En uno de los choques más hermosos del Mundial, Francia batió 2x1 a una Inglaterra que hizo más méritos pero echó por la borda el penal que habría igualado la pizarra.
Hace un montón de siglos, ingleses y franceses se batieron en el conflicto bélico más largo que ha conocido Europa, la Guerra de los Cien Años, concluida con la victoria gala en la batalla de Castillon. Este sábado, en Qatar, la historia se repitió tras unos cien minutos de combate sobre el césped de Al Bayt.
Inglaterra, según se había filtrado, apelaría a la estrategia del “gato y el ratón” para frenar a Kylian Mbappé, un sistema que intenta “explotar la debilidad que ofrece la super fuerza” del jugador. Y ciertamente esa apuesta no le salió mal. Pero perdió.
El punto es que en el Estadio Al Bayt chocaron las potencias europeas más en forma del torneo. Dos selecciones que habían enseñado músculo y talento, una de ellas avalada por la condición de campeona vigente y la otra, por haber sido semifinalista en Rusia 2018 y subtitular en la Eurocopa 2020.
En los últimos cruces entre ellos la cosecha francesa había sido superior (cinco triunfos, dos empates y un revés), pero nada podía quitarle al partido el cartel de final adelantada. Sobre el pasto sobraban los futbolistas top, había batallas tácticas en el mediocampo y hasta duelos de velocistas por las bandas.
El primer tiempo se jugó con una intensidad que enamoraba. Ambos trabajaban duro en la recuperación tras pérdida, aunque Francia lucía más incisiva y tuvo premio al minuto 17 con un tiro de 26 metros de Aurélien Tchouaméni sobre el que Jordan Pickford pareció reaccionar con lentitud. El daño, pues, llegaba por una vía poco esperada, y un nuevo partido comenzaba muy temprano.
Los ingleses se envalentonaron con el golpe. Apenas cinco minutos habían transcurrido cuando Harry Kane metió el cuerpo en el área, ganó la posición y si no hubo festejo fue porque Hugo Lloris hizo un achique proverbial.
El capitán de los Tres Leones siguió haciendo de las suyas, ora pivoteando en tres cuartos de cancha, ora marcando la referencia de área, ora soltando un cañonazo que Lloris rechazó con una estirada salvaje. El portero francés brillaba como el que más ante su compañero en el Tottenham, y aun lo hizo a inicios del complementario para despejar el cohete de Jude Bellingham.
Sin embargo, no pudo con el penal que cobró Kane. Pasado el ’50, Tchouameni pasó de héroe a villano al cometer una falta flagrante sobre Bukayo Saka, y el ‘9’ no dejó espacio a la casualidad con un obús indetenible que lo igualó con Wayne Rooney (53) como máximo goleador histórico de la selección.
Inglaterra había digerido el disgusto y, desde ese mismo instante, llevó el ritmo y generó más que el monarca en ejercicio. Sus laterales se proyectaban poco -lógicamente preocupados por las subidas de Mbappé y Ousmane Dembelé-, el equipo no jugaba a tirar la mar de centros que lo caracterizan, pero hallaba pasillos interiores para sembrar peligro.
Era mejor. Harry Maguire envió un testarazo contra el poste, y al rato Saka remató por fuera. Se vislumbraba la caída del Arco de Triunfo, pero el que se vino abajo fue el Big Ben: al ’78, un gran centro de Griezmann -que siempre se multiplica con la selección- hizo impacto en la frente de Olivier Giroud y Francia estaba arriba nuevamente.
Como todas las historias trepidantes, en esta faltaban cosas por pasar. Faltaba otro penal inocente de los galos (esta vez Theo Hernández arrolló por detrás a Mason Mount), aunque el empate no subió al score porque Kane se sumó a la larga lista de estrellas que mandan un penalti a los celajes. Faltaba un celemín de maniobras estériles, y faltaban choques físicos, un tiro libre que frisó el travesaño de Lloris, varios reclamos y otras hierbas hasta llegar al pitazo del adiós.
Les Bleus siguen con vida, ilusionados con repetir trofeo. Inglaterra, que inventó el juego y no gana un campeonato desde 1966, deberá silenciar por cuatro años el "it's coming home". Más de lo mismo.
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