Félix Arróyabe Valle (Sidi Ifni, antigua colonia española en Marruecos, 1958) es un comandante jubilado del ejército de tierra de España, curtido en operaciones en su país y la OTAN, pero incapaz de adivinar las emboscadas que le aguardaban en Cuba, adonde llegó procedente de Brasil, buscando un cambio de aires que devino tormenta de casi cuatro años en la cárcel por un supuesto delito de corrupción de menores.
Pero una vez superado el trago amargo de su condena e ingreso en prisión, el rehén en dólares del gobierno cubano, sacó lo mejor de sí mismo y creó escuelas de ajedrez y portugués en La Condesa, una cárcel para extranjeros en Güines, al sur de La Habana, que funciona como prisión y unidad de recaudación de divisas al mismo tiempo; incluidas las corruptelas de sus mandos y carceleros, que Arróyabe Valle relata en un diario de urgencia, trepidante y amargo: La gran prisión, donde el lector más avisado se dará de bruces con la arbitrariedad de quienes mandan y la indefensión de los mandados.
Tampoco salen bien parados los cónsules y embajadores españoles en La Habana, que remolonean en la atención y defensa de sus paisanos encarcelados en la isla; nada que sorprenda cuando el mismísimo embajador de la Unión Europea en La Habana -canario para más señas- acaba de afirmar que Cuba no es una dictadura, una regalía que el entrevistado achaca al discurso predominante en la geopolítica mundial en favor de la izquierda y la dependencia de los individuos del estado.
Aunque Félix Arróyabe Valle lo tiene claro, Cuba, además de dictadura, es reino de simulación, jevas y jabas, como parte de ese carnaval demoníaco que concede un asiento al gobierno castrista en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, cuyos dignatarios -de paseo por La Habana- no cesan de elogiar las ocurrencias de la tiranía más antigua del hemisferio occidental, como ese eufemismo cínico de llamar Sexo transaccional a la prostitución pura y dura que lacera a la nación y la familia cubanas.
¿Ya te has reconciliado con Cuba y los cubanos que merecen la pena?
Cuando llegas a Cuba te da la impresión de haber viajado en el túnel del tiempo, te retrotraes a los años 50. Yo, a la isla, la llamo Jurassic Park. Esto te produce un sentimiento placentero a lo que se une la amabilidad de las personas y esa sensación de creerte Brad Pitt por el acoso constante de tantas mujeres bellas e interesadas. Te inhibes de la realidad y te relajas sin percibir que estás en una trampa mortal, la manzana y Eva. Cuando muerdes la manzana el paraíso desaparece.
Pero Cuba es un paraíso, una isla bellísima en la que habitan personas excelentes y otras no tanto, el problema es el Gran Hermano, el espíritu de la revolución que está impregnado generacionalmente en tantos cubanos y que se basa en la opresión, la imposibilidad de expresarte libremente y la creencia arraigada de que el pueblo debe de ser sumiso porque papá Estado les da de todo.
Amo a Cuba mucho más que cuando llegué a la isla en 2013 y por eso lucho, dentro de mis posibilidades, por la libertad de un pueblo que lleva soportando 62 años una dictadura que no les permite ser libres ni crecer.
¿Cómo te llevas ahora con Dios?
Cuando entras en "el hotelito", como le llamo socarronamente a la prisión La Condesa, un enorme peso cae sobre tus espaldas, todo se derrumba, te preguntas por qué miles de veces. No duermes durante semanas y sólo puedes agarrarte a la esperanza, que es la prostituta del preso, según la definió Pablo de la Torriente Brau, porque a ella acudes constantemente para saciar tu angustia.
La esperanza es Dios, la justicia divina de la que nos han hablado desde la niñez. Confías una y mil veces en que Dios hará todo para que no pases por aquella tortura física y psicológica a la que te han condenado sin pruebas y aún más, sin haber cometido el delito del que se te acusa, porque cuando sabes que has cometido un delito entra en juego la resignación y la aceptación del error, pero cuando el delito no existe sólo hay rabia y desesperación dentro de tu corazón. Finalmente llega la condena firme, siete años de prisión y tus piernas no aguantan el peso del cuerpo y te desvaneces.
La Biblia y el Corán son los libros más leídos en prisión. El preso busca en Dios el sustento que la realidad le niega. El problema es que desde niños nos han enseñado a creer en Dios como si fuese la lámpara maravillosa de Aladino y ese es el error. El hombre hace y deshace en este mundo y Dios nos juzgará al final de nuestra vida. Esto aprendí y por eso cada mañana salgo a mi terraza, levantó los brazos al cielo y doy gracias por un nuevo día.
Tu libro es un documental sobre cárceles cubanas, sus verdugos y sus víctimas. ¿A qué atribuyes que el gobierno cubano conserve un asiento en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas?
