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En un partido épico, Argentina se consagró tricampeona del mundo y le dio el título que faltaba en la carrera del jugador más grande de todos los tiempos, Lionel Messi, para quien se hizo finalmente la justicia divina ante una valiente Francia comandada por Kylian Mbappé.
Compañeros en el PSG, rivales en Qatar, ambos monstruos lidiarían en el Estadio Lusail desde posiciones contrastadas: Messi, de 35 años, bailaría su último baile en busca de un trofeo largamente esquivo; Mbappé, de 23, quería convertirse en el segundo jugador más joven de la historia en conquistar par de Mundiales (el primero de esa lista es Pelé).
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Había un antecedente de duelos entre ambos en Mundiales y databa de Rusia 2018. Entonces los galos -campeones a la postre- liquidaron en octavos a los argentinos con score de 4x3, que incluyó par de muescas en las cachas de Kylian. Así que, según fueran los puntos de vista, tocaba repetir el golpe o desquitárselo.
Tan dados a las cábalas, los argentinos tenían fe en que jugar con la casaca albiceleste los pondría camino de la gloria vivida en 1978 y 1986. Eso, porque cuando debieron vestir la franela secundaria (de color azul oscuro) habían caído en las finales de 1990 y 2014.
Argentina había alternado dos variantes defensivas durante el torneo, y este domingo muchos esperaban que saliera con un trío de centrales. Sin embargo, Lionel Scaloni validó los galones de Ángel Di María (faltaba más), lo devolvió al grupo abridor y salió con cuatro hombres en el fondo. Eso sí, el “Fideo” correría por izquierda, su perfil natural, y no por la habitual banda derecha.
Del otro lado, la mayor novedad era el retorno a la mitad de cancha de Adrien Rabiot, repuesto ya de una afección viral. Lo demás, con el mismo libreto: Mbappé y Ousmane Dembélé como extremos de la vieja escuela, Olivier Giroud en plan centrodelantero clásico y Antoine Griezmann con derecho a campar por sus respetos.
Lo cierto es que ambos equipos llegaban muy parejos en materia de opciones, aunque Francia con un pelín de más. Y aunque ahora seguramente habrá quien diga que sabía el desenlace de antemano, era harto complicado presagiar si la fiesta sería en el Obelisco bonaerense o en los Campos Elíseos parisinos.
Los compases iniciales dejaron ver que Francia se encomendaría a la receta que le dio la victoria cuatro años atrás: regalar el balón y salir rápido a la contra. Sin embargo, sus jugadores se notaban nerviosos, con pérdidas absurdas en entregas a placer.
Argentina, por su parte, lucía encorajinada. Al minuto 5, Alexis MacAllister disparó duro aunque de frente a Hugo Lloris. Al '8, Rodrigo de Paul mandó un tiro que pegó en Rapha Varane y, por un milisegundo, dio la sensación de que entraría en su propia puerta. Al '17, un error en la salida gala dejó a Di María para rematar dentro del área, pero de derecha.
Ángel era el demonio del campo. Argentina lo buscaba en cada acción, y Di María generaba peligro cada vez que tocaba la pelota. La novedad táctica de Scaloni funcionaba a las mil maravillas, y tanto, que en el minuto 21 encaró a Dembelé, lo dejó atrás con el regate y a seguidas recibió un empujón que algunos entendieron suficiente, otros no.
Lo cierto es que el referee Szymon Marciniak, un polaco que les había pitado a ambos equipos en Qatar (Argentina-Australia en los octavos y Francia-Dinamarca en la fase de grupos), decretó el penal, el VAR no lo contradijo, y Messi cobró raso y sin mucha potencia luego de engañar a Lloris.
A estas alturas, una acotación imprescindible: el genio rosarino agregó en ese primer tiempo tres récords más a su expediente. Uno, se convirtió en el futbolista que más partidos disputó en Mundiales (26). Dos, quebró la marca que ostentaba Paolo Maldini como el jugador con más minutos en certámenes universales (era de 2,217). Y tres, devino el primer jugador en marcar en todas las fases decisivas de una Copa (octavos, cuartos, semis y final).
Francia no reaccionó con la vehemencia previsible en un monarca. Se mantuvo acechando, sin crear otras amenazas que no fueran en jugadas de pelota detenida, mientras la albiceleste iba soltando amarras en el pasto. Y por ahí nació el segundo gol, un contrataque de manual que constituye la mejor jugada colectiva del Mundial.
