A inicios de los 2000, el público en Cuba veía el anuncio de la cartelera televisiva más por compartir un rato con el anfitrión del programa que por conocer la cartelera misma. Y ese anfitrión era Abel Álvarez. Todavía hoy conserva los modales exquisitos y la elegancia con las que se echó en un bolsillo a miles de hogares cubanos. A la abuela, al hijo, a la nieta; al carnicero, a la doctora, al albañil... a todos les caía bien “Abelito”. Carecía de excesos. Respetaba cabalmente aquello de que “menos es más”.
Como la de un noble caballero, su imagen pulcra alimentó las más variadas simpatías. La sobriedad y el desenfado se hicieron uno en el jovencito de Nueva Paz. Pocas veces le faltaron la sonrisa y la franqueza con que iluminaba al set entero. Solo pasaron unos cinco años desde que se estrenó en televisión nacional hasta que se convirtió en un conductor con los mismos niveles de popularidad que un actor o un músico famosos.
Sin perder esa esencia dejó huella en México y ahora, en Estados Unidos. Reconoce que es afortunado, porque desde que salió de Cuba en 2008 no ha dejado de estar delante de una cámara o un micrófono. Ni siquiera la pandemia lo alejó de la pequeña pantalla del mercado número uno en español y el núcleo de la industria audiovisual de Norteamérica: Los Ángeles. Sabe que no puede quejarse.
Hacer habitualmente la presentación de dos noticieros diarios, no le ha impedido dedicarse tiempo a sí mismo: leer, cocinar, compartir con amigos, recorrer los maravillosos paisajes de California o viajar fuera de Estados Unidos. No contento con su multifacética carrera como locutor, ha incursionado en áreas como el Voice Over o doblaje para cine (su voz estuvo en la versión en castellano de Robin Hood, de 2020) y la producción cinematográfica (25 Horas y Las Polacas, ambos cortometrajes de Carlos Barba Salva), en las que se ha sentido “muy cómodo”.
Aunque “han sido satanizadas por algunos desde la isla”, las redes sociales han evitado para él “ese apagón de cercanía” con los cubanos. Con su programa de entrevistas “Abel en cualquier parte” ha vuelto a colocarse en la mira de una audiencia que le guarda la misma admiración y el cariño que cuando vivía en Cuba. Desde su casa en LA accede a esta exclusiva con CiberCuba, dejando claro que si hay algo que nunca le haría a otro ser humano sería reprimirle sus ideas, aunque no esté de acuerdo con ellas.
¿Cuánto entrenamiento te dio la radio para tener dominio de la televisión?
La radio fue todo en mis primeros 10 años en los medios, antes de llegar a la televisión. En las estaciones en las que trabajé un locutor tenía que hacer todo tipo de programas y géneros: musicales, informativos, dramatizados, infantiles, humorísticos, lectura de poesías, publicidad. Esas experiencias me ayudaron a formar estilos en los que podía moverme a la hora de enfrentar un proyecto, sin importar el escenario. Nunca dejé de hacer radio en Cuba y continué haciéndola en México. Aquí en Los Ángeles, por los tiempos de televisión, es que la he hecho más esporádicamente.
Tú empezaste de abajo. A ti no hubo “palanca” (como decimos en Cuba) o “manga” (así le llaman los españoles) que te empujara, ¿verdad?
Exacto. Llegué a la radio gracias a gente maravillosa que me encontré en el camino en mi pueblo natal en la antigua provincia de La Habana, hoy Mayabeque. Yo me escapaba del Servicio Militar contra viento y marea por ir al curso de locución. Podrás imaginarte que no fueron pocos los problemas que me busqué, pero era la lucha por mi sueño. Después, entré a Radio Progreso por un casting para el exitoso programa juvenil “Radar”. Tenía dudas de si lo lograría precisamente porque yo no era familia “de” y había allí muchos que sí lo eran. Pero para mi sorpresa quien se quedó en la radio nacional fue el muchacho de campo que apenas rozaba los 20 años en aquellos inicios de los 90, y eso me hizo creer que podía hacer más. Allí ni siquiera me pagaban, pero aprendí muchísimo y coincidí con Arletty Roque Fuentes, Tania del Real, Ana Bella… En la televisión me estrené en lo que era CHTV (hoy Canal Habana), donde querían a un desconocido para hacer el noticiero resumen de Ciudad de La Habana del año 2000. Así salí al aire por primera vez frente a una cámara de televisión. Fue un equipo pequeño, pero con mucha empatía y experiencia que me dio mucha confianza. Aún hoy recuerdo textos que me tuve que aprender para ese noticiero. A Radio Taíno y al programa “De Mañana” arribé porque me escucharon un domingo en Radio Ciudad de La Habana y querían a alguien nuevo, ya que la mayoría de los presentadores que pasaron por ese espacio eran muy conocidos en televisión. A “Cuerda Viva” y “Mediodía en TV” llegué gracias a “De Mañana”. El primero me lo propusieron después de una entrevista con su directora y guionista; y el segundo, en una cabina de Radio Taíno a la que me fueron a ver. Por lo que podrás notar, mi palanca, empujón o manga en los medios fue saber aprovechar las oportunidades, y quiero pensar que tener un poco de talento y mucho amor por mi profesión.
