El Dr. Randolph Lee Clark, oncólogo estadounidense, le describió a Fidel Castro las bondades del interferón en 1981. La información le animó tanto que inmediatamente armó un Frente Biológico y envió dos investigadores cubanos a la Universidad de Texas para estudiar el tema: así nació la biotecnología cubana; eran los tiempos en que todo se hacía “por idea del comandante”.
Cuarenta años después, la industria biotecnológica de la isla -uno de los mayores orgullos del gobierno- agrupa en el monopolio estatal BioCubaFarma 32 grandes empresas, 65 de base y 80 líneas de producción, empleando a más de 20 mil personas.
El Dr. Clark admiró lo rápido y bien que se pudieron sintetizar varios tipos de interferones en la isla, lo que requirió inversiones monumentales de recursos, pero lo que más sorprendió al oncólogo fue que, que siendo el cáncer la segunda causa de muerte en Cuba, los pacientes con cáncer de mama, el cual tiene protocolos diagnósticos establecidos que incluyen estudios de inmunohistoquímica que se realizan solamente en dos hospitales de La Habana, tengan que esperar meses antes de comenzar tratamientos que como máximo deberían empezarse 21 días tras su operación.
Se extrañaría también el Dr. Clark de que los estudios inmunohistoquímicos sean aún la técnica más avanzada empleada en Cuba para el diagnóstico tumoral, algo que en el mundo -por lo menos en países que como Cuba tienen industria biotecnológica- ha sido sustituido desde hace años por técnicas de biología molecular que brindan diagnósticos más precisos y permiten tratamientos más individualizados, crucial en padecimientos como el cáncer de pulmón.
¿Por qué esta falta de equilibrio en el desarrollo científico de la isla? ¿Cómo es posible que BioCubaFarma patente una novedosísima vacuna contra el cáncer de pulmón mientras el país usa técnicas arcaicas para su diagnóstico? La respuesta está en que en Cuba las cosas no se iban desarrollando de modo armónico, sino que durante décadas, sucedían o no según el humor de su gobernante.
En Cuba existe biotecnología porque el sistema de economía centralizada en un individuo -Fidel Castro- permitió que este usase los recursos para crearla, pero a un altísimo costo, pues este sistema centralizado impidió a su vez el desarrollo de la economía en general. Hoy, aunque BioCubaFarma produce el Heberprop, una maravillosa inyección que evita las amputaciones por pie diabético, en las farmacias cubanas faltan hasta los tratamientos más básicos para los diabéticos, lo que inevitablemente provocará un aumento en las complicaciones de la propia enfermedad.
Por otro lado podríamos pensar que el desarrollo -tan sui géneris- de esa industria en un país con una economía tan pobre pudo ser una genial estratagema de negocios. Veamos.
Los informes de la ONEI se retrotraen a 1985. Así encontramos que durante los primeros 23 años se lograron ventas por solo 2300 millones, hasta el 2009 no comenzó cierto despegue, vendiéndose durante la década siguiente 5600 millones, lo que indica cuánto tarda en madurar la inversión en ciencias.
Si analizamos esa última década, encontramos que en el quinquenio 2009-2013 se exportaron más de 2 mil 700 millones, con un crecimiento quinquenal del 22%, lo que llevó a que en el 2013, el vicepresidente de BioCubaFarma, José Fernández Yero, pronosticara que en el quinquenio posterior las ventas se duplicarían, se esperaba que la empresa comenzase una época de expansión.
Sin embargo, lejos de duplicarse, las exportaciones se contrajeron a partir de ese mismo año, desmoronándose en un 33% hasta el 2018, donde apenas se exportaron 450 millones, muy por debajo del inicio de la década.
Por el lado de los costos solo diremos que en el “exitoso” quinquenio 2009-2013, los gastos corrientes de la ciencia cubana fueron superiores a 2 mil 600 millones, casi lo mismo que se exportó. La tendencia de gastos no disminuye, en el 2018 invirtieron 890 millones, en el 2019 bajó a 699 millones pero para 2020 preveían un gasto en ciencias superior a 1500 millones.
Aun con todo, sin saber de cuánto fue la inversión inicial y sin un desglose del gasto científico es imposible evaluar si desarrollar esta industria ha sido o no un buen negocio; pero viendo las cifras de ingresos y gastos promedio, su lentísimo desarrollo y el estancamiento que han sufrido las ventas precisamente cuando parecía que iban a escalar, no se puede ser muy optimista.
Cabe preguntarse si no habían inversiones alternativas más rentables y con maduración más rápida para los tan escasos recursos de este país. ¿Fue una decisión racional apostar tantos recursos a esta industria, o fue un monumento al ego de Fidel Castro?
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