Todo empezó con un mal pase de Theo Hernández. Nahuel Molina recuperó la esférica, se la dio a MacAllister, este a Messi, y el '10' frotó la lámpara con una devolución de mil kilates para Julián Álvarez. El pequeño delantero del Manchester City, también de primeras, mandó la pelota al espacio, la recogió MacAllister de nuevo y la cruzó en el área para la llegada de Di María, que puso el 2x0.
¿Jugaba muy mal Francia o Argentina lo hacía demasiado bien? Había de ambas cosas. Tan evidente se hacía la primera que no había terminado el período inicial y ya el técnico Didier Deschamps metió dos cambios (salieron Dembelé y Giroud para la entrada de Marcus Thuram y Randal Kolo Muani). Tan obvia era la otra, que los gauchos ganaban cada duelo personal, cada balón dividido, cada pasaje en tres cuartos de terreno. Inclusive De Paul, que en general no había firmado un gran torneo, lucía inmenso.
Argentina, que había arrancado el evento tropezando contra Arabia Saudita, estaba replicando la proeza de España en 2010 (la Roja se estrenó entonces con revés ante Suiza). Le sacaba los colores del rostro a la campeona con las mismas cosquillas que le habían encontrado Inglaterra y Marruecos, y parecía no sufrir apremio alguno mediante una exquisita presión a la que se sumaba el mismo Messi.
Así fluyó también el otro tiempo. La albiceleste llevaba la voz cantante, desaprovechaba alguna que otra oportunidad frente a la inacción del adversario, que veía salir reemplazado al propio Griezmann. Pero siempre hay un pero, y ese pero fue una falta de Nico Otamendi sobre Muani. En el '80, desde los 11 metros, Mbappé entró en escena en el partido.
El descuento inspiró a Francia, y un instante después -con la albiceleste partida sobre el campo- Kylian volvió a batir a Emiliano Martínez con una volea cruzada que el “Dibu” tocó, pero no pudo repeler. En un par de minutos, Les Bleus igualaban y asumían las riendas del duelo (ya le había sucedido algo similar a la albiceleste contra Holanda). "El fútbol -ya lo dijo Valdano- es un estado anímico", y en el Lusail se estaba reafirmando.
En los últimos compases, Francia trató y trató sin éxito. Argentina, en tanto, vio cómo Lloris le negaba el gol a Messi. Habría prórroga, y allí se advirtió pronto que el físico de los franceses -muchos de ellos ingresados como suplentes- se imponía al desgaste sudamericano. Sin embargo, fue Argentina la que estuvo más cerca en una doble jugada al '104: el disparo de Lautaro Martínez, recién llegado al césped, fue bloqueado in extremis por Dayot Upamecano, y en el rechace el cañonazo de Gonzalo Montiel también se incrustó en la defensa. Un momento más tarde, Upamecano -héroe- volvería a ahogarle el grito de gol a la Argentina.
Pero al '108 ya no pudo serlo nuevamente. Messi cazó el rechace de Lloris luego del tiro de Lautaro, la pizarra se puso 3x2, y resultó imposible que no viniera a la cabeza que en 1986 a Argentina le remontaron el 2x0 en la final y se impuso con ese mismo marcador gracias a una genialidad de Maradona, su Messi de entonces.
Mas esta vez el destino tenía otras cosas que decir, pues Montiel cometió mano en el área al '115, Mbappé cerró el hat-trick y todo apuntó a la tercera lotería de penales en la historia de las finales de las Copas (antes, 1994 y 2006). Sin embargo, todavía hubo dos ocasiones de lujo, una por bando, como para que este partido quedara en la memoria de todos los Mundiales: el "Dibu" le hizo un paradón a Kolo Muani, y en la siguiente acción una jugada sensacional de Messi dejó el trofeo a merced de Lautaro, quien no pudo cabecear como debía.
A los penales, pues, y todo quedó listo para el show del "Dibu", que le detuvo el cobro a Kingsley Coman y vio irse por fuera el de Aurélien Tchouameni. Montiel, villano poco antes, puso el último clavo en el ataúd francés. Argentina ganaba su tercer trofeo mundialista.
Unos meses atrás, Mbappé le restó mérito a la calidad del fútbol sudamericano con una sentencia lapidaria: “No está tan avanzado como en Europa”. Hoy no se verificó esa afirmación.
Unos días atrás, un ex del Real Madrid, el holandés Clarence Seedorf, había dicho que “si los dioses del fútbol existen, sería bonito ver a Messi levantar la Copa”. Parece que sí existen.
Unas horas atrás, Griezmann llegó a decir que “Argentina tiene al mejor del mundo”. Y es verdad.
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