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Permuto para San Isidro

Nada nuevo bajo el cielo cubano en las últimas seis décadas, cuando el poder ha combinado fusilamientos y represión con la compra de voluntades y la emigración para conseguir el apaciguamiento que apenas pueden ya contener porque la crisis de los años 90 provocó que el Buró Político se desentendiera de los cubanos e impusiera el sálvese quien pueda, hasta llegar a los actuales niveles de pobreza y desigualdad

Barrio habanero de San Isidro © El Toque
Barrio habanero de San Isidro Foto © El Toque

Este artículo es de hace 2 años

La penúltima jugarreta del tardocastrismo provocará un aluvión de solicitudes de permuta para el barrio habanero de San Isidro, donde brigadas estatales han emprendido la reparación de calles y aceras a ritmo de contingente para apaciguar los ánimos de un barrio empobrecido que cree más a Luis Manuel Otero Alcántara que a Miguel Díaz-Canel Bermúdez quien -falto de coraje político- mandó al sembrador de calabazas made in CDR a fisgonear entre las ruinas.

Tampoco es descartable que rueden algunas cabezas de cuadros intermedios para intentar responsabilizarlos del enojo popular, siguiendo la tradición castrista de fingir asombro del máximo líder ante el descubrimiento de deficiencias que aun subsisten y compañeros reblandecidos que -en algún momento de la destrucción revolucionaria- perdieron la brújula de Baraguá, dejando camino por vereda.

Las mejoras que acometa el gobierno en San Isidro -con dinero de todos los cubanos- es otra victoria de Otero Alcántara, que colocó a su barrio en el mapamundi; y las probables visitas de diplomáticos y corresponsales extranjeros, prelados y algún visitante o turista curiosos aconsejan maquillar el barrio, especialmente el entorno más cercano a la casa del artista y, de paso, dejar que los obreros roben y vendan cemento, piedra y arena para que vecinos reparen sus viviendas, bombardeadas por la desidia oficial y baje la presión y el apoyo popular al movimiento artístico y ciudadano.

En paralelo, Torres Iríbar y García Zapata tendrán que hacer un hueco en sus agendas COVID y priorizar el surtido de alimentos, bebidas y golosinas para San Isidro, que asistirá a la llegada de equipos de psicólogos, demógrafos y sociólogos coordinados por la Contrainteligencia para intentar desactivar el foco de rebeldía, sin el empleo de tanquetas y chorros de agua, y elegir el momento adecuado para una fiesta con La Colmenita y piñata gigante, más concierto de músicos populares y cerveza dispensada sin miseria.

Como habrá una convivencia obligada entre obreros, vecinos y policías; personal de confianza de la radio y televisión cubanas podrían bucear entre los escombros y escribir una serie que conmueva la isla de punta a cabo: El derecho de morir, donde una escultural segurosa, ataviada con medias cómicas y gafas Ray Ban, quede embarazada del bolitero del barrio y solo descubra que el padre de su criatura es militante del PCC, cuando el mando superior autorice la revelación del secreto, estando ya en la sala de preparto.

Nada nuevo bajo el cielo castrista en las últimas seis décadas, cuando el poder ha combinado fusilamientos y represión con la compra de voluntades y la emigración para conseguir el apaciguamiento, que apenas pueden ya lograr porque la crisis de los años 90 provocó que el Buró Político se desentendiera de los cubanos e impusiera el sálvese quien pueda, hasta llegar a los actuales niveles de pobreza y desigualdad.

Si el castrismo hubiera dedicado un 5% del presupuesto anual del Ministerio de la Construcción a mantener el parque de viviendas heredado de la república, barrios como San Isidro serían más parecidos a Cartagena de Indias que a Beirut; pero la política de reparto de pobreza, en el ámbito inmobiliario, solo provocó demolición, atentados como Alamar, que ya está en candela también, y la generalización de falansterios; excepto en Atabey, Siboney, Kholy. La Coronela, El Laguito y las mejores zonas de Vedado, Miramar y Nuevo Vedado, preservadas para que descansen los cuadros de la revolución.

Una vez que el agua coja su nivel, un comando de intrépidos reporteros, dirigidos por Rogelio Polanco, aparecerá en el barrio para lanzar un original mensaje: Reafirman vecinos de San Isidro su apoyo a la revolución y el socialismo; el más acucioso de los enviados especiales hallará una casa con fachada salvable para -al más puro estilo norcoreano- anunciar su hallazgo: En esta vivienda, Martí tomó agua y café, mientras conspiraba por la independencia de Cuba; aunque igual solo publiquen que bebió agua porque la mención del café puede revolucionar hasta Mama Inés.

Solo entonces es probable que Otero Alcántara reciba el alta médica con una cascada previa de datos de su excelente salud gracias a la medicina revolucionaria, dizque gratis, aunque el jacarandoso jefe del team médico deba aparecer en la filmoteca con traje del sistema brasileño de Saude, en manos de ese malvado que es Jair Bolsonaro.

Para evitar que cubanos deseosos de mudarse para San Isidro colapsen las oficinas de Vivienda y OFICODA, la única fórmula eficaz es que surja un Luis Manuel Otero Alcántara en cada barrio de Cuba, y que no ocurra como aquella señora habanera que -en plena zafra bolivariana- puso un cartel en su fachada: Permuto para Venezuela; cuando los factores del barrio indagaron su vocación permutera transnacional descubrieron que la mujer solo pretendía operarse de cataratas porque los venezolanos tenían prioridad sobre los cubanos.

Quizá sería conveniente que se regulara el acceso de extranjeros al barrio, estableciendo una tasa disuasoria de 30 dólares por cabeza, a pagar en garitas de GAESA, estratégicamente instaladas; pero la recaudación no sería ventajosa frente al riesgo de que la CIA, el Mossad y cualquier otra Inteligencia enemiga mande a sus agentes a copiar tan exitoso modelo de convivencia y provoquen una invasión de pobres norteamericanos a San Isidro.

Mientras llega la multiplicación de unos, dos, tres muchos Luismanueles habrá que declarar a San Isidro zona congelada y prohibir, por ley, que ocupantes de mansiones en el oeste de La Habana quieran instalarse en el barrio para beneficiarse de las enormes ventajas de una revolución cada día más parecida a "Casablanca", donde el jefe policial dispara al techo del Rick's café, cuando descubre -horrorizado- que allí se juega al prohibido, pese a que cada madrugada cobraba su gabela.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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