La prensa norteamericana ha tomado definitivamente el camino de lo que se denominó a finales del siglo XIX Periodismo amarillo o Amarillismo desinformativo; y no sólo hemos visto involucrados en semejante desfachatez a los grandes grupos de prensa de la izquierda, hasta la cadena Fox, usualmente de derechas, ha llegado a amarillearse.
No es la primera vez que el terror sensacionalista impera en una sociedad saturada de información, y que ha conseguido desvirtuar al nivel más degradante no sólo unas elecciones estadounidenses, sino también un mandato democrático de cuatro años, como ha sido el caso de Estados Unidos, desde 2016 hasta nuestros días.
Durante la llamada Guerra Hispanoamericana, y en esa historia de la propaganda más sucia de la prensa, los cubanos fuimos protagonistas involuntarios del sensacionalismo amarillo; como lo seríamos más tarde cuando Herbert Matthews, enviado especial de The New York Times, decidió, junto con el gobierno de Estados Unidos, que Fidel Castro sería el tirano de Cuba. Mucho más tarde, volveríamos a padecer estas jugarretas de la prensa amarilla cuando aconteció el desdichado caso del niño Elián González, en el que perdió la vida su madre Elizabeth Brotons.
Pero, el estreno de lo que estamos viendo en la actualidad, incluso a extremo global, y que ocurre en ese país que supone posea la mayor libertad de expresión y de prensa, con la prensa misma y con relación al presidente elegido en 2016 y candidato a la reelección en 2020, Donald Trump, tuvo lugar durante la guerra antes mencionada y definió ampliamente a sus perdedores: España y Cuba.
El tiempo y la historia han edulcorado el episodio, pero el pasaje no deja de ser vergonzoso. La Guerra Hispanoamericana entre abril y agosto de 1898 inició un punto agudo en extremo en la historia de la propaganda, y el fenómeno es estudiado como el comienzo de una práctica de Periodismo amarillo, desleal, y tendencioso, para llamarlo con buenas maneras.
La Guerra Hispanoamericana fue el primer conflicto bélico en el que los medios de comunicación tomaron parte de forma decisiva, vital, y hasta jugaron un rol intermediario jamás visto y considerado, pues precipitaron una acción militar sin precedentes.
Estados Unidos estaba sumamente interesado en esa guerra, en una revolución o en su ensayo, entre los españoles, el ejército español, y los cubanos, quienes eran también ciudadanos españoles pues Cuba era una colonia, mejor dicho, virreinato español; dato que adquiere especial relevancia con la politiquería oficial española con leyes de nietos y similares.
Sabido es que los periódicos norteamericanos iniciaron una campaña demasiado “creativa”, avivando el odio, y buscándose anécdotas increíbles, de supuestas atrocidades cometidas por el ejército español para justificar la intervención norteamericana en sus colonias. Las fuerzas políticas en Estados Unidos necesitaban esa guerra y la prensa se la facilitó.
William Randolph Hearst, propietario de The New York Journal llevaba por su lado una contienda personal por ocupar un puesto preponderante entre los consumidores y lectores frente a su rival, nada más y nada menos que Joseph Pulitzer del New York World, ambos vieron el conflicto como una vía para vender más y más periódicos. Y fue que ahí empezó otro tipo de guerra sobre el papel cuya dinamita consistía en publicar artículos cada vez más y más sensacionalistas.
Fueron enviados a Cuba corresponsales de ambos medios que, al no poder acceder a fuentes seguras, recurrieron a cualquiera que se proponía como informante, en la mayoría de los casos aprovechados de la situación que se prestaron para construir culebrones de todo tipo. A esos relatos de pésima calidad se añadieron los redactores de mesa distantes que, desde la comodidad de una oficina de la que nunca se movieron, redactaban historietas de una amplitud tan dramática como falsa.
Del lado político, al entonces subsecretario de la Marina, Theodore Roosevelt, le venía muy bien este trompe l’oeil más amarillista que periodístico porque de tal modo ayudaba a que los estadounidenses olvidaran otro conflicto que los tocaba directamente, la Guerra Civil.
La distorsión de los hechos rara vez confirmados comenzó a favorecer, sobre todo, al poder en Estados Unidos más que a la misma prensa que los generaba, aunque aumentaron sus ingresos por ventas de periódicos con las noticias de la Guerra por Cuba.
Algunos periódicos advirtieron que algo verdaderamente extraño pasaba con aquellos dudosos partes de prensa en torno al conflicto, y decidieron enviar a sus propios corresponsales. Uno de esos comunicadores, enviado a La Habana con toda urgencia por el diario neoyorquino The Daily Graphic, fue Sir Winston Churchill, joven oficial inglés del cuarto Regimiento de Húsares y quien convenció al periódico de que lo enviaran a su primer bautismo de fuego en Cuba y; que décadas más tarde, sería el Primer Ministro que lideró a Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial y que trascendió por su brillante y pertinente lucidez ideológica.
Páginas inolvidables escritas por el entonces enviado especial a Cuba, Winston Leonard Spencer Churchill se conservan como joyas en los archivos británicos, incluidos unos párrafos memorables en los que evoca el pan con guayaba, como uno de los manjares de aquella Cuba que jamás olvidaría, llamándolo por su nombre coloquial de Pan con timba y sin dejar de apreciar y elogiar los Habanos, que degustó hasta su muerte en 1965, habiendo sido reconocido como fumador VIP por la vitola Romeo y Julieta, de la marca Partagás que, en 1946, creó su famosos: Churchills, en honor al único inglés que es Hijo Predilecto de Pinar del Río.
Aunque todo esto es historia pura, con elementos bélicos y de fuego real, el amarillismo se han ido reiterando in crescendo con suma indecencia; sin embargo, los protagonistas no son de ninguna manera los ingenuos de la época. Y, se podría convenir en que en el día de hoy la prensa quedaría muy rebajada y tocada cuando la verdad vea por fin la luz. Porque se trata de verdad, luz y de vida, y no de mentira, oscuridad y muerte, como nos quieren imponer.La clave radica siempre en la verdad, luz y vida. ¡Recuérdenlo!
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