Ni con Biden ni con Trump los males de Cuba tienen remedio

El problema de Cuba es el comunismo de compadres que arruinó el país y destruyó a la nación.

Cubano con camiseta alusiva a bandera norteamericana (Imagen de referencia) © CiberCuba
Cubano con camiseta alusiva a bandera norteamericana (Imagen de referencia) Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 4 años

La maquinaria propagandística pagada por la casta verde oliva y enguayaberada pretende hacer creer a los ciudadanos empobrecidos que los males de Cuba se aliviarían con un triunfo de Joe Biden en las elecciones de este martes en Estados Unidos porque el candidato demócrata ha reiterado que revertirá la política del actual presidente y volverá el embullo Obama, en un intento por captar el voto de cubanoamericanos con familiares rehenes en la isla o nostálgicos de su antiguo CDR.

Los males de Cuba no tienen remedio con Trump ni con Biden porque la tragedia que asola a la nación no es culpa del país vecino, sino de la cobardía, la mediocridad y la miopía del Buró Político del Partido Comunista, la cúpula de GAESA, el Consejo de Ministros y el Estado Mayor del ejército.


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¿Si ganara Biden, Cuba ofrecerá unan explicación razonable y razonada a los insensatos ataques sónicos sufridos por diplomáticos estadounidenses y canadienses en La Habana, en la etapa final de la administración Obama? ¿Serán juzgados Alejandro Castro Espín y el resto de responsables de dichas agresiones? Si ganara Biden, Cuba ratificaría los Pactos de Derechos Políticos y Civiles de Naciones Unidas, que supondrían el fin del unipartidismo hegemónico y la economía dejaría de estar regida por la supremacía estatal?

El Gobierno cubano solo se ha dedicado a ganar tiempo con el coronavirus y la proximidad de las elecciones norteamericanas en su eterno juego de generar espejismos políticos con grandes promesas de cambios y reformas que luego se reducen a la nada, como hizo frente al propio Obama y desde 1989 hasta la aparición de Hugo Chávez Frías en el radar de Fidel Castro Ruz.

Si ganara Biden, una vez que tomara posesión y avanzara su política real hacia Cuba, La Habana desplegaría su artillería de Carril Dos y, si como en el caso de Clinton, el acercamiento de la Casa Blanca pusiera en peligro la estabilidad de la dictadura comunista, pues se fabricaría un incidente, como el innecesario y cruel asesinato de los pilotos de Hermanos al Rescate para provocar una reacción made in Helms-Burton.

La pretensión de La Habana es que Washington deje fluir las remesas familiares, reinstaure los vuelos directos a provincias y quite las sanciones a las familias Castro-Espín y Rodríguez López-Calleja, pero que no se atreva a pedir cambios democráticos ni apoyar a opositores porque sería una injerencia intolerable en los asuntos internos; es decir, necesita los dólares y la benevolencia yanquis, para seguir siendo alérgica a la democracia y atropellando a la mayoría de los cubanos.

Una de las falacias crónicas del Palacio de la Revolución consiste en su ejercicio de doble moral, apoyando a sus aliados extranjeros en contiendas electorales o posicionándose con el candidato norteamericano aparentemente menos malo para sus intereses, pero lapidando a quien muestra solidaridad con la oposición y la emigración cubanas.

La oposición y la emigración moderadas creyeron, durante un tiempo, que una política basada en relaciones diplomáticas plenas, cooperación bilateral en áreas de interés común, como la que existe incluso antes de Obama, podrían facilitar una transición democrática y pacífica en Cuba, pero no contaron con el miedo castrista a la libertad y el progreso material y espiritual.

Un mercado pequeño y con capital humano, como el cubano, tardaría poco en aprovechar las ventajas de una democracia para producir riqueza y bienestar, como ha demostrado en cada rendija abierta por la dictadura, cada vez que ha visto peligrar su poder, una obsesión permanente.

La Constitución de 2019, los decretos leyes 349 y 370, la ley revocatoria de mandatos en el Poder Popular, la persistencia de más de 120 presos políticos, la pobreza y la desigualdad -recrudecidas con la dolarización-, y la persecución contra los pequeños y medianos empresarios privados, incluidos los aparatosos decomisos televisados, confirman la pasión totalitaria del tardocastrismo, ahora acobardado ante un posible estallido social y generando la ficción política de Biden bueno, Trump malo.

Trump y Biden son políticos sometidos al veredicto democrático del voto ciudadano; el tardocastrismo es una mutación de su antecesor que, ni siquiera, ofrece la opción de elegir entre programas y candidatos opuestos, solo designa a funcionarios capaces de amargar la vida a la mayoría de los cubanos que, aun mendicante, sabe distinguir el bien del mal: aunque simule que -los de arriba- han vuelto a engañarlos.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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