El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, ha regresado al país -tras una gira prolongada por Júpiter y Saturno- se ha consternado con la escasez de jugos, limonada y guarapo, pero está aliviado con el número creciente de cubanos que tienen hornos microondas y que aguardan, como agua de mayo, platos precocinados para darle el toque final en sus cocinas.
La alegría que nos ha dado el presidente ha sido triple: lloverán jugueras, limones y guarapo, quien no tenga un microondas no podrá ser considerado hombre de vanguardia y su conversión al anticastrismo con esa dosis de ternura olvidadiza que -de cuando en vez- ataca a los cuadros del tardocastrismo.
Cuando Richard Nixón acabó con las jugueras durante la ofensiva revolucionaria de 1968, más de la mitad del Comité Central del PCC se opuso; pero Cuba se quedó sin jugos. Cuando una agresión de la CIA, en un acto de guerra biológica, secó cuantos frutales aromatizaban La Habana para rodearla con un cordón de café; Carlos Puebla se opuso, pero los habaneros se quedaron sin tomar café.
Cuando en 1986, Ronald Reagan cerró los Mercados Libres Campesinos, Raúl Castro Ruz se opuso, pero los cubanos se volvieron a quedar sin malanga y sin frutos menores. Cuando en 2002, George W. Bush desmanteló la industria azucarera cubana, Carlos Lage Dávila se opuso, pero los cubanos se quedaron sin guarapo.
Cuando en 2007, George W. Bush mató a Ubre Blanca, Raúl Castro Ruz también se opuso, pero los cubanos se quedaron sin vasos para echar la leche que mana -desde entonces- a raudales por valles y montañas, como el hallazgo aquel de Meñique, el héroe martiano.
Alguna sustancia extraña debe tener el agua de la presa Minerva cuando los comunistas del centro de Cuba cantinflean sin pudor delante de un micrófono, como le ha ocurrido al presidente Díaz-Canel en una insensatez coloquial y ridícula, incluida la toma de televisión anticubana que muestra a un burócrata haciendo de norcoreano con la toma de notas.
Un militante del PCC en Villa Clara, tierra natal del presidente, cometió la insensatez de decirle a Fidel Castro Ruz, en los albores del Período especial en tiempos de paz, que cuando Batista, los pobres -al menos- comían raspadura... y que debían volver los mercados campesinos.
Perturbado comunista aquel, empeñado en vincular dulce pirámide con Don Fulgencio y merolicos con perestroika; ecuación que encolerizó al comandante en jefe como si aquel guajiro fuera un agente secreto de Mijail Gorbachov.
¿Qué necesidad tiene un presidente de insultar a los ciudadanos con esa bobería solemne de priorizar los jugos, la limonada, el guarapo y la comida precocinada; sabiendo que a partir de junio la escasez será mayor aún y que su ministro de Economía ya advirtió que no habrá abundancia ni podrán cubrir toda la demanda de alimentos de la población?
Solo dos razones pudieron obligar a Díaz-Canel a hacer tamaño ridículo: Miedo a una Primavera cubana y tratar de desviar la atención de la segunda jugada de su gobierno para intentar hacerse con los dólares en manos de los afortunados cubanos con fe y negocios privados oficiales y por la izquierda.
La Resolución 73/2020 de la presidenta del Banco Central, publicada en edición Extraordinaria de la Gaceta Oficial confirma la división de Cuba en tres grandes clases sociales: La casta verde oliva y de guayabera de hilo; los cubanos con acceso a dólares y los empobrecidos.
La Primavera Árabe estalló por el exceso de celo de un policía de Túnez que multó y decomisó la carga de frutas y verduras a un vendedor ilegal, padre de familia que volvió a su casa y se quemó a lo bonzo, incendiando su barrio y de ahí todo el mundo árabe, abrasando a Gadaffi y Mubarak; entre otros.
Raúl Castro sintió tanto miedo que ordenó al Ministro del Interior suavizar la represión interna contra la dinámica bolsa negra cubana, esa que ahora es mostrada en la televisión anticubana por un Torquemada al que le metieron un conteo de protección años atrás y se reeducó.
El gobierno añora todos los dólares que circulan por Cuba y para ello ha reforzado su mecanismo de recaudación con el objetivo de incentivar los envíos de dinero por medio de transferencias bancarias a las familias; la dolarización parcial de la economía con desgaste político por diferencias notables entre cubanos: Los que puedan abrir y mantener cuentas en dólares y los que viven el arte de la espera.
Y fragmenta la oferta de dinero de los bancos con cuentas en pesos cubanos, en CUC -que tiene los días contados- y en dólares, con la ventaja de el vendedor hegemónico, que es el estado de ¿obreros y campesinos? fijará los precios de acuerdo a ratios internacionales para ganar mucho más y atrapando recursos de la economía informal.
SI alguien duda de esta ecuación, solo debe comprobar que los precios aplicados por la industria turística estatal a los cubanos son iguales a las tarifas para canadienses y europeos que -como todos sabemos- sufren una brutal crisis y cobran sus salarios y pensiones en Euros y dólares, que valen 25 veces menos que el peso cubano, ese oscuro objeto de deseo de Wall Street.
Una vez perfilada la técnica bancaria de dolarización, faltará arruinar a las mulas para que tampoco puedan vender pacotilla y los cubanos deban pasar por la caja de la tienda menos lejana a su bolsillo.
Como suele ocurrir en coyunturas similares, no faltarán ahora reportajes sobre la iniciativa de colectivos projugueros, prolimonadas, proguarapos y propizzas precocinadas con titulares alegóricos:
Saludan 26 de julio con sobrecumplimiento en la producción de jugos varios. Cooperativistas donan naranjas dulces y limones partidos para el pospuesto congreso de la ANAP. Jubilados azucareros enfrascados en rescatar trapiches. Federadas crean la pizza precocinada de quimbombó para sustituir importaciones. Investigadores del polo científico descubren proteína combinada en la cáscara del limón y el bagazo de caña de azúcar.
Hace unos años, Raúl Castro se encabronó y soltó: Basta ya de estar bordeando el precipicio. Parece que nadie escuchaba porque ya están en el precipicio.
Pero aún se oirá cantar a los caballos y relinchar a los jinetes recreando la tarde gris en que Díaz-Canel; poseído por el espíritu de Margot, la ayudante de Nitza Villapol, pretendió enseñar a los cubanos el camino de la prosperidad; lástima que su paisano Onelio Jorge Cardoso se le adelantara con el tío de Juan Candela, que tomaba el camino de la ciénaga, pegado a la sierra, y volvía con un saco lleno de comida que volteaba sobre el piso para asombro de todos.
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