¿Hasta qué punto el éxito depende del talento o de la suerte?
El éxito no es algo que se pueda predecir, surge por circunstancias y momentos históricos que vive el que lo experimenta en conexión con el público, si nos referimos a los medios de comunicación. A veces el éxito no está ceñido precisamente al talento, sino a la suerte, a las condiciones que se dieron en un momento específico. Pero no creo que esta última sea la forma cabal. No siempre el talento se premia con éxito, que es una palabra más amplia. Para los que trabajamos en los medios, el éxito está dado en buena medida por que el espectador apruebe tu trabajo, que cada proyecto que realices sea bienvenido. Hay muchas caras del éxito, por eso hay que olvidarse de él y siempre volver a empezar, dar lo mejor de uno, ganar el voto de confianza de la gente. Lo resumo en una anécdota. Un día, cuando ya yo trabajaba en la televisión, Humberto Páez (un gran actor y amigo fallecido a quien conocí en “Radar” y que todos recordarán por su personaje de Toña La Negra en “Su propia guerra”) me contó que en una visita que le hizo a Consuelo Vidal, ella le habló de mí y le dijo que le gustaba mi trabajo. Puedo decir que ese día, cuando una grande de la cultura cubana como Consuelito se sentó en su casa a elogiarme, yo me sentí exitoso.
¿Qué no le puede faltar y qué debe tener de sobra un buen comunicador?
Humildad, sinceridad y coherencia, desde lo humano. Desde el punto de vista profesional, “el deseo de superarse, de aprender de los demás”, como decía mi profesor y el de varias generaciones de presentadores en Cuba, el señor Moreno de Ayala. De él aprendí a leer todo lo que veían mis ojos porque “eso te puede servir cuando menos lo imaginas”. Ese ejercicio puede parecer muy simple, pero me marcó. La calidad de imagen actual de la televisión es muy reveladora, por lo que si no eres sincero con el público, se nota. Y en la radio sucede lo mismo porque con la voz se pueden transmitir muchas sensaciones. Significa que vas por la vida como uno más, pero siempre pensando que estás expuesto, que mientras continúes delante de una cámara o un micrófono, hay un compromiso que mantener.
Aunque los códigos de la televisión son universales, ¿qué ha tenido de nuevo para ti el trabajo fuera de Cuba?
Primero, el entorno laboral es completamente diferente. Tienes que ajustarte a la dinámica de otro país y de otra cultura. Y sí, ciertamente la televisión se hace igual en todas partes, pero creo que en esencia lo que la diferencia es el factor humano, el público al que va dirigida, la política editorial del contenido que se transmite y los intereses de cada estación. Por ejemplo, cuando llegué a México, lo nuevo fue tratar de que la gente entendiera cómo yo hablaba y quitarme palabras que podían ser ofensivas porque hay términos que los cubanos usamos y ellos pueden tomar como rudos. Entender que no es lo mismo trabajar en el Sur del país, que en el Norte: entiéndase Campeche y Monterrey, que fueron los lugares en los que laboré. Precisamente en Monterrey hice lo que nunca imaginé porque es algo que respeto mucho: durante casi cinco años me dediqué a los deportes en Milenio Televisión y Multimedios Televisión. Aquí en Los Ángeles, como presentador de noticias, se mantiene la misma dinámica, pero mucho más cosmopolita o internacional, hay públicos de El Salvador, Honduras, Guatemala y, por supuesto, México. Cada paso me ha hecho crecer como profesional indiscutiblemente.
¿Cuál es el mayor reto de un programa en vivo?
Mantener a la audiencia interesada en lo que le vas a entregar en cada emisión. Escuchar lo que le gusta y a partir de ahí analizar qué se le pudiera agregar de popular al programa para que el televidente amplíe su espectro y se interese también por otros temas. Por otro lado, equivocarte. Siempre nos vamos a equivocar porque somos humanos, pero hay que hacer que se note lo menos posible, salvar situaciones, aprovechar las sorpresas que da el “en vivo” y convertirlas en espontaneidad.
