El 8 de febrero de 1996, en Davos, el poeta, ensayista y activista John Perry Barlow daba a conocer la Declaración de independencia del ciberespacio. “Gobiernos… no sois bienvenidos entre nosotros”, advertía el texto del también letrista de la banda Grateful Dead. “No ejercéis ninguna soberanía sobre el lugar donde nos reunimos”, declaraba refiriéndose a la Red.
El 24 de febrero de 1996, en espacio aéreo internacional o cubano (la diferencia no justifica el uso excesivo e injustificado de la fuerza), el régimen de la isla derribaba dos avionetas civiles de Hermanos al Rescate. Era la respuesta de un gobierno totalitario a la terrible amenaza de ver caer octavillas impresas con mensajes políticos sobre sus cabezas.
Con apenas unos días de diferencia, un hecho anticipaba el siglo XXI y el otro retrocedía a tiempos de monarquía absoluta. En uno se defendía la soberanía del ciberespacio y en el otro se ejercía la violencia propia de un soberano poder enfermizo, temeroso de una lluvia de mensajes en su territorio. En uno se anunciaba la llegada de un nuevo mundo, en el otro se ejecutaban las órdenes sanguinolentas de un ancien regime.
Un cuarto de siglo después, está llegando la subversión de las redes a Cuba y el viejo aparato de la entelequia revolucionaria procura evitar su propagación para conservar el poder. Vigilar, perseguir, mentir, acallar: esas son sus herramientas. Ejércitos de troles, cortafuegos, tecnología de ciberaliados, toda la panoplia necesaria para impedir “la conversación”, es decir, la libertad de pensamiento, expresión e información.
Libertades que atentan contra su mensaje único y que el régimen cubano nunca ha permitido gracias al control y el monopolio que ejerce sobre los medios de comunicación tradicionales. Las nuevas plataformas y la conversación han llegado de la mano de tuiteros, instagramers y usuarios de Facebook. La atención se ha desplazado y ya no son solo los medios oficialistas quienes modulan la realidad o crean estados de opinión, sino también las redes sociales.
La conversación ha llegado para fragmentar el muro y erigir un nuevo foro para la discusión política y la construcción de ciudadanía. La modernidad histórica conoció la importancia de nuevos medios como la prensa, la radio o la televisión en los cambios políticos que la marcaron. Los clics, los checks y los hashtags revolucionan el universo de hoy. Los trending topics son el Atila de estos tiempos.
En Cuba, de momento, el régimen controla los medios y controla el ciberespacio. ETECSA, cuya concesión se extiende hasta 2037, ejerce el monopolio de las telecomunicaciones. En teoría, es una compañía que pertenece al Estado, pero en la realidad agrupa a una serie de otras empresas que mueven las finanzas del régimen, desde Rafin hasta Telefónica Antillana.
Aunque no hay datos que lo demuestren, se especula que detrás del entramado de empresas que conforman ETECSA, están los tentáculos de GAESA. Si el régimen quisiera acabar con “la conversación” en las redes, podría hacerlo sin problemas, pero necesita que el negocio funcione. Todo es cuestión de un cálculo de coste / beneficio. Perder el poder no tiene precio, para todo lo demás existen las recargas.
Con una economía cada vez más crítica, sin turismo por el coronavirus y con Estados Unidos reforzando su política de embargo, el régimen cubano observa con preocupación lo que sucede en uno de los pocos negocios que todavía le funcionan. A pesar del pésimo servicio –muy caro y muy lento-, la élite político-militar sabe que los datos e internet le reportan ganancias. Porque los cubanos tienen casi la quinta parte de su población fuera de la isla, y la comunicación entre la familia y los amigos es una necesidad vital para ellos.
Por donde ahora entran los dólares, también circulan las ideas de miles de internautas y usuarios de redes sociales. El infierno son los datos; y el camino está enredado de buenas conexiones.
En febrero de este año CiberCuba estimaba, de acuerdo a patrones de navegación de sus usuarios, que entre 1.5 y 2.0 millones de usuarios se conectan en Cuba con regularidad todos los meses desde un celular a Internet. Los datos oficiales aportan cifran mayores, pero son difícilmente creíbles.
Superar la brecha digital no es el objetivo de las autoridades en Cuba, sino hacer caja. En su afán crematístico, mantienen en funcionamiento las redes, pero la brecha que se abre ahora es entre el discurso oficial y “la conversación” que mantienen los cubanos. Los derechos de reunión, manifestación y asociación, negados hasta ahora, se empiezan a ejercer en las redes, así como las libertades de expresión e información.
