Nunca es tarde si la dicha es buena: el gobernante Miguel Díaz-Canel, en la última reunión del Consejo de Ministros, dijo “que la transformación productiva que necesita el país debe garantizar más eficiencia, productividad, utilidad e ingresos, que satisfagan las demandas internas y de posibilidades de exportación” para lograr más desarrollo, prosperidad y bienestar económico.
Reconocer la necesidad de cambios es importante. En eso estamos de acuerdo, pero discrepamos en la forma de conseguirlo. Según Díaz-Canel se pueden conseguir con “un profundo ejercicio de pensamiento innovador, que nos conduzca a una estrategia real de enfrentamiento a la crisis mundial generada por la pandemia de la COVID-19”.
Sin embargo, yo le advierto que no, que esto no es suficiente, que el tiempo para la reflexión quedó atrás y que, como él sabe, si no se actúa rápido y de forma contundente, Cuba pasará a integrar la nómina de países del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PMA). Más temprano, que tarde.
Y realmente, tal y como están las cosas, poco importa que los objetivos definidos de transformación estén en “correspondencia con los acuerdos de los congresos del partido, las conquistas de la revolución y la obra de justicia social que ella ha desarrollado”.
Los cambios consisten precisamente en eso, en dejar atrás lo que no funciona, lo que lastra el progreso, lo que impide a una sociedad progresar y dar de comer a toda su población. Esta es la urgencia inmediata y el pasado, realmente, sirve de poco para enfocar el futuro. Al menos en términos económicos.
Hace tiempo vengo señalando que existe una oportunidad única para Cuba de lograr un futuro de bienestar económico y prosperidad, si se aprovecha la coyuntura del COVID19 para implementar cambios de alcance en la economía, que sirvan para recuperar su base productiva, y para darle un giro de 180 grados.
Aquí reside el éxito de cualquier proceso, llámese si se basa en la conceptualización del modelo económico y social o en lineamientos. Lo que importa es actuar, y hacerlo cuanto antes.
La receta es compartida. Hay que eliminar “trabas y concretar cuestiones ya planteadas en políticas y que no están totalmente implementadas”. Para ello hay que “cambiar un grupo de maneras de operar, de actuar y de dirigir, sobre todo la economía”.
Bienvenidas sean estas palabras del presidente, si van acompañadas de las medidas necesarias para hacer realidad el discurso. Las trabas de la economía son bien conocidas, las cuestiones y políticas no implementadas se sabe cuáles son y porqué.
Los cambios no deben quedar en maquillaje superficial sino entrar en profundidad en todo aquello que no sirve, que es mucho.
Y ahí está el problema de Díaz-Canel. Para producir alimentos, por ejemplo, no basta “perfeccionar instituciones y procesos”, hay que ir más allá, modificando esas instituciones para que puedan actuar en un marco de eficiencia, alejado de controles e intervenciones directas del estado.
La clave está en apostar por una concepción distinta de la actual, que permita a los agricultores decidir libremente la superficie de sus tierras en explotación, acceder a sus títulos de propiedad por medio de la correspondiente financiación, incrementar o reducir las parcelas en función de la especialización productiva, adquirir libremente los insumos que necesitan sin límites contando si es necesario con la aportación del capital extranjero, promoviendo la distribución mayorista competitiva a los mercados de consumo.
Estos son los cambios imprescindibles en el campo cubano, por eso, no se puede hablar de “perfeccionar, actualizar, modernizar, etc” porque se tiene que meter la tijera a lo que hay y desechar lo inútil. Lo que ha llevado a Cuba a la situación actual a las puertas del PMA de Naciones Unidas.
Aunque el momento no sea el adecuado, hace bien Díaz-Canel en plantear el ejercicio de pensamiento basado en un cuestionamiento y revisión de todo. Mi consejo, que cuente en este ejercicio con todo el pueblo cubano, no solo con los afectos al régimen comunista, sino que de entrada a los disidentes y opositores, que escuche la voz de las asociaciones de productores independientes, de los think tanks, de los especialistas en economía, y todos los que tienen posiciones y propuestas que aportar.
Ese sería un buen comienzo. Si Díaz-Canel se preocupa de revisar contenidos descubrirá que las redes sociales están llenas de buenas intenciones, de estudios de calidad y nivel que precisamente abordan los tres objetivos fundamentales que se plantean, “cómo se regresa a la nueva normalidad; cómo se evita un rebrote o se enfrenta en caso de suceder, y cómo se reducen los riesgos y vulnerabilidades a consecuencia del nuevo coronavirus”.
Coincidencia en los diagnósticos, permite acercar posiciones para afrontar los problemas, sobre todo cuando la situación es crítica. Otros países han experimentado escenarios similares y les ha ido bien. Tal vez ha llegado la oportunidad para Cuba aunque sea en momentos muy difíciles.
Si Díaz Canel quiere realmente hacer cambios, tiene que escuchar todas las voces que plantean propuestas concretas, planes y actuaciones que merecen ser tenidos en cuenta, porque inciden en los mismos problemas y definen escenarios a alcanzar sobre los que resulta difícil no estar de acuerdo.
Cuba necesita un modelo de progreso y prosperidad que ponga la comida al alcance de todos los cubanos.
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