Este 27 de noviembre debíamos recordar el fusilamiento de ocho estudiantes cubanos que desafiaron el despotismo colonial en 1871. En La Habana, como si el tiempo hubiera retrocedido, unos 400 artistas, muchos de ellos jóvenes, se juntaron frente a un edificio del Gobierno reclamando ese “derecho a tener derechos” que motivó los sucesos de hace 149 años, un juramento que a finales del siglo anterior inauguró la era moderna.
La esperanza de ser escuchados ha generado, con la frustración del rechazo, la angustia nacional. Días después, el 7 de diciembre sorprendió a los cubanos la declaración oficial y pública de los artistas de la Isla de la Juventud, agrupados en la UNEAC y la AHS, desafiando la decisión oficial, acción insólita tratándose de instituciones fabricadas por el Partido Comunista de Cuba.
“No será por el camino de la descalificación del otro que avanzaremos hacia un clima de diálogo y respeto mutuo. Dígase la verdad, toda la verdad, desde la perspectiva diversa de los que han participado en estas jornadas de civismo".
Es suficiente este clamor por respetar la opinión ajena para calificar de desafío en regla la anterior declaración, firmada por más de 50 creadores que se atrevieron a condenar el ensañamiento viperino contra los protestantes del 27N por parte del monopolio partidista estatal sobre los medios de difusión y los espacios públicos.
El clímax de una feroz campaña sin derecho a réplica se había alcanzado durante una vergonzosa jornada, el día 29, cuando el gobernante Miguel Díaz Canel protagonizó un acto masivo, nada espontáneo, denigrando a los jóvenes que dos días antes habían pedido un intercambio con el Ministerio de Cultura, exigiendo el cese de la represión contra un grupo de activistas opositores, encabezados por los huelguistas de hambre del Movimiento San Isidro.
Díaz-Canel, el heredero designado de aquella revolución de los humildes que Fidel Castro enarboló ante el mundo en vísperas de la invasión de Bahía de Cochinos, llegó a un parque habanero literalmente sitiado por fuerzas represivas, montando un Mercedes clase S, gama de lujo, desluciendo a todo pecho y abultada barriga una bandera nacional hecha camiseta con la marca Puma, empuñando además, un Rolex de 28 mil dólares.
En un país donde la gente espera ansiosa un puñado de dólares sudados por los dos millones y medio de familiares en la diáspora para adquirir alimentos, más que una ofensa vulgar y descarada, la actitud presidencial refleja total desprecio por el pueblo, a la vez que justifica la angustia popular ante unos poderes peligrosamente alejados de la realidad.
El contexto que rodea este volver sobre el pasado es un país patrullado por militares, policías uniformados y encubiertos, con perros de refuerzo, en tanto los disidentes de alguna manera notables están bajo prisión domiciliaria, con una guardia permanente que les impide un acto tan sencillo como ir hasta la panadería cercana.
La marioneta presidente, puesta a dedo por Raúl Castro, y su Ministro de Cultura, han justificado la negativa al diálogo, acompañada del ensañamiento represivo, con este argumento:
“Para los jóvenes y para todos los artistas que se reunieron frente al MINCULT el 27 de noviembre, que no han comprometido su obra con los enemigos de la nación cubana, siguen abiertas las oportunidades de diálogo”.
Suponemos que los enemigos de la nación cubana no pueden ser esos dos millones y medio de compatriotas que desde el exterior remiten anualmente más de 6 mil millones de dólares, cifra evaluada por los expertos en la condición de ingreso neto número uno de la parasitaria economía cubana.
¿A qué se refería el ministro entonces?
El supuesto enemigo no ha sido, en concreto, identificado jamás. “Enemigos” pueden ser mecenas que ofrecen ayuda desde el exterior a cualquier artista o los funcionarios de una embajada, cuenta la española, país que hasta hoy perdona misericordiosa, mil y tantos millones de deuda comercial y financiera a Cuba, o de los Estados Unidos, donde vive el 85 por ciento de los emisores de remesas, cuyo Gobierno, de administración en administración, nunca ha bloqueado la adquisición de alimentos y medicinas por parte de las empresas estatales cubanas, siempre que paguen, claro está.
