor italiano fallecido las condolencias de todos los cubanos del mundo, ojalá que Cuba llegue a ser un país normal y no fallido.
Pero jugando a contradicciones tácticas, rara vez se alcanza el éxito porque la verdadera excepcionalidad insular consiste en que padece la dictadura más antigua del continente, que empobreció a millones de ciudadanos, incluso con títulos universitarios, provocó el exilio e inxilio de otros muchos y que insiste en alardear de independencia cuando no puede vivir sin los dólares norteamericanos.
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