EDITORIAL: A 25 años del derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate

Las evidencias apuntaron desde un prioncipio a la culpabilidad del régimen cubano en un crimen cometido con premeditación y alevosía.

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Este artículo es de hace 3 años

La tarde del 24 de febrero de 1996, Miami se estremeció de dolor e impotencia ante uno de los crímenes más horrendos en la larga historia de iniquidades entre el régimen de Fidel Castro y los exiliados cubanos.

La fecha del comienzo de la última guerra de emancipación nacional, en 1895, recuerda hoy también una jornada luctuosa para Cuba. Hace 25 años, aviones MIG de la Fuerza Aérea cubana, bajo las órdenes de los altos mandos militares que encabezaba el General Raúl Castro, pulverizaron en el aire a dos avionetas Cessna 337 de la organización Hermanos al Rescate que sobrevolaban en misión humanitaria de salvamento el área cercana al paralelo 24, en aguas internacionales al norte de La Habana.


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La desmedida reacción de cazas cubanos cortó la vida de cuatro hombres jóvenes, laboriosos y dedicados a defender la causa de sus compatriotas. A las 2:55 p.m. de esa tarde los MIGs despegaron de la base de San Antonio de los Baños, luego que el radar detectara actividad aérea al norte del paralelo 24. A las 3:21 p.m. un misil aire-aire hizo trizas la primera avioneta; seis minutos después, un segundo disparo aniquiló la otra.

El grupo de mártires no podía representar mejor el rostro cubano de nuestra época, unidos en la vocación de servicio: Armando Alejandre Jr, de 45 años, exiliado y veterano de Vietnam; Carlos Costa, de 29, y Mario de la Peña, de 24, nacidos en Miami de padres exiliados; y Pablo Morales, un balsero del éxodo de 1994 que fue rescatado de las aguas del Estrecho de Florida por Hermanos al Rescate.

Una tercera avioneta, pilotada por José Basulto, presidente de Hermanos al Rescate, logró escapar de la masacre perpetrada por la cúpula militar castrista. De las naves desintegradas el aire por dos cohetazos no quedaron rastros recuperables, apenas una densa mancha de aceite en el lugar donde cayeron abatidas.

Las evidencias apuntaron desde un principio a la culpabilidad del régimen cubano en un crimen cometido con premeditación y alevosía.

El gobierno cubano sostenía que las avionetas fueron abatidas dentro de las 12 millas que demarcan sus aguas territoriales, pero sus argumentos fueron derrumbándose como castillos de naipes. Las conclusiones de la Organización Internacional de Aviación Civil (OACI) analizó los documentos aportados por ambos países, así como las posiciones marítimas del crucero Majesty of the Seas y del barco pesquero Tri-Liner, dos testigos imprevistos cuyos respectivos tripulantes presenciaron la escena del crimen. El dictamen fue incuestionable: El derribo de ambas avionetas ocurrió en aguas internacionales.

Pero la condena contra la acción criminal tiene aún más ingredientes, tan inaceptables como repugnantes. La Fuerza Aérea cubana nunca notificó ni advirtió a las avionetas. Tampoco intentó utilizar otros métodos de interceptación y nunca les dio la oportunidad de un aterrizaje forzado. La primera y única respuesta fue la destrucción intencional de las dos Cessna, lo cual es una violación flagrante de las normas internacionales establecidas y de la prohibición absoluta de recurrir a la agresión contra aeronaves civiles.

Conviene repasar este ignominioso episodio de nuestra historia reciente, porque muchos compatriotas de la isla y, especialmente, la última generación de cubanos, han atravesado el umbral del siglo XXI con una visión trunca y distorsionada de sucesos decisivos para el acontecer político y social del país. Es importante no solo como un acto informativo, sino también como certeza de que no puede concebirse una reconstrucción nacional y una reconciliación verdadera entre cubanos si no se ajustan las verdades que hoy permanecen escamoteadas bajo el manto de la manipulación propagandística y la mentira oficial.

Acontecimientos de violencia criminal del Estado como la masacre del río Canímar, en 1980, el hundimiento del Remolcador "13 de Marzo", en 1994, y el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, pertenecen a un registro de infamias del totalitarismo castrista que están fijados de manera indeleble en nuestro prolongado desvarío nacional por las últimas seis décadas. Y que deben quedar como recordatorios para que el odio del pasado no invada el futuro que queremos construir "con todos y para el bien de todos".

El capítulo de las avionetas, en particular, resultó un parteaguas en el diferendo político Cuba-Estados Unidos y abrió una herida que todavía tiene secuelas imborrables, sin descontar las cuentas pendientes de los asesinos ante la justicia y las interrogantes que aún permanecen sin respuesta en torno al dramático desenlace.

Aunque queda mucho por desentrañar, hay múltiples piezas de este rompecabezas que han ido cayendo como resultado de las indagaciones y los empeños para impedir que la impunidad prevalezca en este caso.

Debe recordarse que fue justamente esta abominable acción militar lo que abrió paso a la aprobación de la Ley Helms-Burton, cuando el presidente Bill Clinton estaba renuente a firmarla.

