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En menos de un año, han ingresado 180,000 cubanos a Estados Unidos, si esto no es una estampida que alguien lo explique. Los números no mienten e inducen a pensar que ahora mismo son muchos más los que preparan las maletas. Se equivoca la administración del presidente Joe Biden si cree que para revertir esta situación basta con regresar a la estrategia de Barack Obama, ese acto de fallida benevolencia que dio mucho a cambio de nada.
No, la situación no es la misma y el deterioro de los índices de alimentación, salud pública, vivienda, servicios y un largo etcétera en la sociedad cubana es exponencial. El maquillado mito de la Revolución de los humildes, con los humildes y para los humildes; goza de un absoluto descrédito que ha terminado por perder un importante espacio simbólico allende los mares y en el propio terruño.
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Desde el 11J, la calle ya no es de los revolucionarios, la ocupan de modo intermitente la ciudadanía desesperada y los cuerpos policiales, que tampoco son revolucionarios sino simples gendarmes armados hasta los dientes, sustentados por un poco de comida y unos cuantos pesos a modo de magro privilegio que los ayuda a mantenerse en forma para golpear al prójimo.
Ante este panorama se impone una pregunta a la actual administración. ¿Tiene el gobierno de Estados Unidos de América un plan de contingencia ante la grave tormenta social que no deja de crecer a noventa millas náuticas?
Porque si la previsión de los asesores del presidente se reduce a un aumento de los vuelos y a la eliminación de algunas restricciones mal andamos ante la amenaza de colapso en la mayor de las Antillas.
También cabría preguntar al gobernador Ron DeSantis, a los senadores y congresistas federales y estatales, a Francis Xavier Suárez, alcalde de Miami y a todos los políticos locales, porque no tengan la menor duda de que el mayor impacto lo recibirá el estado de la Florida y en particular la ciudad de Miami, con grandes posibilidades de llevarse por delante un elevado porcentaje de la creciente prosperidad del estado y un número significativo de carreras políticas.
En realidad nadie debía escapar a esta pregunta, ni la sociedad civil, ni las iglesias, ni las organizaciones de cubanos exiliados, ni los ciudadanos comunes y corrientes del Sunshine
State y el resto de la Unión.
La Habana, desde el triunfo del comunismo, ha puesto sus servicios de inteligencia y su policía política en función de expandir su proyecto político, convirtiéndose en el epicentro de ese mal en América Latina. No han dudado en alinearse y colaborar con los más poderosos enemigos de los Estados Unidos de América. La estabilidad de la región y la propia seguridad continental tiene en el régimen cubano un enemigo perseverante, un peligro que se agrava con los tiempos que corren.
Quizás va llegando la hora de pensar en una solución definitiva al problema cubano. Una solución que pasa, inevitablemente, por un cambio de régimen. Quizás sea el momento de ir sentando las bases para llevar a cabo una intervención humanitaria liderada por los Estados Unidos de América y abandonar la estrategia de los placebos. Por mucho que nos pese que Cuba se desliza por la peligrosa pendiente de los estados fallidos.
Alargar la agonía de los cubanos además de inmoral es una temeridad estratégica que alarga la vida de un régimen enemigo jurado de los Estados Unidos de América y de los valores que representa.
Estados Unidos no puede seguir jugando con fuego, aunque en términos comparativos la amenaza de Cuba puede parecer menor que otras está muy lejos de ser insignificante. En los bosques abandonados, la maleza que no se eliminan, cogen candela con cualquier chispa, los grandes incendios suelen comenzar por las ramas secas.
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