¿Qué peso tendría la imagen para triunfar en televisión? ¿Basta con ser bien parecido?
Quizás antes sí influía una agradable apariencia física. En la actualidad, no importa tanto, aunque siempre será algo complejo porque lo que es bello para ti quizás para otros no lo es. Y quiero pensar que es así porque realmente lo que debe determinar es el talento y la disposición. Eso sí, la presencia y la pulcritud en pantalla es algo que siempre debes mantener por respeto al que te está viendo. Además de cómo luces, en los tiempos que corren algunos productores y directivos buscan otras cosas: mayor naturalidad o cantidad de impacto mediático, como seguidores en redes. Los escenarios han cambiado y la televisión ha tenido que ajustarse a las redes sociales. Lo que no quiere decir que tener muchos seguidores en redes signifique que tendrás éxito en la televisión. Como tampoco tener un buen físico te convierte en buen comunicador, sino que generalmente te obliga a esforzarte más para que no digan que eres solamente un rostro. De una forma u otra, me parece que el “no ser bien parecido” ya no es un handicap para estar en la tele.
¿Qué aprendiste de tus referentes?
Hay personas que son referentes inevitables, como Germán Pinelli, pero aprendo de todos y de todo. Una de las cosas que hacía en Cuba era escuchar a los que me rodeaban, en cada viaje fuera de La Habana, en cada llamada que el público hacía a la televisión, fuera para quejarse o no. Abrir la mente nos engrandece como personas y profesionales. Recuerdo que en la radio, cuando comenzaba a hacer publicidad, tenía la mirada puesta en un hombre y una mujer para buscar mi propio estilo: César Arredondo y Marcia Aristalia. De ahí partí para encontrar cómo lo quería decir yo; fue una estrategia que me dio resultados.
¿De qué tiene que dudar siempre un artista para seguir superándose?
De todo. La duda debe ser una aliada. Detrás de la imagen de seguridad que se proyecta hay muchos demonios de inseguridad: desde si realmente tienes toda la información sobre alguien o algo, si te va a salir bien o si la gente te va a aceptar, hasta si el trabajo es el adecuado y si el tiempo que le dedicas vale la pena. Y después, aunque te feliciten, sigues dudando. Eso es desarrollo. Dudar te hace pensar y crecer. Es duro, porque a pesar de hacer lo que nos gusta, somos muy vulnerables y siempre dependemos de las decisiones de otros para mantenernos en un proyecto. Esa es la cara digamos más práctica de la duda.
Has conducido musicales, noticieros, deportivos... ¿Cuál es el factor común para un conductor en cada uno de esos espacios?
La cámara de televisión, el equipo técnico, una audiencia y el rigor del trabajo para que te salga bien. Sea para una transmisión en vivo en un noticiero -como me tocó en una asignación especial para cubrir la masacre de San Bernardino, California- o para presentar el musical más divertido, tienes que estudiar y prepararte con la misma intensidad.
Leyendo sobre ti para esta entrevista noté que en sitios cubanos es como si tu biografía terminara después de irte a Estados Unidos. ¿Qué crees de esa tendencia a silenciar lo que ocurre con los artistas que emigran allí?
Lamentablemente sucede, como bien dices, y me parece fatal para la credibilidad de cualquier empresa o institución. Es una práctica que se utiliza en Cuba, pero al final esas omisiones afectan a las nuevas generaciones de cubanos que desconocen cómo llegamos a donde estamos hoy como sociedad. Nada justifica ese silencio. Recuerdo una vez que buscaba en la videoteca del Sistema Informativo una imagen que necesitaba para “Mediodía en TV” y mientras corría el casete Betacam me di cuenta de que se había borrado un programa animado por Germán Pinelli, por lo que es algo que no solo pasa con los que venimos a trabajar a Estados Unidos. A diferencia de lo que algunos creen, emigrar te hace más cercano a tu tierra, a tus recuerdos. Siempre se dice que distanciarse ayuda a entender dónde estamos parados como personas. Entonces el día que se entienda que es necesario emigrar o viajar por el mundo, mejoraremos como sociedad porque eso forma parte de la vida.
¿Qué es lo que más extrañas tú de Cuba y de los cubanos?
Extraño a mi familia, sobre todas las cosas. De los cubanos, la cercanía que sentía cuando hablaba desde un estudio de televisión o radio, donde podía percibir que había gente escuchándome o viéndome; o los costales de cartas que llegaban al ICRT cuando conducía “Mediodía en TV”. En esta época, en que se vive tanto en línea, es bueno recordar esas muestras de cariño que venían del puño y la letra de los cubanos.
