Ahora que en una memoria USB, “el paquete” la llaman en Cuba, es posible llevarse al obligado encierro hogareño casi cualquier mensaje, Three Seasons de Tony Bui debería verse en Cuba. Descubriríamos un paisaje de lotos sin el humo de las bombas, de súbito cambiado por una hilera de bicitaxis cuyos dueños se disputan los turistas que salen de bares y hoteles, acompañados de chicas tan bellas como las nuestras.
Es Cuba y no lo es. Algo de razón tuvo Carlos Marx cuando escribió “Todos los grandes hechos y personajes universales aparecen dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa.” Vietnam fue la tragedia, mientras Cuba, sin muertos propios ni invasores matados, baila aún su comedia.
En la antigua Saigón una muchacha esparce la fragancia de sus lotos que ha de vender en dura competencia, en tanto los dueños de las discotecas cuidan celosamente la reputación de sus establecimientos. Una historia milenaria se ofrece en medio de la pobreza, sin derrumbes y sin censura, eso sí, las floristas remaron duro en las ensenadas del Mekong, acopiando los capullos blancos que ahora cargan en dos cestos, con una vara oprimiendo sus delicados hombros.
Opera prima de la belleza antes secuestrada por los uniformes de camuflaje, Ngoc Hiep Nguyen, representa una prostituta que va a descubrir su condición humana cuando un abnegado ciclista gana la competencia anual de las bicis y dedica su premio a la insólita locura de pasar una noche con la chica.
Hay otros ángulos de lo bonito del alma en el papel, digamos secundario, de Harvey Keitel, único extranjero del elenco, quien aporta generoso celebridad y dinero al proyecto del debutante Tony Bui. El súper star interpreta a un ex marine que ha venido buscando la hija concebida y abandonada en aquellas tierras, a miles de millas de su hogar, durante la guerra.
Pero el tope de la poesía, llevada a una gestualidad cinematográfica digna de Chaplin, se alcanza entre una jovencita de provincias venida no a vender sus dotes físicas, sino a recolectar lotos. Recobrar fuerzas cantando una melodía de su infancia le conduce hasta El Maestro, dueño del lago sembrado de olorosos capullos blancos.
La oscuridad de la lepra contagió a quien fuera un apuesto joven, refugiado en la poesía. La enfermedad ha carcomido sus dedos, razón que le obliga a ceder su orgullo ante la campesina cantora:
“Yo no me escondo”, advierte el ego remanente del maestro y a seguidas recita:
“Mis oídos huyen por estas ventanas para oír el canto de los pájaros; mi nariz atraviesa estas paredes para dormitar con la fragancia de mis lotos; con cada salida y puesta de sol mis ojos revolotean por el aire y mi corazón, mi corazón ha trascendido, no le limitan las ataduras del hombre.”
Este será el tono dominante de las tres estaciones porque aún en medio de la monotonía es posible darle sentido a la vida. En cualquier circunstancia la existencia humana puede tener razón de ser y hasta en medio de la pobreza podemos cantarle a la libertad.
Si algún lector cree que, mirando al Vietnam actual, estoy proponiendo un camino predeterminado para Cuba, está errado, solo sugiero una reflexión, basta recordar que, al agradecer los productores del filme el apoyo de las autoridades vietnamitas, de paso dan cuenta de que tal actitud supuso una autorización, acompañada por la permanente vigilancia de inspectores del Estado comunista durante todo el rodaje.
Los años han pasado, veintiuno después de las filmaciones y tres décadas del Doi Moi, la reforma económica que ha sacado al país de la miseria extrema, insuflando un optimismo paradigmático en los 85 millones de pobladores de esta nación indochina.
Ellos, los que repiten con orgullo 'Hemos sido el único país que ha vencido a tres miembros del Consejo de Seguridad de la ONU', despliegan su fuerza creadora persona a persona, cuya suma millonaria equivale al país.
En Washington se cuentan 57 mil estadounidenses muertos en Vietnam. Hoy los vietnamitas intercambian con sus antiguos enemigos el fruto de su trabajo.
No conozco de norteamericanos muertos en combate frente a los cubanos, sin embargo, dirigiéndose al presidente de los Estados Unidos, el gobernante de mi país, designado por el partido comunista, dijo este 22 de septiembre:
“Declaramos una vez más, ante la comunidad internacional que nuestro pueblo, orgulloso de su historia y comprometido con los ideales y la obra de la Revolución, sabrá resistir y vencer.”
José Martí, maestro y poeta, fundador de nuestra patria, escribió hace más de un siglo una historia tan tierna como los pétalos de un loto. La crónica habla de 4 ciegos empeñados en conocer cómo era físicamente un elefante manso. Los curiosos pidieron permiso a un rey para cumplir su anhelo y el indulgente monarca aceptó, exclamando:
“Los hombres que desean saber son santos: los hombres deben aprenderlo todo por sí mismos, y no creer sin preguntar, ni hablar sin entender, ni pensar como esclavos lo que les mandan pensar otros: vayan los cuatro ciegos a ver con sus manos el elefante manso.”
La narración martiana se titula “Un paseo por la tierra de los anamitas”.
Ba Mua es el título original de la película en la lengua de Tony Bui. El cineasta radicado en California le respondió a un periodista: “Mi película no es ni americana ni vietnamita, es mía.”
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