Cuando fue derribado el muro de Berlín se dijo que el comunismo tenía las horas contadas. El libre mercado y la democracia harían más felices a la gente que el paraíso comunista. Actualmente la mentalidad comunista está muy arraigada en Europa y Estados Unidos. Los estados apoyan los movimientos sociales -perfectamente dirigidos por intereses económicos y desestabilizadores- más que a las propias instituciones democráticas y hasta se permiten el lujo de modificar leyes y la propia Constitución de un país para dar margen operativo a estos grupos. El comunismo produjo más de 100 millones de muertos y eso, en la actualidad, es necesario para el sostenimiento del planeta Tierra. Sobramos muchos y la agenda 2030 así lo plantea.
Nos encaminamos hacia una reestructuración de la economía global y sus objetivos son la concentración de la riqueza, la desestabilización de las pequeñas y medianas empresas, la eliminación de los derechos de los trabajadores, la inestabilidad provocada de los mercados laborales y la contracción de los salarios y, por tanto, de los costes laborales. La pobreza crea dependencia del Estado y de eso se trata.
Son las líneas del comunismo, por ello y desde mi punto de vista, Cuba sigue sentada como lobo que cuida las ovejas, en el Consejo de Derechos Humanos. Hay un pacto tácito internacional para conseguir estos objetivos y Cuba es parte del comunismo internacional.
¿Crees que sexo, droga y contrabando humano son los delitos más recurrentes atribuidos a extranjeros en Cuba?
Efectivamente. El 80% de los extranjeros presos en La Condesa están acusados de tráfico internacional de drogas, el otro 20% se reparte entre los otros delitos citados, a los que hay que añadir el de cohecho, que se les aplica a los empresarios extranjeros para decomisarles todos sus bienes.
Pero déjame que te haga algunas observaciones. El Código Penal de Cuba señala, en su artículo 190.3, que si el inculpado penetra en territorio nacional utilizando nave, aeronave u otro medio de transporte será sancionado de 15 a 30 años o muerte. Es decir, cualquier extranjero recibirá esta sanción y será acusado de tráfico internacional de drogas, aunque porte 10 gramos de hachís para consumo propio, el caso del francés Jean, o con cannabis terapéutico recetado por un médico canadiense como terapia para la ansiedad, como era el caso de Anton, un canadiense con el que coincidí en La Condesa.
Este mismo delito, artículo 190.1, aplicado a un ciudadano cubano, es de privación de libertad de 4 a 10 años. Ello ya nos da una idea de la discriminación que hace el código penal cubano entre naturales y extranjeros.
Después está el delito de tráfico de personas, que se refiere a todos aquellos cubanos que, queriendo salir de la isla acuden a balseros, normalmente dominicanos, que los intentan sacar. Algunos se quedan atrapados en los arrecifes y eso es suficiente para ser privados de libertad entre siete y quince años sin ninguna prueba, pues no encontraron a los cubanos que presuntamente iban a sacar de la isla, este es el caso de Babeche y Moisés. Realmente, de este delito habría que culpar al gobierno cubano, pues son ellos los que, al impedir el libre tránsito de los ciudadanos, lo cual es un derecho internacional, les obligan a acudir a la ilegalidad.
El tercer delito es el de cohecho. Un delito en el que es imposible no caer si tienes un negocio en Cuba, ya que todo se hace por la izquierda y mediante dádivas. Recuerdo el caso de Bernard, un francés, que le dio 50 euros a una arquitecta por prepararle toda la documentación para el registro de la vivienda. El gobierno lo consideró cohecho porque se lucró la arquitecta y no el gobierno, por lo cual sancionó a ambos con prisión. Este delito es el que usa el gobierno cubano para meter en prisión durante cinco años a los empresarios y aplicarles el decomiso de todos sus bienes y cuentas bancarias. A Bernard le quitaron su casa en La Habana y la dictadura se la cedió al fiscal que llevó su caso.
Finalmente está el delito de tarjetas fraudulentas y el delito de corrupción de menores. Este último, del que me acusaron a mí, se produce al tener relación con una de las mujeres menores que infestan las discotecas de Cuba a altas horas de la madrugada o que te abordan en plena calle. La prostitución en Cuba es un tema muy serio que produce muchas divisas al gobierno y que está controlado por el Ministerio del Interior, pues es un negocio muy lucrativo para ellos y, de vez en cuando hay que justificarlo metiendo a algún extranjero en prisión.
