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Leo esta mañana la curiosa historia de la instructora de aeróbics birmana Khing Hnin Wai, que prosiguió con su sesión de entrenamiento online mientras a sus espaldas un convoy de vehículos blindados se ocupaba de consumar el golpe militar en Myanmar.
La maestra de educación física en Naipyidaw, capital de la antigua Birmania, publicó las imágenes de su entrenamiento en Facebook el lunes por la mañana, al son de una música bailable. Pero la Historia con mayúsculas transcurría justo detrás de ella, en los vehículos blindados y los SUV negros que se dirigían al Parlamento de ese país.
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El video, ya de por sí medio surrealista, se ha vuelto viral. Hasta le han salido variantes cubanas, memes locales que darían risa si la cosa en la isla no fuera, en realidad, para llorar.
Hasta el momento, no se sabe nada de su paradero ni del resto de políticos detenidos por los militares. Unos 400 diputados, que habían acudido a la capital para la constitución del Parlamento tras las elecciones de noviembre, están encerrados y vigilados en el complejo gubernamental que alberga dicho edificio, según informa la agencia Associated Press.
El jefe del ejército birmano, Min Aung Hlaing, tiene ahora "poderes legislativos, judiciales y ejecutivos", una medida que borra de golpe el coqueteo del país con la democracia en los últimos diez años y lo devuelve a su condición de régimen militar.
La de Birmania es una historia triste y no muy conocida, que puede resumirse así: en 1962, el general Ne Win dio un golpe de Estado y tomó el poder. En agosto de 1988, otra junta militar reemplazó a Ne Win, tras aplastar violentamente las protestas que reclamaban democracia. En 1990, el Ejército convocó unas elecciones que ganó de manera aplastante Aung San Suu Kyi. Pero, en lugar de permitirle instaurar su gobierno, los militares la pusieron bajo arresto domiciliario durante 15 años. Liberada en 2010, ganó las primeras elecciones libres cinco años después. El 2011 fue el inicio formal de la transición a la democracia en Myanmar. San Suu Kyi se disponía a empezar su segundo mandato tras arrasar también en los comicios del pasado noviembre.
La historia, aunque ocurra muy lejos de la isla, tiene su moraleja cubana.
En el 2016, bajo la administración Obama, un grupo de activistas y disidentes cubanos fueron invitados por el Instituto Republicano Internacional (IRI) a viajar a Myanmar --con dinero del Departamento de Estado norteamericano.
Entre los participantes estuvieron la líder de las Damas de Blanco, Berta Soler; el líder del Frente de Resistencia Cívica Jorge Luis García Pérez, “Antúnez”; el activista Antonio González Rodiles; la abogada independiente Laritza Diversent; la sicóloga Kirenia Yalit, directora de la Mesa de Diálogo de la Juventud Cubana; el pastor del Movimiento Apostólico Bernardo de Quesada Salomón; Pablo Díaz, director del periódico digital Diario de Cuba, y Eliécer Avila, líder del movimiento "Somos +".
El objetivo de la gira era ver de cerca un caso de evolución política que a los estrategas de la diplomacia norteamericana les parecía muy similar al cubano. La "transición exitosa" de Myanmar caló en varios de esos activistas, aunque hoy no queden muchos de ellos en la isla. Se escribieron incluso artículos y reportajes sobre el viaje y sus experiencias, que insistían en los paralelismos con Cuba.
No sé si a la luz de los recientes acontecimientos la idea de la "transición exitosa" a la democracia del régimen militar de Myanmar deba ser revisada. Comentándoselo a un amigo, me dijo que quizás hubiera sido mejor llevar a los disidentes cubanos a París, a pasear por la Bastilla. Pero lo que sí queda claro tras las noticias birmanas de esta semana es que cualquier democracia que pacta con militares corre siempre el peligro del retroceso.
Ignorarlo equivale a seguir haciendo aeróbicos mientras la historia que realmente importa transcurre en segundo plano, lejos de la obsesión con las redes sociales.
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