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Inglaterra rebasó con autoridad el obstáculo de octavos de final al disponer por la vía de la goleada (3x0) de una Senegal que no pudo emular su histórica faena mundialista de hace 20 años.
Admitámoslo: cada vez que pelean David y Goliat, las apuestas ignoran el desenlace bíblico y le van al gigante filisteo. No hay de otra. Por eso, únicamente los románticos entre los románticos pensaron que Senegal podía derrotar a los ingleses.
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Los Leones de Teranga lo intentaron desde la virilidad y el sacrificio, y fueron ellos los que dictaron la tendencia en casi toda la mitad inicial. Es más: les faltó poco para celebrar después de un par de arreones, sobre todo en el del minuto 32, cuando el portero Jordan Pickford aguantó como pudo el sólido disparo de Boulaye Dia.
Pero la justicia es una vieja dama con los ojos vendados, y a la altura del '38 Inglaterra se desperezó -Jude Bellingham mediante- con el tanto del veterano Jordan Henderson.
El daño estaba hecho, pero no por completo. Poco después, a punto de cumplirse el añadido de ese primer tiempo, el propio Bellingham armó una contra con Luke Shaw y Harry Kane, que no tuvo piedad y llegó por fin al gol en esta Copa. Ya se sabe: correr hacia atrás siempre ha sido el mal de fondo de los equipos africanos.
El dato era imposible de prever antes del día inaugural del campeonato: los ingleses llevaban ¡10! dianas en Qatar y hasta entonces ninguna tenía la rúbrica de su capitán, quien llegó justo a la cita mundialista (problemas en el tobillo y exceso de minutos) y se había limitado a fungir como asistente.
Obligado a empatar o morir, el 2x0 en la pizarra no dejó más opciones al técnico Cissé, que puso toda la carne al asador en busca de la remontada. Sin embargo, Bukayo Saka (m.57) dio una nueva estocada anunciadora de que el argumento de la historia no iba a sufrir cambios abruptos. Así, los Tres Leones conservaban el invicto en ocho duelos de Mundial ante escuadras del continente negro.
Los ingleses, que parieron el fútbol, han sentido por años que el niño les ha salido arisco: tanto, que solo los memoriosos recuerdan aquel día de 1966 en que la recién fallecida Isabel II puso el premio en las manos de Bobby Moore en Wembley.
De entonces a la fecha, su cosecha se limita a nananina. Pero ahora, con una generación dorada que llegó a semifinales en Rusia 2018 y discutió el trofeo de la Euro 2020, hay una fe justificada en el retorno de este hijo pródigo. “It’s coming home”, canta un país.
Eso sí, para que ello suceda tendría que dar otros tres saltos exitosos, y el primero será sobre un abismo que se nombra Francia y se apellida Mbappé.
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