En mi caso particular, la jueza, después de haberle ordenado a la secretaria incluir en acta la declaración de la menor que afirmaba estar enamorada de mí y la de los padres declarando que yo me negaba a tener relaciones con ella, dijo: "Yo le condeno a usted por haberle dado a la menor 10 dólares, porque lo que ocurrió entre ustedes sólo ella y usted lo saben". A lo cual le respondí que, tal y como habían declarado los testigos, esos 10 dólares se los había dado porque ella me había pedido, posteriormente a la relación, una ayuda para comprarse unas zapatillas. Resultado: Siete años de prisión. Además, el padre y la madrastra también fueron a prisión por el mismo delito. Impresionante, porque los tres fuimos condenados como autores del mismo delito.
Existen otros casos, como el del inglés Geoffrey, de más de sesenta años, con cáncer y otras enfermedades incurables, el cual, tras ser golpeado por dos prostitutas menores de edad, llamó a la policía y ellas dijeron que habían tenido relaciones con él, por lo que le condenaron a siete años de prisión. En la alegación que hizo, la fiscalía le respondió que se callase porque le podían haber impuesto 15 años, siete por cada una de ellas.
En tu libro cuentas algunas experiencias amargas de extranjeros que fueron empresarios en La Habana y creían ser amigos de Fidel y Raúl Castro Ruz; ¿a qué atribuyes la inocencia de hombres aparentemente curtidos en la vida ante los mecanismos cubanos?
Como te dije anteriormente, Cuba recibe al extranjero con los brazos abiertos, pero en el fondo es pura hipocresía. Necesita al extranjero, pero por otro lado lo odia porque encarna la imagen más pura del capitalismo. El sistema siempre funciona igual, te dejan crecer, te vigilan constantemente y, cuando les interesa, te tienden una trampa y te quitan todo. No es inocencia lo que estos empresarios tienen, sino incredulidad. No creen que puedan ser traicionados cuando los propios hijos de Fidel y Raúl Castro pasan las vacaciones, en Canadá, en sus mansiones junto a su familia. La mentalidad es diferente y no son capaces de asimilar que una relación estrecha los lleve a prisión para apoderarse de las empresas y efectivo que tantos años les ha costado conseguir.
Este es el caso de los empresarios Sarkis Yacoubian y Cy Tokmakjian, poderosos ejecutivos canadienses, con los que tuve la oportunidad de hablar durante años y me relataron con detalle sus casos.
¿Has vuelto a tener relación o noticias de antiguos compañeros de prisión y carceleros de Guantánamo y La Condesa?
Mantengo contacto con algunos de ellos, aunque son muy pocos. La mayoría de la gente quiere olvidar, no quieren difundir sus experiencias. Salen de La Condesa con el corazón vacío y habiendo perdido muchos años de su vida. No tienen ganas de recordar y mucho menos de mantener viva la experiencia para explicarle al mundo las torturas físicas y psicológicas que sufrieron en Cuba.
De los carceleros sólo tengo recuerdos, pobres hombres arrastrados a vivir una vida miserable, quejándose continuamente de su escaso salario, pero manteniendo la boca cerrada porque el Gran Hermano siempre les vigila.
Recuerdo con aprecio al jefe de cocina en la prisión de Guantánamo, mientras las enormes ratas asaltaban mi litera en busca de migas de pan él me contaba cómo estaba podrida toda la comida que recibía. Un día me propuso un negocio que haríamos al salir, pues él estaba convencido de que no me condenarían. Se trataba de revender ciertas cosas y la ganancia era de un peso por cada artículo, al final descubrí que se refería a un peso cubano, casi me muero de la risa porque yo pensaba que se refería a un dólar.
La desesperación del pueblo cubano llega a unos límites insospechados para los que viven fuera de esa gran cárcel. También recuerdo a los policías carceleros orinando desde el último piso al patio a través de un agujero que había en el suelo para salida del agua. Los orines caían sobre los presos que estaban en el patio mientras ellos se reían.
De La Condesa recuerdo las constantes peticiones de jabitas para poder llevarse a casa las comidas que sustraían de cocina a costa de nuestra alimentación, las solicitudes persistentes bajo amenazas para que les diésemos cigarrillos y les comprásemos jaboncillos y otras cosas en la shopping y, cuando llegaba el fin de semana, las presiones y amenazas solicitando galletas y cosas banales para poder regalárselas a sus jevas. La sustracción de los perfumes que teníamos en las taquillas o en las maletas con argumentos de que contenían alcohol y, luego, llegaban a pasarnos inspección impregnados con aquellos aromas decomisados. En fin, un verdadero infierno de acoso psicológico permanente en unas instalaciones que no reúnen las más mínimas condiciones sanitarias ni de habitabilidad.
Los abusos de los oficiales, que bebían alcohol, ese de 90 grados y que metían en la celda de castigo al primero que hablase. La falta continua de servicios sanitarios que era sustituida por compañeros que eran médicos y que muchas veces intervinieron para salvar la vida de infartados ante la ausencia del médico y la pasividad de la enfermera.
