Hace hoy 51 años, el 12 de agosto de 1969, agobiado por las deudas, los prestamistas y la quiebra de su proyecto en el exilio, Miguel Ángel Quevedo y de la Lastra, director de la mítica revista Bohemia, se quitó la vida en su apartamento de Caracas, disparándose en la sien con un revólver calibre 38.
Fue una tragedia personal y la muerte simbólica de un periodismo autónomo que aspiraba a prolongar los sueños de miles de exiliados de retornar a una Cuba en democracia.
Quevedo encarnaba los ideales de una prensa libre, un país con derechos plenos para sus ciudadanos y una república restaurada, ajena a la imposición comunista.
Desde su nacimiento en 1908, Bohemia se erigió en una publicación de liderazgo en la escena pública y llegó a convertirse en el semanario de mayor circulación e impacto en América Latina. Su padre le entregó la conducción de la revista cuando Quevedo tenía apenas 18 años, y el joven encaró también la oposición contra la dictadura de Gerardo Machado y cumplió prisión política en varias ocasiones.
El prestigio de Bohemia se multiplicó como tribuna de denuncia de los regímenes dictatoriales que proliferaron en América Latina desde los años 30 y Quevedo volvería a emerger como crítico altivo contra el golpe de Estado y el ascenso al poder de Fulgencio Batista a partir de 1952.
Si una publicación lideró la batalla cívica y promovió la insurrección armada contra Batista fue Bohemia, que llegó a publicar el histórico Manifiesto de la Sierra Maestra para unificar la oposición antibatistiana en 1958. El triunfo revolucionario de Fidel Castro fue respaldado con una edición especial que imprimió un millón de ejemplares el 11 de enero de 1959.
Pero la suerte le jugó una mala pasada. Quevedo terminó siendo víctima de la megalomanía totalitaria de Castro y sus ataques contra la prensa libre, y se vio obligado a marchar al exilio tras asilarse en la embajada de Venezuela en La Habana en el verano de 1960.
Establecido en Miami desde septiembre de 1960, inició la publicación de Bohemia Libre con el respaldo de $40.000 dólares mensuales del Departamento de Estado de Estados Unidos. La ayuda estadounidense se prolongó hasta poco después de la fallida invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961 y la revista tuvo que cambiar de sede de Miami a San Juan, Puerto Rico, y luego a Caracas.
Pero el proyecto era insostenible y un Quevedo endeudado y desesperado optó por el suicidio en su propio dormitorio. En el apartamento estaba su hermana Rosa Margarita Quevedo, que oyó el disparo desde la cocina.
Junto a su cuerpo inerte se encontraron dos cartas. En una nota dirigida a "las autoridades competentes y a la opinión pública" asumía su decisión sin culpar a nadie, y pedía "perdón a cualquiera que pudiera haber ofendido". La segunda misiva era para su entrañable hermana Rosa.
Una carta apócrifa
En vísperas del aniversario de la muerte de Quevedo, en las redes sociales y otros espacios mediáticos de Miami ha vuelto a circular una supuesta "carta del adiós" del director de Bohemia. La resurrección del texto es cíclica en nuestro entorno, redescubierta -casi siempre con buena voluntad- por personas que desconocen la verdadera historia del asunto.
Pero el documento que trata de presentarse como el testamento político y periodístico de Quevedo es apócrifo.
La carta falsa apareció publicada poco después del suicidio de Quevedo, dirigida a Ernesto Montaner, aunque nunca pudo mostrarse una copia original o facsimilar del texto. Su redacción se le atribuye al propio Montaner.
Tras llegar al exilio hace más de 20 años, escuché a viva voz los testimonios de dos colaboradores cercanos y amigos de Quevedo que fueron los primeros en esclarecerme el entuerto epistolar: los legendarios periodistas Agustín Tamargo y Carlos Castañeda, ambos ex redactores en la Bohemia de la etapa republicana.
Tamargo, quien fue subdirector del proyecto de Bohemia Libre, siempre se cuestionó la existencia de la carta y se desgañitaba en la radio negando su autenticidad cada vez que un oyente o una persona aludía al documento como válido.
Castañeda, exdirector de El Nuevo Herald, también coincidía con Tamargo, por las mismas razones que los asistía a ambos: el conocimiento de la personalidad de Quevedo, el testimonio de su familia y el estilo de redacción de la carta.
"Fui amiga de Rosa Quevedo y le prometí que cada vez que viera esa carta apócrifa de su hermano, escrita por una persona malvada, lo denunciaría... y así lo he estado haciendo cuando me la encuentro publicada en alguna parte", comentó Lillian Castañeda, viuda de Carlos Castañeda. "Seguiré cumpliendo mi promesa con Rosa siempre que esté a mi alcance".
Tras la muerte del hermano, Rosa Quevedo vino a vivir a Miami, donde falleció años atrás.
Lillian sustenta su criterio en las evidencias que arroja una simple revisión del texto falso. Recuerda que Quevedo no era un periodista de redacción depurada y no escribía con corrección estilística y "esa carta está demasiado bien escrita".
"Tengo una carta de puño y letra de Miguel, dirigida a Carlos, que muestro para evidenciar la diferencia en estilo", manifestó Lillian durante la conversación con CiberCuba.
La entrevistada agrega que Montaner no era amigo cercano de Quevedo, sino solo un conocido más, lo que hace inexplicable que le escribiera esa carta de confesiones.
"Eso es algo que no tiene sentido", aseveró. "Además, lo que dice esa carta no tiene que ver con lo que pensaba Quevedo en el momento de suicidarse... Él no estaba arrepentido de nada, ni de su posición política, ni de sus creencias, ni nada por el estilo. Miguel jamás hubiera escrito esa carta".
Lillian rememora a Quevedo como "un hombre súper generoso, a quien le costaba vivir corto de dinero, contando los centavos".
"Para ser generoso hay que tener con qué, y él no podía vivir sin dar", relató.
Memoria y distorsión
La carta-testimonio de Quevedo se ha convertido en uno de los mitos indudables a la hora de denunciar la censura de prensa y las falsedades que encumbraron a Fidel Castro en el poder.
No han faltado publicaciones extranjeras que la han referido como uno de los documentos fundamentales para legitimar la lucha por la libertad de prensa en el continente. Y debemos reconocer que su contenido es verosímil, pero la verosimilitud no puede confundirse con lo verídico. Es la diferencia que hay entre la ficción y el documental a la hora de escribir la historia con la menor cantidad de imperfecciones posibles.
No es este el único de los seudomitos que han marcado numerosos episodios de la historia nacional, en la isla y en la diáspora.
Pero la responsabilidad de la memoria histórica, que es siempre el mejor antídoto contra el olvido, es allanar el camino hacia la más estricta verdad para los cubanos del presente y del futuro. No hace falta una sola mentira para denunciar las iniquidades de nuestro acontecer nacional ni para estar orgullosos de lo que somos.
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