¿Por qué, si no te ha faltado trabajo en radio o televisión, sentiste la necesidad de crear “Abel en cualquier parte”?
Porque yo hago televisión para otro público aquí en Los Ángeles, como te decía antes. “Abel en cualquier parte” originalmente no estaba concebido como es hoy, pero la pandemia de COVID-19 hizo que se adelantara. Además, entrevistar es algo que me gusta hacer y por lo que muchos me recuerdan. Es el pretexto para reconectarme, después de más de 12 años “perdido”, con los cubanos que me siguieron alguna vez. Este programa es una especie de agradecimiento al cariño que he recibido de ellos.
Aprendiste hace muchos años que lo más importante en una entrevista es saber escuchar al otro. ¿Qué otra cosa debe saber un entrevistador?
¿Saber? Todo lo que más se pueda del que vas a entrevistar. Tener un buen equipo de investigación que te ayude a encontrar lo que otros entrevistadores no le han sacado a tu invitado y que pueda aportar para que la conversación sea interesante.
Vivimos el segundo año de pandemia y tú, incluso en pleno aislamiento, seguiste grabando desde un estudio. ¿Cómo escapas tú de ese constante roce con la crisis desatada por el virus para mantener tu salud mental a salvo?
En enero de 2020 (y esto es algo que nunca he contado) yo enfermé con todos los síntomas de COVID-19. Había regresado a Los Ángeles de trabajar en nuestros estudios en Dallas, Texas, y comencé a sentirme mal. Nunca he tenido una gripe tan fuerte como esa, pero no puedo confirmar si tuve COVID o no porque en aquel momento no había cómo comprobarlo. Estuve un mes durmiendo sentado en el sillón reclinable de mi casa, porque si me acostaba la tos no me dejaba tranquilo. Una noche pensé que me moría por la falta de aire. Al principio de la pandemia todo fue muy difícil y mi gran miedo era volver a pasar por lo que viví en ese enero, cuando todavía por estos lares no se hablaba de coronavirus. Por suerte, después de ese episodio, nadie del equipo de trabajo se enfermó y eso ayudó a que nos tranquilizáramos a medida que pasaba el tiempo. Todos nos volvimos un poco paranoicos, imagínate, hablar todo el tiempo de cifras de fallecidos, contagiados, países que cerraban, personas sin empleo, economías que se devastaban. Creo que el trabajar 11 horas diarias durante meses me ayudó a cambiar la mentalidad, a no sentirme vulnerable, sino sentir que ayudábamos a las personas dándoles la información que necesitaban. Por suerte, en mi canal de televisión la gente es muy responsable. Nadie se acercaba, cada conductor se ponía su micrófono, nadie tocaba nuestros aditamentos para salir al aire y nos maquillábamos nosotros mismos. Eso daba mucha seguridad y tranquilidad. No obstante, lamentablemente, muchos se quedaron sin trabajo por tiempo indefinido y llegó un momento en que la gente ya no quiso más información, y es normal, porque todos estábamos abrumados. Hoy, aunque California ha mejorado mucho su incidencia de contaminación a diferencia del resto de país, nosotros continuamos cuidándonos con muchos protocolos de sanidad.
¿Por qué cuando se habla de Abel Álvarez las personas se refieren en igual medida a su profesionalidad y a su calidad humana?
Sería muy difícil contestarte esto porque no quiero lucir pretencioso. Creo que en esencia es quizás por ser coherente con lo que siento y pienso. He respetado mi trabajo al máximo y al público, al punto que hoy tengo comunicación con mis primeros compañeros y jefes en Cuba y México. Es entregarme a lo que hago y al público sin temor, aunque sé que en algún momento me van a olvidar, porque la generaciones cambian y siento que la televisión es un medio efímero para los que estamos en ella, hoy te recuerdan y mañana no. Antes eso ocupaba mis pensamientos, querer que la gente me recordara siempre, pero creo que la madurez me ha enseñado que si en una época determinada lo que hice fue importante para alguien, valió la pena. Y bueno, también la vida te lleva a conquistar otros públicos y se siente bien. No sabes cómo me emociona saber que hice y hago feliz a mucha gente, a pesar de la distancia en algunos casos. Leo y trato de responder todos los mensajes que me envían, como hacía con las cartas que recibía en Cuba. Ellos se toman su tiempo y yo también. Creo que las personas perciben mi sinceridad; no puedo ser de otra manera. Hoy no soy el mismo joven que salía en la televisión cubana, pero la gente me sigue diciendo Abelito y el programa que me llevó a la popularidad hoy tiene otro nombre, pero le siguen llamando “Mediodía en TV”. No puedo estar más agradecido.
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