Varadero, una de las playas más icónicas de Cuba, alberga una joya arquitectónica que ha resistido el paso del tiempo: la mansión Xanadu. Esta majestuosa residencia fue el sueño hecho realidad del millonario franco-americano Irénée Dupont de Nemours.
En 1927, después de retirarse de la presidencia de su imperio químico, Dupont buscó un refugio tranquilo para su jubilación. Encontró ese paraíso en Cuba, donde adquirió 180 hectáreas de tierra en la península de Hicacos por 90,000 pesos.
La construcción de la mansión, que cuenta con cuatro pisos, 11 habitaciones, tres terrazas, siete balcones y un muelle privado, comenzó poco después. Dupont nombró a su residencia "Xanadu", inspirado en el palacio exótico del legendario guerrero chino Kublai Khan. La casa fue diseñada por la prestigiosa firma de arquitectos Govantes y Cabarrocas y construida por la Frederick Snare Corporation. La inversión total ascendió a 1.3 millones de dólares, una fortuna para la época.
La mansión fue construida con materiales de la más alta calidad. Se trajeron maderas preciosas de Santiago de Cuba para los techos, escaleras y columnas, mientras que los pisos y baños se hicieron con mármol cubano, italiano y español. Además, Dupont instaló el órgano privado más grande de toda América Latina en la mansión, valorado en 11,000 dólares.
Pero Xanadu no fue solo una residencia; también fue el epicentro de la vida social de Dupont en Cuba. Durante la década de 1950, estrellas de Hollywood como Cary Grant, Esther Williams y Ava Gardner visitaron regularmente la mansión. Además, Dupont contribuyó al desarrollo de Varadero al vender tierras y financiar proyectos, incluida la construcción de una iglesia y el mantenimiento de una escuela parroquial.
Sin embargo, en 1957, Dupont visitó Xanadu por última vez. Tras un accidente en el que se rompió una pierna, fue trasladado a Estados Unidos y nunca regresó a Cuba. Falleció en 1963, el mismo día que la mansión que construyó en Varadero abrió sus puertas como el restaurante Las Américas.
Hoy, la mansión Xanadu sigue en pie como un testamento del legado de Dupont en Cuba y de la rica historia de la isla. Es un recordatorio de una época dorada y un símbolo de la conexión entre Cuba y aquellos que, como Dupont, se enamoraron de su belleza y cultura.
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