En paralelo a la profundización de la crisis que asola a Cuba y padecen la mayoría de los cubanos ha surgido una generación de francotiradores emigrados que azuzan, desde lejos y a resguardo del hambre y el G-2, la rebelión de las masas, apuestan por el embargo total e insultan a sus paisanos que no han tenido la oportunidad de irse del país.
Ningún cubano es carnero: Cuba es un pueblo sufrido, empobrecido y vejado por una casta verde oliva con discurso y prácticas delirantes que solo persiguen su mantenimiento en el poder durante todo el tiempo posible.
La mayoría de la población cubana son ancianos que recuerdan con dolor la desigualdad y pobreza que padecieron en la república, la represión desatada por Batista y sobremueren con el corazón partido en dos porque agradecen a la revolución tener una casa desvencijada y que sus hijos y nietos hayan estudiado, aunque ahora no puedan verlos ni besarlos porque emigraron.
En Cuba apenas queda población joven y muchos de los que permanecen, sueñan con irse al extranjero; circunstancia demográfica a la que se une el conservadurismo de las personas mayores, casi siempre reacias a los cambios, como le ocurre a Raúl Castro Ruz, que pasó de reformista multiplicador de vasos de leche a jefe del ejército en un noticiero.
Sería desolador suplantar el totalitarismo castrista con otro monólogo totalitario que excluya a buena parte de los cubanos porque militaron en la juventud o el partido comunistas, porque fueron militares, cederistas, federadas o pioneros; como pretenden hacer algunos que en Cuba estuvieron calladitos todo el tiempo, luego abandonaron a sus familias para emprender dura emigración y ahora se autoerigen en padres de la patria.
Un viejo personaje cubano ha vuelto con fuerza: El capitán Araña, famoso por formar y alentar una tropita a la que dejó abandonada y se puso a resguardo del peligro. La novedad en los nuevos capitanes arañas, que empujan sin darse golpes, es el ejercicio aplicado de la desmemoria, como si el aeropuerto cubano por donde emigró tuvo en ellos el efecto de máquina del tiempo.
Cuba no debe construir su futuro basada en hombres pródigos, desmemoria selectiva y la repetición de la limpieza ideológica que el castrismo impuso y practica con desfachatez e impunidad; hasta un día.
Quizá los francotiradores se han puesto nerviosos ante lo que ya anuncian como el inminente desplome de la dictadura y pretenden hurtarle el natural protagonismo que la historia y la política conceden a quienes permanecen malviviendo bajo las botas represivas, por delante de quienes -libremente y en ejercicio de su derecho- pusieron tierra por medio.
No existe un solo caso de transición a la democracia en que los emigrados hayan tenido un papel protagónico frente a los adentrinos que -en el caso de Cuba- posibilitará un consenso entre los sectores reformistas de la dictadura, incluido los militares inteligentes, la maltratada y perseguida oposición y los activistas; acompañados por Estados Unidos, la Unión Europea y la vanguardia de la emigración cubana.
Azuzar desde lejos una revuelta popular que desate una noche de San Bartolomé en Cuba constituye uno de los peores ejercicios de cinismo y cobardía y otro ejemplo de la desmesura baldía y melancólica de algunos emigrados sin valor suficiente para volver a La Habana y encabezar la rebelión de los vegueros.
Solo los cubanos que padecen y sufren los embates diarios de la dictadura comunista deben decidir sus acciones y formas de lucha política; a los emigrados corresponde ser leales y fraternos compañero de viaje de aquellos que sufren, aportar ideas y defendiendo que cualquier cambio vaya presidido por civismo, democracia e igualdad de oportunidades.
Cuba no se ha democratizado porque su Gobierno tiene miedo, la oposición aún no consigue centrar una agenda de cambio a favor de todos y en contra de nadie, la mayoría de los emigrados contribuye de manera generosa y decisiva al sostenimiento del status quo por solidaridad con su familia en forma de remesas y recargas y porque el pensamiento contemporáneo, salvo excepciones, carece de visión estratégica.
Los cimientos del cambios palpitan en Cuba como nunca antes: Capital humano, gusto por vivir bien, conocimiento más objetivo de la vida en el extranjero, crisis de legitimidad política del gobierno y una anemia perniciosa de la economía.
Si alguien duda de la capacidad de muchos cubanos para crear riqueza y bienestar, solo debe asomarse a los capítulos de terror maoísta del noticiero de televisión para ver cuantos han ido aprovechando las pequeñas rendijas que abre el egoísta e insensato poder para crear empresas y generar actividad económica rentable; esa virtud no está al alcance de los carneros, sino de hombres y mujeres virtuosos, que también son sus clientes, reconocen su esfuerzo y se espantan ante la represión.
De igual manera actúa buena parte del despreciado sector empresarial estatal, ruinoso por imposición comunista, pero con dirigentes bien formados, expertos en simular y que viven instalados en la economía de trueque; pero conociendo los efectos devastadores del chavismo en la economía cubana y añorando una reforma estructural.
Cuba tiene buenos obreros, buenos técnicos medios, buenos universitarios en toda las ramas; nobleza y capacidad de emprendimiento que asusta a América Latina y el Tercer Mundo y padece los peores políticos, a los que ahora se suman vocingleros jurando venganza eterna y otras guaperías de cerebros fallidos.
Un horror no debe suplantarse con otro horror, aun cuando haya cubanos justamente dolidos porque el castrismo arruinó sus vidas y haciendas; pero deberán asumir la pragmática conducta de perdón sin olvido para evitar que Fidel Castro Ruz y sus acólitos impongan su final neroniano.
Un médico, un soldador, un panadero, un maestro no serán mejores o peores por su militancia política, sino por el desempeño cabal o descuidado de sus funciones y su capacidad para servir a los demás. El pueblo cubano no es el lumpen del castrismo residual embotado de alcoholes destilados clandestinamente y jugando dominó, sin oficio ni beneficio; como tampoco el exilio son la minoría de vagos y maleantes que aparecen en la prensa por fraudes y enredos típicos de la cultura de la pobreza.
Cuba y su pueblo merecen lo mejor; solo debe librarse de la plaga que acongoja a la nación, incluidos los gatillos alegres del pugilato emigrado y ese ombliguismo que nos persigue desde aquel Martí pretencioso, que creía impedir "a tiempo" con la independencia de la isla, la expansión norteamericana en América Latina; igualitico que cubanos inflamados que se consideran llamados a desempeñar un papel crucial en las elecciones de noviembre, en un país de más de 230 millones de ciudadanos habilitados para votar; como si Donald Trump dependiera del sufragio cubano-americano y no de los norteamericanos que reconocen sus cualidades.
Una Cuba plural, tolerante, rica y solidaria será el mejor triunfo sobre el totalitarismo de fusilados, ahogados en el Estrecho de la Florida, parametrados por ideología, raza y sexualidad, escasez crónica disfrazada de pobreza digna y mendicante de dólares y euros, discursos plagados de mentiras y trucos; y ofrecería una imagen impagable: El PCC pasaría de ser hegemónico a minoritario por votación popular.
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