Al igual que los demás mortales, los cubanos utilizan las redes para comunicarse con familiares y amigos, pero también para informarse y opinar. Cada vez más las utilizan para denunciar las injusticias que padecen y poner en evidencia sus condiciones de vida. Gracias a la movilización de la opinión pública a través de las redes, los cubanos han conseguido hacer presión y hasta cambiar decisiones impopulares, por mucho que el régimen se resista a reconocerlo, temeroso de parecer débil o inseguro.
Miles de tuits bajo el hashtag #BajenLosPreciosDeInternet dieron forma a una de las protestas más grandes y duraderas que se hayan organizado en la isla. El clamor por unas tarifas abusivas y un mal servicio de ETECSA reunió a cubanos de perfiles diferentes, desde estudiantes a empresarios. Aunque digital, la protesta tiene que haber sacudido los sillones de unos cuantos.
Otro tanto sucedió con la sospechosa “caída” de la red Telegram a comienzos de octubre. Aunque no aceptaron responsabilidad alguna, las autoridades comprobaron la capacidad de movilización de los usuarios de esta red. Durante días, los cubanos se unieron en Twitter en contra de la censura y exigiendo a ETECSA que diera una explicación creíble.
Cleida García, la madre de la niña de trece años violada, movilizó la opinión pública a través de las redes y consiguió que los presuntos violadores de su hija entraran en prisión. “Si yo no hubiera hecho nada de esto en las redes sociales, ellos estuvieran sueltos todavía”, declaraba a CiberCuba.
Lorena González pasó días criticando en su Facebook la estructura de cemento de un muro levantado en la playita de 70 en La Habana. La protesta de la usuaria encontró eco en las redes y finalmente las autoridades dieron la orden de derribar el muro. “Muchos dijeron que era en vano y que nuestra lucha no tenía sentido ¡Aquí está mi respuesta! ¡No a los muros! ¡Ganamos pueblo!", celebraba Lorena. Otro ejemplo: en marzo de 2020, el ICRT pedía disculpas públicas ante la polémica generada en redes por la censura de un beso gay en una película emitida en televisión.
Hace dos semanas, el joven caricaturista Víctor Alfonso Cedeño, autor de un dibujo animado crítico conocido por su personaje Yesapin García, conseguía el documento que necesitaba para viajar a Estados Unidos con visa humanitaria, después de revelar en Facebook su situación médica y el maltrato que había recibido por parte de las autoridades de salud de la isla.
En un terreno todavía más delicado para el régimen, como es la liberación de prisioneros de conciencia y opositores políticos, la presión de las redes también ha conseguido resultados. En julio de 2018, miles de cubanos, artistas, exiliados, opositores, periodistas y escritores presionaron para exigir la liberación del científico y activista Ariel Ruiz Urquiola.
El pasado 13 de marzo, las autoridades cubanas también decidían excarcelar al artista Luis Manuel Otero Alcántara, cuya detención arbitraria había generado mucha polémica entre periodistas, artistas e intelectuales tanto dentro como fuera de Cuba. La presión en las redes, exigiendo la libertad del artista independiente, condujo a su liberación.
En este sentido, también destaca el caso de la liberación del líder de UNPACU José Daniel Ferrer. Después de seis meses en prisión y de una campaña mediática en su contra, la movilización a través de las redes contribuyó a la excarcelación del opositor en abril de este año. La campaña 100 días 100 voces, promovida por Cuba Decide denunció su encarcelación arbitraria publicando 100 fotografías de ciudadanos que, en Cuba y el mundo, exigían la liberación del opositor cubano.
El caso más reciente del poder que están adquiriendo los cubanos gracias a las redes, ha sido la marcha atrás del MINREX, al suspender temporalmente la aplicación de las tasas para prórrogas de estancia en el extranjero. El hartazgo de emigrantes y familias inundaron las redes de mensajes que dejaban ver la indignación ante este despropósito.
Los ejemplos anteriores constituyen un indicador del empoderamiento de la sociedad civil en Cuba. Por mucho que se retuerzan algunos cuando escuchan este concepto, más les vale empezar a ver que no es teoría académica ni invento de laboratorios de ideas, sino un hecho. Es mejor abrirse a una reflexión sobre estos temas, que llorar por los memes a Díaz-Canel.
Las redes son una realidad donde los cubanos experimentan una nueva soberanía, por ahora virtual. La conexión con la sociedad cubana y sus preocupaciones transcurre también en un ciberespacio en el que empieza a tejerse una ciudadanía y una libertad futuras. En su dilema de vender datos o permanecer en el poder, el régimen se está quedando sin followers.
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