Quiera Dios que la comparsa de sábanas blancas, divisables en numerosos balcones de La Habana, en homenaje a Eusebio Leal, sean algo más que un gesto de merecido homenaje. Ojalá las sábanas expuestas al sol se transformen en voluntad de muchos por continuar su legado, un legado de ideas y palabras muchas veces relacionadas con el refinamiento, la cultura, las creencias religiosas (que sostuvo cuando eran bien vistas y mal vistas), la elegancia, el buen gusto, el saber hablar y comportarse.
Durante todo el tiempo que estuvo al aire el programa televisivo Andar La Habana, Eusebio Leal se ganó un lugar entre los más elocuentes y los mejores comunicadores de Cuba, no solo por su conocimiento de la historia, sino también por su elocuencia e, incluso, por un sentido del humor del que se habla muy poco.
Siempre se recuerda al hombre vestido de gris y repartiendo doctas conferencias. Esa es no más que una de las imágenes para recordar de un hombre que conocía el dedillo el mayor don de la oratoria: comunicar con la mayor claridad posible, el mayor número de grandes ideas, a la mayor cantidad posible de oyentes.
El primero de los grandes enemigos que combatió Leal, hasta su muerte, fue el olvido, la amnesia, la cubanísima tendencia a vivir el día a día sin recordar lo que pasó antes, de dónde venimos, quiénes nos precedieron y todo lo que hicieron para fundar un país y hacer crecer la nación.
Ni Martí ni Maceo ni Gómez ni Céspedes eran, en sus relatos, santos de mármol y bronce. Daba gusto escucharle hablar de ellos en su dimensión humana, con la correspondiente exaltación de virtudes y heroísmos, pero siempre desde el respeto, la comprensión y el amor, que son las únicas vías para describir a personas que, antes de ser héroes, se comportaban como seres humanos.
La comprensión de la etapa colonial, y sobre todo la descripción de lo que significó cada década de la República, explicada desde una nueva luz, sin el prejuicio que la observaba todo lo acontecido antes de 1959 solo en sus peores defectos. Ese fue uno de los prejuicios que más energía le costó a Eusebio Leal, enfrascado hasta sus últimos días en la reparación del Capitolio, símbolo supremo de aquella República. Las decenas de intervenciones de Eusebio sobre esa obra constituyen paradigmas de cómo asumir, desde la honestidad y el rigor, la historia de Cuba desde 1902 hasta 1959.
Para recordar todo ello protagonizó la Oficina del Historiador de la Ciudad, además de espacios televisivos y radiales, escribió artículos y ponencias, y desde la infraestructura de la Oficina patrocinó libros, discos, conciertos, Rutas y Andares y decenas de acciones culturales y artísticas.
Cuando un proyecto cultural se empantanaba, y parecía que nunca iba a encontrar su final y su destino, la Oficina del Historiador, es decir, Eusebio Leal y un grupo muy selecto de dinámicos e inteligentes colaboradores, lograban implementarlo, llevarlo a vías de hecho. Porque se oponía por completo a la inercia de considerar imposible lo que muy bien podía verificarse, con algo de buen gusto y similar voluntad.
También fue enemigo acérrimo de la grosería y la vulgaridad, y por lo tanto cada vez que hablaba en público lo hacía desde un castellano de amplísimo vocabulario, y que eludía los giros gastados por el uso, o impuestos por las modas. Lo escuché dando conferencias que terminaban “haciendo cuentos”, con una simpatía cubanísima, hasta picaresca, pero jamás claudicó con la chusmería dominante, ni apoyó por un segundo manifestaciones vejatorias o discriminantes.
Todavía se recuerda, y se recordará por mucho tiempo, su intervención en el VII Congreso de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), el 2 de abril de 2008, cuando habló en contra la discriminación racial y sobre el respeto a la diversidad:
»Es necesario que cuando vean pasar a uno cualquiera de nosotros, que sea singular, lo respeten y lo estimen; que no digan nunca, como afirmábamos al principio de la Revolución: “Ahí va un negrito”; que no digan nunca más: “Ahí va un homosexual”, o, como estamos en una república literaria y es muy español, “un maricón”. ¡No! ¡No!, ya que tanto hemos luchado por la libertad, que se respete nuestra singularidad. Eso es lo que hemos logrado en esta reunión, y por eso hemos llegado hasta aquí»
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