Sentado en su butaca, el psiquiatra cubano Diego Balmaseda se prepara para comenzar la consulta. Al fondo se escucha “take time to make you feel good, don't see me running just 'cause a little black rain, just give me something”.
Black Rain es la canción que ahora mismo lo describe mejor. La música, algo de ejercicio físico y un café con leche le garantizan que tendrá un buen día.
La imagen de Superman está en la jarra con la que desayuna y también en un muñeco y el dibujo que le obsequió un paciente. Incluso en el tatuaje que se regaló a sí mismo hace 14 años. Entonces, el famoso personaje era una especie de alter-ego. Hoy es un recuerdo bonito. “Actualmente prefiero ver al superhéroe no como quien te salva sino como quien te hace descubrir tus superpoderes”.
Aunque reside en Haití, Diego es lo que llamaríamos un trotamundos. Los aviones lo asustan, pero se las arregla para controlar el miedo porque viaja bastante. Se ha hecho Médico sin Fronteras para asistir a cualquier paciente sin que medien “las barreras políticas, culturales y generacionales impuestas por la sociedad o las que tenemos cada uno como ser humano”. Dentro de esa ONG se han expandido sus horizontes “a un nivel inesperado. Estoy en una etapa de mi vida en que es imposible saber dónde estaré en los próximos cinco años”.
El ser joven, cubano y psiquiatra hace que a veces cometa el error de sentirse invulnerable y creer que puede “con todo”. Pero no se descuida. Para atender la salud mental de otros, la suya tiene que estar perfecta.
Porque cuenta con familiares, colegas y amigos cuando necesita “una descarga emocional”, superó los meses en los que estuvo trabajando el año pasado en Iraq. “Esa experiencia me encendió el bombillo del autocuidado. Fue un terreno difícil que me abrió los ojos y me enseñó a valorar el tiempo y a reorganizar mis prioridades”.
Dice que casi todos imaginamos a un psiquiatra callado, inexpresivo, poco proactivo, expectante, lento, con pelo negro y lentes redondos. Él mismo se cuestionó al empezar su residencia médica si tenía las capacidades necesarias para serlo. Luego entendió que lo que requería era conocerse, ser humano, honesto, genuino y curioso; saber escuchar, respetar y trabajar duro para que su paciente mejorara, “dejando tus creencias, reglas y restricciones en casa. Un buen psiquiatra tiene que ser buena persona, buen médico y tener mala memoria”.
Las historias de sus pacientes le han enseñado que no es lo mismo “no estar muerto” que “sentirse vivo”. Algunos -cuenta- se limitan a sobrevivir, pero otros deciden cambiar su forma de percibir el mundo después de superar eventos horribles. “Creo en esa gente que sigue adelante con la satisfacción de estar haciendo todo lo posible por vivir, que lucha por sentir, amar y darle un significado auténtico a la vida, ese laboratorio en que estamos todos metidos y en el que no existe la fórmula de la felicidad”.
Con 34 años, ha estado a ratos en Puerto Príncipe, Santo Domingo, París o Miami, ciudad a la que le toca un espacio privilegiado en su cerebro. Allí va para sentirse arropado por su hermano, su cuñada y dos lindas sobrinas.
Sin embargo, la capital cubana es, de todas las ciudades, su favorita. En La Habana nació, creció, se enamoró e hizo la mayoría de sus estudios. Aquí están sus raíces y su historia, la parte de su familia que no ha emigrado, la playa, el malecón, su enfermera, sus pacientes del hospital Calixto García, y los frijoles negros que hace su madre.
“Es la ciudad que me da paz y que me empuja a crear y buscar otras cosas. Es el lugar al que siempre quiero volver. Mi Habana es un estado de ánimo y un huracán de emociones encontradas. Es como si fuera una persona con la que voy a relacionarme toda mi vida”.
Reconoce que no se puede arreglar todo en el mundo, pero que siempre hay algo que mejorar en nuestro entorno, aunque sea pequeño. “Hay cambios que somos responsables de hacer como personas y que representan una mejoría significativa en otros”. Por eso a menudo se pone bajo una lupa para saber cómo está haciendo las cosas. “Tengo un tesoro muy bonito que es mi carrera y trato de que sea útil para los demás. Ese tiene que ser mi aporte al universo”.