Perseguida por el fantasma de un imperialismo siempre al acecho para escamotear la independencia nacional, el estado totalitario represor juega la carta de aislar a la creciente oposición de sus aliados naturales y legítimos, el exilio cubano que esa misma represión, signada por un fracaso imposible de esconder, ha provocado.
Así se explica, sin preguntar lo que se sabe, por qué una declaración tan equilibrada como la de los artistas pineros el pasado 7 de diciembre, adelanta en sus primeras palabras:
“Nos oponemos a cualquier injerencia de Gobierno extranjero que vulnere la soberanía de nuestra nación, así como a la violencia como alternativa para dirimir cualquier diferencia entre cubanos".
Al no avizorarse una mínima posibilidad de intervención desde el exterior, la frase se anticipa al discurso oficial y, al condenar la violencia, algo que casi todo el mundo condena, señala de hecho la única violencia posible, la que ejecutan en peligrosa escalada los que ahora patrullan las calles.
En cuanto al antiimperialismo, centrado en el poderoso vecino del norte, ningún otro imperio ha existido para los hermanos Castro. No es un nuevo argumento, ha servido y sirve como contención ante el reclamo ineludible de aceptar el pensamiento diferente.
El colmo es que, guiados por este sentimiento anti EE.UU., las democracias europeas terminan olvidando sus deberes para con el pueblo cubano, poniendo en primer plano su peculiar interpretación antiimperialista, a tono con la dictadura de la Plaza de la Revolución.
Muchos millones de euros corren en esta traición de la Europa colonialista, cuando se trata de pelear por el espacio perdido ante los capitales norteamericanos en el Nuevo Mundo.
El propio Movimiento San Isidro, cuya raíz fue organizar un evento cultural independiente del estado, autofinanciándose, es la víctima primera del ministro cuando afirmó en Twitter:
"Somos una Revolución en el poder, que tiene entre sus fuerzas más formidables a la cultura, una cultura soberana, independiente y antiimperialista desde la raíz. Con los mercenarios no nos entendemos.”
El jazz de Sandoval, Chucho y Paquito; la guaracha de Celia, el bolero de Olga y Vicentico, el mambo de Pérez Prado; el modernismo de Martí y Casal; la pintura de Lam; lo real maravilloso de Carpentier, encumbrado por los Reyes de España; y hasta las instalaciones de Kcho, exhibidas en Nueva York o Lampedusa, ¿responden a los conceptos de soberanía y antiimperialismo?
El propio Silvio Rodríguez, ese trovador que un día cantó a los delegados al IV Congreso del Partido Comunista, cuasi jurando “Yo me muero como viví”, ha terminado por manifestar su apoyo al diálogo, aludiendo en su omisión concreta, ese mañoso antiimperialismo doctrinario sin asideros en la vida real: "Se agarraron de lo que fuera para suspender el diálogo, quitárselo de arriba.” Comentó el cantautor en su blog.
Casi como una amenaza, los propios artistas pineros advirtieron al binomio partido-estado totalitario: “El debate que no seamos capaces de sostener entre cubanos, será secuestrado por aquellos que quieren nuestro extravío".
Si no es visible la pretendida amenaza imperialista, menos será encontrar “aquellos que buscan nuestro extravío”. Los artistas pineros han demostrado estar muy lejos de la ingenuidad que pudiera conducirlos a desviarse de su demostrada honestidad intelectual.
La puntería de estos salvadores del honor artístico, quedó plasmada este 7 de diciembre en Nueva Gerona, la capital pinera de la mal llamada Isla de la Juventud, cuyo nombre histórico: Isla de Pinos, hace rato reclaman allí artistas y ciudadanos en general.
En su declaración hecha historia, los miembros de la UNEAC y la AHS citaron al apóstol de nuestras libertades, José Martí, quien advertía del único extravío posible, antes y ahora, denigrar el derecho al decir diferente:
"Miente como un zascandil/ El que diga que me oyó/ Por no pensar como yo/ Llamar a un cubano, vil.”
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