¿Quién salvó a Fidel Castro tras el asalto al Moncada?

Ahora que se cumplen exactamente 70 años del asalto al Moncada y –este 1 de agosto- de la captura de Castro tras la escaramuza sangrienta, conviene poner las cosas en su sitio histórico a partir de toda la evidencia disponible.

Vara en tierra donde fue apresado Fidel Castro. © Centro Provincial de Patrimonio Cultural de Santiago de Cuba
Vara en tierra donde fue apresado Fidel Castro. Foto © Centro Provincial de Patrimonio Cultural de Santiago de Cuba

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Este artículo es de hace 1 año

Junto con la avalancha de memes de que Fidel Castro fingió haberse perdido en las calles de Santiago de Cuba para no ir al combate en el Cuartel Moncada, por estos días las redes sociales han difundido también comentarios de que preservó su vida metiéndose debajo de la sotana del arzobispo Enrique Pérez Serantes. La verdad histórica estriba más bien en que Castro sobrevivió gracias a su némesis: el dictador Fulgencio Batista.

Ahora que se cumplen exactamente 70 años del asalto al Moncada y –este 1 de agosto- de la captura de Castro tras la escaramuza sangrienta, conviene poner las cosas en su sitio histórico a partir de toda la evidencia disponible y comprobada, porque de nada sirve seguir repitiendo un relato de complacencia para subsanar heridas de nuestra tragedia nacional. La verdad siempre debe ir por delante, aunque nos duela o desanime.


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En Biografía a dos voces (2006), Castro puntualizaría que su bando tuvo “cinco muertos en combate [Gildo Fleitas, Flores Betancourt, Carmelo Noa, Renato Guitar y Pedro Marrero] y otros 56 que asesinan”. El total es correcto: murieron 61 asaltantes, pero la investigación del historiador Antonio Rafael de la Cova arrojó, entre otras muchas cosas, que en combate no cayeron cinco, sino ocho, y que tanto Marrero como Noa fueron asesinados.

Y entre las muchas frases que pronunció en juicio y acabarían estrellándose en la Cuba de hoy, Castro deslizó también patrañas como que “la matanza en masa de prisioneros no comenzó hasta pasadas las tres de la tarde. Hasta esa hora esperaron órdenes [de Batista]”. La triste realidad fue que nadie esperó órdenes para matar presos a tiros o culatazos, como aseveraron el cabo Eugenio Alcolea y otros militares batistianos. Al entrar la prensa en el cuartel, el domingo 26 de julio de 1953 por la tarde, la cuenta de asaltantes muertos andaba ya por 33.

¡Monstrum horrendum!

Así calificó Castro a Batista en La historia me absolverá por ordenar la ejecución de prisioneros, pero la realidad es que el “Hombre Fuerte” nunca dio tal orden. Por el contrario, el martes 28 de julio conminó al jefe del regimiento acuartelado en el Moncada, coronel Alberto Del Río Chaviano, a respetar la vida de los detenidos, luego de recibir las quejas de Carlos Piñeiro y del Cueto, Gran Maestro de la Gran Logia de Cuba de Antiguos Libres y Aceptados Masones.

El Gran Primer Vigilante de la Gran Logia, Luis Savigne, había avisado por teléfono a Piñeiro y del Cueto sobre la salvaje represión en Santiago. Este último redactó un memo que llegaría a Batista por intermedio de otro hermano masón, Carlos Salas Humara, ministro de Salubridad y Asistencia Social. A eso de las siete de la noche de aquel martes, Salas Humara llamó desde su casa a Piñeiro y del Cueto para decirle que Batista estaba esperándolo allí.

El Gran Maestro masón acudió enseguida, presentó a Batista las quejas y abogó por respetar la vida tanto de los asaltantes prisioneros como de aquellos que se entregaran. Piñeiro y del Cueto atestiguaría que Batista llamó de inmediato al Moncada: “Insultó a Río Chaviano y le dijo borracho y que lo responsabilizaba con su vida de cualquier muerte más que hubiera allí”.

Ese mismo día Savigne había asistido a la reunión del Comité de Instituciones Cívicas de Santiago que acordó pedir al arzobispo Pérez-Serantes gestionar con el mando militar el cese de los asesinatos. Pérez-Serantes informó de vuelta que Del Río Chaviano había negado “que hubiera una orden expresa de asesinar a los detenidos” e insinuado que “si él [Pérez-Serantes] iba a las lomas a buscar a Fidel Castro para que se entregara, él [Del Río Chaviano] no se lo impediría”.