Diego mira a cada paciente de forma distinta. “Debemos actualizar constantemente nuestros conocimientos y entender nuestros límites en cada caso particular”. Lo peor que podría hacer un psiquiatra, en su opinión, sería adoptar “una posición paternalista o muy directiva que no fomente la autonomía del individuo”.
A Diego le preocupa que la psiquiatría ha sido vista desde sus inicios como una especialidad médica no esencial o secundaria, tanto por la sociedad como por el gremio médico. Se trata de una rama marginada “a la que se acude solo si es ‘de vida o muerte’”. Según afirma, se rechaza automáticamente todo lo relacionado con ella, como si ser atendido por un psiquiatra fuera algo malo. ¿Cuántas veces no ha oído a un paciente decir que “yo no tomo medicamentos de psiquiatría”, “si voy al psiquiatra pensarán que estoy loco” o “si pongo de mi parte no es necesario ver a un especialista?"
Por otro lado, le ha costado bastante acoplarse a su hiperactividad física y mental. Ha tenido que aprender a bajar la velocidad en ocasiones, pero le encanta disfrutar al máximo cada momento que tiene. Ese ritmo acelerado ha hecho posible que se rodee de mucha gente buena y lleve una vida entretenida. “¡Tengo tiempo para todo!: mis consultas online, mi blog, mi página profesional de Instagram y mi trabajo con Médicos sin Fronteras. Pienso que el secreto está en conocerse uno mismo y en equilibrar nuestras fortalezas y debilidades”.
“¿Por qué decidiste escribir un blog a modo de diario? ¿Es una especie de autoterapia?”, le pregunto sabiendo que una de sus ambiciones es acabar con la forma en que se entiende la Psiquiatría.
-Uno de los recursos que utilizamos los psicoterapeutas es la escritura. Yo lo recomiendo a mis pacientes y sería poco creíble si no lo hiciera yo igual. Desde el punto de vista personal me ayuda a ubicar mi mente en el aquí y ahora, a conectarme con las emociones que estoy experimentando en un momento determinado de mi vida. Más allá de representar algo terapéutico para mí, tiene como objetivo sensibilizar a las personas sobre temas de salud mental y romper esquemas que existen sobre cómo debe ser un psiquiatra. Quiero alejar esa idea que tenemos del psicoterapeuta freudiano distante y frío, que no facilita el 'rapport' (conexión) con el paciente.
Para Diego, la comunicación es la base de una vida sana. Partiendo del hecho de que los humanos somos animales sociales, que necesitamos relacionarnos con la familia, con la pareja, con el jefe, con los amigos, entiende que cuando una de esas relaciones se afecta de forma prolongada aparecen malestares que pueden terminar enfermándonos.
Visto que cada cual tiene su historia de vida, su modelo de relación y de crianza, sus experiencias y creencias, que determinan un patrón de relación individual, exhorta a que cuestionemos la forma en que nos comunicamos con los demás, que dejemos de luchar por tener la razón e invirtamos energías en respetar el criterio del otro. “Necesitamos escuchar lo que los demás nos quieren decir”.
Dentro de su filosofía, lo más difícil (que coincide con lo que es más importante) es desarrollar un pensamiento autocrítico que nos deje mirarnos hacia adentro. “Ponernos a prueba y examinarnos es una habilidad que lleva aprendizaje y entrenamiento, pero en cierto modo es liberadora. Responsabilizarnos con nuestra forma de percibir la vida y de comportarnos, nos da la libertad de hacer algo para mejorarlo. Ser sinceros con nosotros mismos nos permite evolucionar como personas y ser compasivos”, explica el doctor.
“Estoy enfocado en mis amigos, mi trabajo y mi salud. Si eso va bien, estoy más que satisfecho”, confiesa este amante del queso azul y la lechuga, que trata de seguir los planes a su paso y “de hacer que el camino sea bonito”.
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