Una vez hubo un hombre por Mantua o por Sibanicú, que le nombraban Juan Candela y que era de pico fino para contar cosas. El cuentero, Onelio Jorge Cardoso.
Revolución es no mentir jamás (...) Fidel Castro Ruz.
El tardocastrismo basa su estrategia de comunicación sobre el coronavirus en viejos elementos de su prédica política, con ligeras variaciones para amoldarla al acceso creciente de los ciudadanos a medios de prensa extranjeros e independientes, pero con la orden permanente de que Cuba es el menos malo de los mundos posibles, que lo negativo y erróneo siempre viene de fuera y que -aun en la precariedad que imponen pobreza comunista y sanciones de Estados Unidos- los médicos de la isla podrían salvar al mundo.
El Palacio de la Revolución ha pretendido imitar selectivamente -en su estilo de comunicación- al gobierno español, usando a un experto sanitario para que vaya contando, con un día de retraso, el avance del coronavirus en la isla; y el anuncio de que el domingo comparecería el Ministro de Salud Pública, José Ángel Portal Miranda, encendió las alarmas.
En España, el presidente de gobierno comparece casi a diario; Díaz-Canel no lo hace desde la Mesa Redonda de los 21 enfermos de coronavirus. Marrero Cruz se alivió el luto con guayabera azul oscura y ha hecho mutis por el foro. El Rey Felipe VI hizo una comparecencia monográfica sobre el coronavirus. Raúl Castro Ruz permanece ausente de la escena pública cubana desde antes del anuncio de los tres italianos contagiados de COVID-19.
Viejo truco. La gente creerá que la situación está jodida, pero cuando vea que son solo 20 casos más y que no llegamos aún a los 150 enfermos, respirará aliviada y -de paso- le damos un repaso a Estados Unidos y Europa, insistimos en la disciplina y el aislamiento sociales y lanzamos algunos mensajes de complicaciones a la vista con más camas hospitalarias y de cuidados intensivos en la reserva.
Un repaso a la primera parte de la rueda de prensa de Portal Miranda, protegido con nasobuco de tela, revela a un ministro cubano consternado por la desgracia que asola al mundo y que vivaquea entre cifras de muertos y enfermos ajenos, brigadas médicas cubanas salvando a personas en otros países, y apenas unos datos sobre el regreso de cubanos, desde el extranjero y sometidos a cuarentena.
En comunicación hay un viejo valor que es la proximidad y -naturalmente- los cubanos están muy deseosos e interesados en tener detalles de los enfermos, sospechosos y observados epidemiológicamente en Cuba y menos preocupados, aunque conmovidos, por lo que ocurre en el mundo.
Ah, pero el gobierno primero vende la pandemia mundial y luego, su versión de lo que está pasando en Cuba, que este domingo el ministro aderezó, poniéndose a la defensiva, y asegurando que están siendo transparentes como el cristal. ¿No habíamos quedado que revolución es no mentir jamás?
¿Qué ocurre realmente? Los partes diarios de la Contrainteligencia Interna echan humo a partir de tres hechos: La operación financiera de atraque y evacuación del crucero MS Braemar, el contagio provocado por un grupo de ciudadanos chinos en la zona de Mariel y Quiebra Hacha, que sigue sin ser esclarecido oficialmente, y la preocupación de los cubanos por el desamparo que sienten, sabiendo que especialistas y licenciados en enfermería están siendo enviados a zonas de desastre, en cumplimiento de convenios de venta de servicios médicos.
La reacción popular obligó al gobierno a cambiar sus planes y rectificar -felizmente- la irresponsabilidad de atraer turistas, incluso aunque llegaran de países con altos índices de infestación y muerte; mantener las escuelas abiertas a contrapelo de la lógica paterna y el empeño baldío en mantener un nivel de actividad socioeconómica irrentable y suicida.
El gobierno cubano debe padecer de problemas auditivos y este domingo no tuvo más remedio que abrir el turno de preguntas al ministro de Salud Pública, con el periódico Granma preguntando cómo afecta a la cobertura sanitaria nacional la exportación de médicos y enfermeras. Más claro, agua.
Los cubanos están empobrecidos por la conveniencia de la casta verde oliva de ser los únicos ricos en un mar de calamidades, incluido el deterioro de los niveles sanitarios que admiraron al mundo hasta el desplome de la URSS, pero no son tontos, tienen criterio, sensibilidad y memoria.
Las versiones oficiales sobre la aparición y estragos de la meningitis meningocóccica, el dengue, el sida, la neuritis óptica, el zika, el chikungunya y el cólera muestran una dilatada hoja de mentiras y medias verdades.
¿Cómo puede hablarse de potencia médica en una isla empobrecida con notables carencias de alimentos, agua potable, higiene y energía eléctrica? Viejos clínicos sostienen que la salud es nutrición e higiene; no lo dice nadie en Miami, sino muchos de aquellos tres mil médicos que no se fueron de Cuba tras el triunfo de la revolución.
Muchos cubanos no se fían del gobierno ni del partido comunista y su desconfianza está refrendada -paradójicamente- por la propia torpeza de los cincuentones con mando que -al disparate de aparecer con nasobucos textiles que no sirven contra el coronavirus- no han tenido peor ocurrencia que colocar un gran retrato del difunto Fidel Castro Ruz en el set de las ruedas de prensa sobre la epidemia.
El comandante en jefe ya vivió y gobernó, queda pendiente el juicio de la historia; pero el gobierno actual manipula su figura en búsqueda de la legitimidad de la que carece.
Pero todo ello tiene una explicación, el gobierno cubano está aterrado por la combinación de pobreza estructural y enfermedad, de ahí que haya organizado una ronda de ministros y ministras que van avisando -con desigual estilo- la llegada del segundo Período especial en tiempos de paz, a partir del primero de abril.
El mensaje consistirá en culpar a Donald Trump y el coronavirus de la nueva etapa de desventura que acecha al noble y generoso pueblo cubano, obsesionado, desde hace años, con una idea: Algo habrán hecho mal estos compañeros para que vivamos sin pescado fresco, sin café, sin carne de res, sin leche fresca, etcétera, etc., y angustiados por si nos enfermamos.
Solo queda rezar para que Juan Candela no mute en Moñigüeso y -harto de tanta fealdad- apedree en la cara al prójimo que tanto lo atormenta.
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