Tergiversar lo inocultable: La estrategia de los medios oficiales en Cuba

Pensar diferente es una de las cualidades que califica a un ciudadano cubano para que el poder lo mate, ya sea física o cívicamente a través de la cárcel o el exilio. 

Luis Manuel Otero y agentes de la Seguridad del Estado disfrazados de médicos © Collage de Facebook Anmely Ramos / Ileana Hernández
Luis Manuel Otero y agentes de la Seguridad del Estado disfrazados de médicos Foto © Collage de Facebook Anmely Ramos / Ileana Hernández

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Este artículo es de hace 4 años

El día primero de diciembre, Cubadebate replicó una nota oficial de la Dirección Provincial de Salud de La Habana donde se afirma que Luis Manuel Otero Alcántara había acudido “por su propia voluntad” al cuerpo de guardia del Hospital Universitario Clínico Quirúrgico Manuel Fajardo por problemas de “decaimiento”.

En otros tiempos, la Seguridad del Estado no hubiera necesitado comprometer la credibilidad de las instituciones médicas con esta mentira. Luis Manuel Otero fue ingresado por la policía política en contra de su voluntad ese mismo día, desmintió el artista desde una directa. Ante el impacto que el periodismo independiente y las redes sociales han tenido sobre la ciudadanía cubana, los medios oficiales deben tergiversar lo que ya no pueden ocultar.


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En el cuadrilátero de los números, la directa de Luis Manuel desmintiendo al régimen cubano le da un cross a la mandíbula a la nota de Cubadebate. La primera tiene más de 2500 comentarios, la segunda 143.

El estado cubano administró durante más de 7 días el derecho a la vida de Luis Manuel Otero Alcántara. No fue él quien decidió empezar a morirse, sino que la impunidad de la violencia ejercida sobre Denis Solís y el sitio de su propia casa en Damas 955 lo empujaron a eso.

Para el gobierno, la soberanía consiste en una licencia para “matar a sus enemigos”, lo que significa que la existencia o la vitalidad del poder implica la aniquilación del otro que piensa diferente. Pensar diferente es una de las cualidades que califica a un ciudadano cubano para que el poder lo mate, ya sea física o cívicamente a través de la cárcel o el exilio.

Hay una cualidad histórica que refuerza esa elegibilidad para el asesinato, la condición de negro. Si usted es negro y piensa dierente no solo estás sometido al desprecio a la vida que Cuba manifiesta por sus disidentes desde hace más de 60 años, sino también a los más de cuatro siglos de prácticas esclavistas que incluyen este periodo y lo preceden.

Sin embargo, habiendo aceptado al ritmo de la muerte lenta a la que la Seguridad del Estado somete a sus detractores, a la ciudadanía cubana aún le cuesta aceptar la muerte rápida. La rapidez de la muerte produce una reacción inmediata que no da tiempo al cansancio y se convierte en energía política al instante. De ahí que el cronometraje de la muerte también es guardado celosamente por el poder. “Un tipo de sesenta años haciendo huelga de hambre está cumpliendo su trayectoria de modo consecuente y pesado, pero un joven de 30 está buscando torcer la historia” (Gean Moreno).

La causa de Luis Manuel Otero expresa lo esencial, el derecho a la vida. Nada lo dice mejor que la frase que ciurcula por la redes sociales con una imagen de su rostro: "Viva Cuba viva". Cuando Luis Manuel comenzó a disputarle al estado cubano la administración de su propia vida después de varios días en huelga de hambre, la policía política tuvo que asaltar la sede del Movimiento San Isidro para hacer cumplir sus propios tiempos. No lo hizo para salvar la vida de Luis Manuel, sino para garantizar su poder sobre ella, para reclamar lo que ellos consideran su propiedad.

Debido a esto fue que lo ingresaron en un hospital en contra de su voluntad, le hicieron análisis y le ofrecieron comida. Como al esclavo negro, decidieron azotarlo por un tiempo y rehabilitarlo para continuar produciendo, en este caso, ideología.

Una ideología falsamente humanista que supone que el gobierno cubano también salva la vida de sus “enemigos”, como han calificado a Luis Manuel. Una ideología de la torpeza que no intenta esconder la arbitrariedad y la mentira. Una ideología que, sobre todo, revela a su propio autor (la Seguridad del Estado), quienes contemplan y ordenan desde arriba a todas las instituciones cubanas, no importa si son médicas, culturales o económicas.

La imagen de los policías disfrazados de médicos que asaltaron San Isidro y la nota de Cubadebate son ejemplos de cómo el límite del poder político cubano no son las leyes, el juramento hipocrático o cualquier modelo ético histórico que fundamente la confianza de la ciudadanía. Su límite está en sí mismo, lo que de manera perversa y edípica (como si madre e hijo procrearan) lo convertirá en un poder inútil y deforme.

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Abel Fernández

Abel Fernández, graduado de Letras por la Universidad de La Habana, escritor y curador independiente


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