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No sin agonía, Brasil aseguró su avance a octavos con un triunfo estrecho y poco vistoso frente a Suiza, que le logró poner sordina a la orquesta sudamericana durante casi todo el trámite.
Ambos equipos salieron al césped del Estadio 974 en busca de sus segundos éxitos. La Canarinha llegaba de vencer en su debut a Serbia con una imponente exhibición colectiva, mientras que los helvéticos lo hacían con una victoria trabajada sobre Camerún.
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Tite metió en juego a Fred para llenar la vacante del lesionado Neymar, cuyo esguince en el tobillo derecho lo había dejado fuera del complicado duelo con unos “Rossocrociati” que superaron la fase de grupos en los dos últimos Mundiales.
Brasil arrancó con las líneas adelantadas, intentando proponer ante un rival que se le había atorado en Rusia 2018 (1-1) gracias a un brillante planteamiento táctico de Vladimir Petkovic.
Sin embargo, Suiza hizo el trabajo que sabe hacer mejor. Esto es, cubrió al Scratch con una densa bruma (juego en ralentí y constantemente interrumpido), y Brasil batalló en vano por desperezarse durante los 45 minutos iniciales.
Tan soporífero fue el tramo, que la única acción ofensiva destacable cayó al minuto 27 cuando Vinicius le pegó mordido a un centro y la pelota salió despejada por Yan Sommer. El resto quedó en humo.
Los cambios en el banquillo suizo no modificaron la esencia del plantel. Carece del caché de los jerarcas, pero siempre compite con ellos. Lo sabe Italia, a la que dejó en la cuneta en las eliminatorias, y antes lo supo Francia, que terminó a sus pies en la Eurocopa 2020. Hoy fue Brasil la que sufrió su telaraña de marcas con ayudas y disciplina a prueba de bombardeos atómicos.
Por suerte para el fútbol, la segunda mitad se animó. Suiza tomó el mando momentáneo y llegó par de veces a línea de fondo, y muy poco después Embolo estuvo cerca de madrugar a Allison. Negados a entregar la iniciativa, los verdeamarillos contestaron con un pase de tres dedos de Vinicius que Richarlison trató infructuosamente de puntear.
Lo que ocurre es que la velocidad no hacía acto de presencia en ninguno de los bandos y facilitaba las cosas en defensa. El empate no era un mal negocio (cada uno llegaría a cuatro puntos, tres por encima de sus acompañantes en la llave), pero el éxito otorgaba un cupo demasiado apetecible a la otra fase.
Así que Brasil, poco a poco, fue haciéndose veloz, y la fórmula enseguida rindió frutos (o pareció rendirlos) en una descolgada de Vinicius que acabó en gol anulado por offside. Suiza estaba avisada de que el cierre del juego podría ser un martirio, máxime con la entrada de piernas frescas en ataque (Gabriel Jesús y Antony por Richarlison y el desalmidonado Rapinha).
El abrazo se quebró al '83 con un golazo de Casemiro, que se metió en el área, recibió el pase y lanzó un golpe con el exterior que se coló por el palo lejano de Sommer. La euforia desatada estremeció los casi mil contenedores que componen la estructura del estadio, y Brasil dejó el campo con el boleto en el bolsillo.
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