Demasiado que contarte para tan poco tiempo, sólo decirte, en cuanto a la habitabilidad, que teníamos 40 centímetros entre cada grupo de dos literas para movernos cuatro hombres. Según ellos, eso es lo que el reglamento de prisiones especifica.
¿Has podido restablecer la comunicación y el afecto con tus hijas?
Mis hijas no han dejado de estar ni un segundo en mi corazón, son la parte más maravillosa de una relación que, al divorciarme, su madre convirtió en un arma para deshacerme psicológicamente. A este respecto escribí un libro titulado Maltrato Psicológico al hombre y Alienación Parental.
Después de más de 30 años sigo soñando con ellas reviviendo momentos maravillosos de su infancia. No las culpo de la manipulación, seguro que aceptan a otras parejas que se divorcian, pero el trabajo psicológico que hizo su madre en ellas, siendo tan pequeñas, es algo que se queda ahí para siempre. Tengo nietas y nietos, pero no me dejan verlos por haberme divorciado, aunque después de 25 años sigo aportando el 50% de mi pensión a mi exmujer y a la única hija que no se ha emancipado.
En fin, el amor es gratitud y yo estoy agradecido por haber hecho todo lo que me permitieron por ellas en su educación, por haberlas formado universitariamente y mi deseo es que siempre sean felices. En mi corazón sólo hay amor para ellas.
¿Qué es de la vida de Cari, una de tus exmujeres, que se convirtió en ángel de tu guarda durante tu estancia en la prisión cubana?
Cari sigue siendo mi ángel de la guarda, la amiga perfecta, la que siempre me apoya y me acepta con mis virtudes y defectos. Todas las Navidades las pasamos juntos, soltero o con pareja ella me recibe con los brazos abiertos. La amistad supera al amor porque el amor humano es egoísta y tiene un componente sexual. La amistad está exenta de todo ello y es sólo entrega. Así es mi relación con Cari después de muchos años.
¿Has vuelto a saber de Eli?, tu exmujer guantanamera, que rentabilizó al máximo su matrimonio contigo, según cuentas.
Cuando pones todas tus esperanzas en una persona y te defrauda acabas perdiendo un pedazo vital de tu corazón. Te haces más incrédulo sobre los sentimientos de los demás y pierdes una parte de tu bondad. El amor de Eli era para mí la recompensa tras los sufrimientos que la dictadura cubana me había infligido.
Lo único que me mantuvo vivo durante los tres años y diez meses que pasé en La Condesa era pensar que su amor me correspondía y que, tras el infierno, llegaría el paraíso a su lado. Tristemente no hice caso de los comentarios y experiencias de muchos otros. Tras invertir mi salario de tres años en una casa en Guantánamo, que diseñamos con detalle para vivir juntos, todo resultó una farsa, se la entregó a su madre y hermanos. Al mes de estar en España ya me quería abandonar y conseguí retener esa locura, que yo no podía pensar nunca que estuviese preconcebida, hasta darle la residencia legal. Después, acabó la parodia y abrí los ojos a lo que mi corazón rehusaba. Un amargo broche para cerrar el capítulo más triste de mi vida.
Supongamos que un español está leyendo esta entrevista en vísperas de viajar a Cuba. ¿Qué le aconsejarías, como debería actuar en esa jungla que describes en tu libro?
Lo primero que le aconsejaría es no viajar a Cuba. Todo lo que busca lo puede encontrar en otras islas del Caribe donde, desde que entras no eres vigilado por la Seguridad del Estado, donde la presunción de inocencia existe y donde se respetan los derechos humanos. En caso de insistir en viajar a Cuba le diría que no saliese de su hotel sin guía, que no deambulase libremente por las calles de La Habana para evitar ser acosado por mujeres que sólo le van a traer problemas y, por supuesto, que se abstenga de todo tipo de drogas.
Un ejemplo lo explica todo mejor. En una discoteca, un mexicano, Israel, estaba con su prima, habían ido a pasar un fin de semana a La Habana. Un cubano se puso pesado con la joven y él le recriminó, se cambiaron de mesa, pero el cubano siguió molestándoles, finalmente se cruzaron unos golpes, como resultado, el mexicano pasó tres años en La Condesa por lesiones al irrespetuoso.
Como este caso hay muchísimos más que detallo en mi libro La Gran Prisión -Cuba es la gran prisión-, son casos reales en los que siempre verifiqué documentalmente las declaraciones de los compañeros y los testimonios de los testigos, que acababan todos en prisión, así como las peticiones de la fiscalía y la mayoría de las sentencias se basaban en “por la ciencia, la lógica y la razón este tribunal popular le condena a ….”, sin más pruebas, sin más testigos.
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