La primera entrega de las memorias del economista y político emigrado Elías Amor Bravo podría llamarse Se acabó lo que se daba porque su relato es una Habanera de punta a cabo, donde catalanes y asturianos emigrados a Cuba trabajan duro, ahorran, tejen sueños, arriesgan, triunfan y sucumben ante ese gran aguafiestas que fue Fidel Castro.
A priori, la novela podría sonar a otro cante de ida y vuelta, tan socorridos en las relaciones España-Cuba, pero el libro tiene cuatro méritos indiscutibles: Honestidad, indagación histórica, análisis político y socio económico desde finales del siglo XIX hasta la zafra azucarera de los diez millones, y música.
Honestidad. Elías huye de las visiones idealistas que sobre las familias suelen permear las memorias de los buenos y traza un retrato humano de varios miembros de su familia, incluidos ganadores y perdedores, que es solo un recurso teórico porque la novela contiene amargas verdades, que diría Sindo Garay.
Indagación. Antes de ponerse a escribir, el autor buscó papeles, refrescó recuerdos y comprobó datos, con la delicadeza de aclarar a pie de página la imposibilidad de contrastar algunos hechos y referirlos a la tradición oral de ese gran ajiaco de catalanes, asturianos y cubanos que forjaron patrimonio y sufrieron reveses y nostalgias en y de La Habana.
Elías consigue moverse con soltura en dos planos complicados, el amor filial y la amistad y el análisis histórico-económico del fin del colonialismo español, nacimiento, males y bonanza de la República, y el empobrecimiento por decreto castrista, como herramienta totalitaria para hundir a Cuba.
Música. La historia fluye porque el relato no agrede al lector, sino que invita a un paseo que arranca en Vilanova i Geltrú y Acebeiral, calleja por Monte, Egido, Malecón, la terminal de trenes, La Salud, Quivicán, la Lonja del Comercio, y la modernidad norteamericana de grandes cristaleras y aire acondicionado de La Rampa y la carambola de Santiago de Las Vegas, principio y fin de la ilusión.
El fin de los sueños deja claro que la libertad es la mayor divisa humana y que la adversidad y la dicha son pasajeras, sobre todo, cuando un caudillo carismático resulta jaleado por una mayoría inconsciente de su propio suicidio, aunque viera que cada bodega de esquina era un blanco de fusil expropiador.
El paso por la pecera del aeropuerto José Martí deja dos de los mejores compases del libro, la furia arrebata un submarino y una pelota de poli a un niño de 11 años que, previamente ha sido juzgado como gusano por la directora y maestros de su escuela primaria; la cola humana camina con la cabeza gacha hacia el avión de Iberia, siguiendo órdenes de la jauría que insulta y azuza, Josefina cierra el pequeño cortejo familiar escaleras arriba y, cuando llega al umbral del DC-8, se vuelve, alza los brazos y exclama a quienes lloran en la terraza: Los llevo a todos en el corazón...
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