Es mediodía de lunes en Cuba y, en el barrio de La Güinera, donde se registraron masivas protestas durante el 11 de julio de 2021 (11J) y donde murió el único manifestante de aquella histórica jornada, hay un chivatón bebiéndose una botella de Havana Club a la salud de su compatriota, Mijaín López, quintaesencia del llamado “deporte revolucionario”.
No se conocen sus apellidos, pero el indiscreto espía fracasado y coordinador nacional de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), Gerardo Hernández Nordelo, nos ha desvelado su nombre y su rostro. Se llama Marcelino y “tiene guardado un 'rifle' para disfrutar el combate” de esa gloria del deporte y la propaganda del decrépito régimen totalitario.
“Mi hermano Marcelino, en La Güinera, tiene guardado este 'rifle' para disfrutar el combate de Mijaín López. (No digo que para cuando Mijaín gane, porque ya él ganó)”, dijo en sus redes sociales el narcisista Hernández Nordelo, compartiendo una foto suya con su "hermano" Marcelino, chivatón de barrio obrero; y otra con su ídolo Mijaín, comecandela olímpico.
A esta hora, después de las dos victorias del cuatro veces campeón olímpico en lucha grecorromana y su avance a semifinales en París 2024 tras derrotar al actual campeón mundial, el iraní Amin Mirzazadeh, el “hermano” de Hernández Nordelo debe estar eufórico y con su botella de Havana Club medio vacía.
En su calle de La Güinera habrán escuchado los vítores propios de los de su calaña: ¡vivacuba, quépingú y vivafidel! El pobre Marcelino habrá dejado un fondillo de Havana Club, el de la vergüenza, para llamar beodo a su hermanito Gerardito y celebrar la victoria. “¿Víte, Geraldito, chama? ¡Tremendo mostro Mijaín! Por aquí todo tranquilo, túsae, bajo control. ¡Oe, se me acabó el 'rifle' y edtoy seco pa’ la pelea polel olo!”.
Y Hernández Nordelo, que está en modo olímpico, se pone su camiseta Adidas, sus zapatillas Nike y su mono Puma y sale corriendo para La Güinera a llevarle otro “rifle” a ese patriota y hermano suyo, digno aficionado a todos los team aseres de la “continuidad”, y vigilante de las “conquistas revolucionarias” en los barrios humildes.
No se olvida el olímpico Gerardo de ponerse su Rolex, coger dos puros sin vitola, de esos que les trae el chofer de San Marino (Murillo), llegar en ten flats hasta la casa de Marcelino y encontrarlo sin camisa en la calle, dando confusos vivas y desorientado, gritando “Mijaín me toca la pin” y consignas parecidas.
"Carga sobre sus hombros la esperanza y la responsabilidad de comenzar a revertir los resultados de Cuba", dice Granma del debut de Mijaín. Pero Marcelino ya ve doble las líneas del periódico que le extiende Gerardo para ver si reacciona y recupera ese ánimo imbatible, propio de los revolucionarios.
Con los ojos vidriosos, el "hermano" de Gerardo se lamenta: "¡Él era mi abanderado! ¡¿Por qué se la dieron a La Sombra?! ¡Dime, Geraldito, dime! ¡Eso con Fidel no pasaba!".
A estas alturas, Marcelino solo piensa en tomarse el otro "rifle" y sacar de su cabeza un pensamiento intrusivo que le ha hecho perder la compostura: "Ese Mijaín y sus 130 kilos debe consumir al mes la cuota de pollo de toda La Güinera".
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