Al otro día circulaba por todo Oriente la carta pastoral Paz de los Muertos y así quedó allanado el camino para que Pérez-Serantes pasara a la historiografía como el obispo que salvó a Fidel Castro. No obstante, tal como la carta pastoral por el circuito civil, el miércoles 29 circulaba por el circuito militar la orden expresa de respetar la vida de los asaltantes “como si fuera la vida del jefe del regimiento”.

El último de los asaltantes fugitivos baleado de muerte, Marcos “El Curro” Martí, cayó el jueves 30 de julio en la Cueva del Muerto, cerca de Playa Siboney, pero por desafiar sus perseguidores. Su compañero de escondite, Ciro Redondo, fue conducido al Vivac de Santiago. En virtud de la misma orden, Ramiro Valdés Menéndez paró en el Vivac el viernes 31 de julio, tras ser arrestado en la carretera al Castillo del Morro, y Castro correría igual suerte el sábado 1 de agosto, luego de ser apresado en la finca Las Delicias, al despuntar el día, junto con Pepe Suárez y Oscar Alcalde.

La captura de Castro

La historia oficial narra este episodio con la referencia del teniente Pedro Sarría, quien según Castro “impidió que algunos matones nos asesinasen en el campo con las manos atadas”. Sarría recuerda que llegó con su patrulla a un vara en tierra y “desde la distancia empiezo a decir que no tiraran, que las ideas no se matan”.Quienes integraban la patrulla darían esta versión más detallada.

El soldado Luis Manuel Batista tumba de una patada la puerta de yaguas, que cae sobre Alcalde, y grita: “¡Salgan con las manos en la cabeza!”. Antes de que salieran Alcalde y Castro, una pistola niquelada con cachas de nácar es arrojada fuera del bohío. Tras colgársela al cinto, Batista entra y saca a Suárez. Enseguida increpa al más alto: “Tú eres Fidel Castro, el culpable de todo esto”.

Castro contaría al novelista francés Robert Merle que sintió “cómo sus manos tiemblan y palpitan las venas de su frente”, pero responde que no es Fidel Castro, sino Francisco González Calderín. Sólo que el cabo Norberto Batista había sido herido de gravedad en el combate y ahora su hermano encañona a Castro vociferando: “¡Hijo de puta, mi hermano se está muriendo por culpa tuya!”.

Alcalde clama que es masón y hace el signo de socorro. En ese justo momento, Sarría empuja hacia arriba el cañón del fusil con su antebrazo izquierdo, agarra con su mano derecha la pistola colgada del cinto de Batista y profiere en alta voz la frase sacada del repertorio de Domingo Sarmiento: “¡Las ideas no se matan!”

Otros testigos

El dueño de la finca Las Delicias, Lelín Leizán, escuchó al capitán José Tandrón advertirle al teniente Sarría que a los prisioneros “había que llevarlos al Vivac por orden de Batista”.

El teniente Antonio Ochoa mostró especial interés en matar a Castro, pero apuntó que Del Rio Chaviano le dijo que no “por orden del presidente Batista”. Enrique Canto, monaguillo de Pérez-Serantes, dejó por escrito que hasta el odioso Pérez-Chaumont había notificado al arzobispo que nada iba a pasarle a Castro.

Aquel sábado 1 de agosto bajaron del monte a la carretera de Siboney, por orden de Castro, los moncadistas Eduardo Montano, Mario Chanes, Armando Mestre, Juan Almeida y Francisco González para entregarse al arzobispo Pérez-Serantes, quien aguardaba en un jeep con su chofer, Oscar Anglada, y Juan Emilio Friguls, reportero del Diario de la Marina que militaba en la Juventud Católica.

Montano y Chanes atestiguarían que Castro les ordenó entregarse, así como declarar que su jefe había buscado refugio en Playa Siboney, con la intención expresa de eludir la persecución, salir de Cuba y regresar con una expedición armada a salvar la revolución.

Así terminaría haciéndolo Castro también gracias a Batista, quien hacia 1955 propició la Ley de Amnistía de los moncadistas y otros presos políticos con el apoyo enfático de Rafael Díaz-Balart, líder de la mayoría batistiana (Partido Acción Progresista) en la Cámara de Representantes. Pero esa historia es parte de otro episodio histórico que merece una exposición en detalle para la próxima.

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Arnaldo M. Fernández

Abogado y periodista cubano. Miembro del grupo Cuba Demanda en Miami.


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