La escasez crónica de alimentos -que hambrea a los cubanos más empobrecidos y desiguales- ha devenido la versión más perenne del viejo cuento infantil de La buena pipa, sazonado con ditirambos gubernamentales que nunca se materializan porque la dictadura más antigua de Occidente prioriza fusiles sobre frijoles.
Pese a ser un archipiélago, Cuba carece de abundancia de pescado fresco, fuente de proteína saludable y barata. Pero esta anomalía es omitida por el gobierno, la prensa estatal y los exégetas extranjeros del tardocastrismo, hablando siempre de deficiencias que aún subsisten, cuadros intermedios negligentes, antipatriotas que suben precios en aquella Arcadia colmada de ambrosías y el sabotaje norteamericano, que no impide importar pollos a granel.
Cuando no es la lluvia o un ciclón, es la sequía. Como si en Israel, la única nación del mundo autosuficiente alimentariamente, lloviera todos los días; ya sabemos que Tel Aviv ha rentabilizado cada centavo recibido de Estados Unidos y que La Habana dilapidó la ayuda generosa y ¿desinteresada? de la URSS. Pero algo pasa cuando los kibutz son eficaces productores y las cooperativas cubanas meras estructuras burocráticas y politizadas.
Hace unos días, un campesino cubano denunció la pudrición de más de 200 quintales de tomates, mientras los cubanos se quejan de la carencia de aceite comestible, incluso en las tiendas dolarizadas por el gobierno con precios apartheid para la mayoría; aunque el ministro de Economía no ha tenido el menor empacho en afirmar que sin esos comercios, la crisis cubana sería aún peor.
Conocíamos la dependencia crónica del tardocastrismo al dólar estadounidense, pero agradecemos la sinceridad del encargado de la depauperada economía insular, que ahora intenta levantar con el esfuerzo de "cubanos dignos" y la anunciada reedición del infausto experimento de trabajadores sociales.
La tendencia de Díaz-Canel a frivolizar y su pasión continuista de la nada, desnutren al presidente, como aquella vez que hizo del limón y la comida precocinada la piedra filosofal del tardocastrismo y otra aparición televisiva en que repartió libras de arroz, frijoles y viandas, gracias a una novedosa fórmula municipal que sigue sin dar frutos.
Raúl Castro -pese a su menor perfil delirante- tuvo epopeyas como el vaso de leche que enarboló en Camagüey, su llamado a "virarse para la tierra" y aquella frase en un congreso comunista de que los frijoles eran más importantes que los cañones, que nadie atendió porque hoy se sigue priorizando la compra de armas, medios antidisturbios, carros patrullas y guaguas para turistas.
Una vez que Fidel Castro acabó con la quinta y con los mangos, los cubanos han viajado de cola en cola, soportando carencias de todo tipo, aliviadas temporalmente por el Mercado Libre Campesino; aquella herejía de merolicos procapitalistas, arrancada de cuajo por el máximo líder, como hizo con la industria azucarera, pretextando que el azúcar no valía nada y que esas tierras debían dedicarse a su Programa Alimentario, que nunca alimentó, pero produjo la chicharrita más cara del mundo.
El cultivo de plátano burro con microjet aéreo exigía un poste de hormigón cada seis matas, un cable guía de acero, una pileta llena de agua para lavar el fruto, operarios cubiertos con una colchoneta para proteger el racimo y camiones para transportarlos.
La moringa oleifera y el alga espirulina -como la zeolita- continúan sin conquistar el paladar de los cubanos, empeñados en seguir comiendo lo de toda su vida: arroz, frijoles, yuca con mojo, tostones, y carnita; y despreciando esa magnífica reserva proteica de clarias, capaces de vivir hasta en alcantarillas, aunque recientes reportes oficiales hablan de incumplimiento de metas por la falta de piensos para tan voraces criaturas.
Doce quinquenios de gris Oficoda no consiguen eliminar rezagos del pasado neocolonial, como esa inveterada y contrarrevolucionaria manía de querer darle puré de malanga a los niños. El problema no es la escasez alimentaria, sino la terquedad de los cubanos.
Ya avisó Gina León cantando aquello de "más fuerte que mi credo fue la carne", pero nadie escuchaba porque muchos cubanos estaban persuadidos de que el futuro pertenecía por entero al socialismo y no a las remesas en dólares de aquellos gusanos vendepatrias y prescindibles, sin genes ni conciencia revolucionarios.
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