El hecho fue también el detonador para que el FBI pusiera atención prioritaria sobre el desenvolvimiento de la Red Avispa, el mayor entramado de espionaje cubano en la historia de Estados Unidos, y descubriera la relación de sus agentes con la operación militar, fríamente involucrados mediante órdenes expresas desde las oficinas de la Dirección de Inteligencia (DI) del Ministerio del Interior (MININT) en La Habana.

En los disquetes ocupados a la red estaban, entre otros documentos inculpatorios, la orden de reconocimiento por la misión cumplida, firmada por el General de Brigada del MININT, Eduardo Delgado Rodríguez, la cual se convertiría en pieza clave de la acusación por conspirar para cometer asesinato y de la condena a dos cadenas perpetuas a Gerardo Hernández Nordelo, el jefe de los espías que años después terminó perdonado por la administración Obama.

Mensaje desde la Dirección de Inteligencia a Gerardo Hernández Nordelo.

Es importante recordar que tres meses después del derribo, el 6 de junio de 1996, Hernández y su subordinado René González, fueron ascendidos al grado de capitán del MININT, en ocasión del aniversario del organismo.

Como consta en las más de 10.000 páginas desclasificadas por el FBI para el encausamiento de los cinco miembros de la red que no colaboraron con el gobierno estadounidense, la más importante tarea encargada a Hernández fue la Operación Venecia para el derribo de las avionetas, un plan que estuvo listo desde el 13 de febrero de 1996, cuando "Giro" y el también oficial Alberto Manuel Ruiz, le ordenaron por escrito al agente René González que precisara detalles sobre los próximos vuelos de Hermanos al Rescate.

La jerarquía militar de Cuba ordenó que bajo ninguna circunstancia sus agentes podían volar con Hermanos al Rescate u otra organización entre los días 24, 25, 26 y 27 de febrero. El asesinato estaba ya decidido y Hernández había viajado a La Habana a finales de 1995 para ultimar detalles de los operativos en marcha.

El macabro plan incluyó además el retorno del agente Juan Pablo Roque como un "exiliado arrepentido" y un informante del FBI plantado dentro de Hermanos al Rescate, pero que decidió desertar por su oposición a las presuntas "actividades terroristas" de la organización.

Sin embargo, las revelaciones de los mensajes incautados a la Red Avispa echaron abajo la escaramuza del régimen cubano, desmontada en los documentos del juicio a los llamados "Cinco Héroes", hoy retornados y santificados en la isla.

Gerardo Hernández Nordelo podrá escalar puestos en el Consejo de Estado, cultivar piñas y calabazas gigantescas, y repartir regaderas como chivato mayor de los CDR, pero no podrá desprenderse del hecho de que sus manos están manchadas de sangre cubana y transpiran el hedor de su espantosa felonía.

En un tribunal federal de Miami figura desde 2003 la acusación delictiva contra el General de División Rubén Martínez Puente, ex jefe de la Defensa Antiaérea y Fuerza Aérea Revolucionaria (DAAFAR) y los coroneles Lorenzo Alberto y Francisco Pérez-Pérez, los hermanos que pilotearon los MIGs en la operación. Pero la causa está congelada mientras los encausados no comparezcan ante la justicia estadounidense, lo cual parece cada vez más improbable.

Mientras, al filo de los 90 años, Raúl Castro, termina sus días sin encarar la justicia por este asesinato, a pesar de los reclamos de familiares de las víctimas y organizaciones de exiliados cubanos por encausarlo. Una grabación revelada en 2006 y en poder de la fiscalía federal es suficiente para incriminarlo como máximo responsable de la ejecución del asesinato junto a su hermano mayor, que ya no podrá responder ante los vivos por sus enormes fechorías contra el ser cubano.

Este miércoles 24 de febrero, un segmento importante de los cubanos recordarán esta masacre que cumple ahora un cuarto de siglo sin que los culpables hayan rendido cuenta por sus actos. Forma parte de las asignaturas pendientes que nos quedan como cubanos en el escenario de un país soberano, transparente y democrático.

Reivindicar el gesto altruista de cuatro cubanos que volaban con fines humanitarios y terminaron despedazados por un acto de terrorismo de Estado, es también una tarea esencial que no puede desligarse de esa restauración de justicia y dignidad nacional en la Cuba del futuro.

Y no debemos conformarnos solamente con el juicio de la Historia.

Este 24 de febrero se realizarán en Miami varias actividades de recordación a los pilotos de Hermanos al Rescate asesinados por el régimen cubano en 1996. Un acto se realizará a las 11 a.m en el Aeropuerto Ejecutivo de Opa-locka, en el 14201 NW 42nd Ave, Opa-locka, desde donde partieron las avionetas derribadas. A las 5 p.m. se realizará una ceremonia solemne en el Memorial Cubano en Tamiami Park, 11201 SW 24th St, Miami. En horas de la noche se realizará una misa en la Iglesia Católica St Agatha, en el 1111 SW 107th Ave, Miami. En todas las actividades programadas se conservarán las medidas de distanciamiento social y uso de mascarillas por la pandemia.

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