Vídeos relacionados:
Dos meses antes de salir de Cuba rumbo a Estados Unidos viví dos semanas pensando que tenía un cáncer en mis ganglios. En noviembre de 2010, un equipo de patólogos del Hospital Provincial “Carlos Manuel de Céspedes” de Bayamo firmó un papel amarillento que, a máquina de escribir y con varios errores de mecanografía, me dictaminaba un Linfoma de Hodgkin tipo Esclerosis Nodular.
La noticia no tardó en correr como pólvora en una ciudad de doscientas mil personas donde mi nombre, debido a enfrentamientos periodístico-políticos, había cobrado desafortunada notoriedad.
Lo más leído hoy:
Quince días más tarde, otro equipo de patólogos, estos pertenecientes al Hospital “Hermanos Ameijeiras” de La Habana, haría explotar a mi madre en un llanto acumulado, al decirnos que aquel dictamen no era más que un monstruoso error.
Los exámenes repetidos en La Habana a mis ganglios mostraban una alteración (hiperplasia) quizás producto de un antiguo proceso viral, que no contenía presencia alguna de malignidad.
El diagnóstico que me salvaría de las garras de la quimioterapia llegaría después de procedimientos tan tortuosos como una biopsia de hueso de la cadera, un medulograma, y otra biopsia del tejido nasal (solo practicable introduciendo una especie de tijera finísima en mi nariz hasta la laringe, y cortando una porción del tejido), que me martirizaron durante varios días.
De regreso a mi ciudad oriental, con otro papel que me decía que a mis 26 años aún no me tocaba enfrentar ningún cancer, pude conocer qué vieron o no vieron en mis células los cinco patólogos bayameses que dictaminaron mi Linfoma de Hodgkin.
Eso sí: consultas bibliográficas y decenas preguntas a otros médicos me permitieron saber que esta clase de linfomas poseen células con una estructura clara, bien definida, clásica, que tornan bien difícil cualquier confusión.
Jamás afirmaré que detrás de un dictamen que destruyó los nervios de mi familia y de mis amigos, estuvo la mano oscura y todopoderosa de la Seguridad del Estado, como sí afirmaban varios de los míos, alarmados con el inconcebible error. No es mi especialidad fundar mis criterios sobre bases subjetivas, sin argumentos de peso en mi mano: esa es la especialidad de los difamadores.
Sin embargo, ahora que es noticia el encarcelamiento de la directora de Salud Pública en Palma Soriano por ingresar a pacientes sanos con falseados diagnósticos de dengue, y por vender de paso el combustible destinado a la fumigación para combatir la epidemia, me ha regresado a la mente mi horrible experiencia personal.
¿Cuantos cubanos habrán recibido tratamientos para enfermedades que no poseían, y cuántos que sí las padecían no habrán sido atendidos gracias a los sucios manejos de funcionarios corruptos dentro de un sistema corrupto?
La extraña y meteórica muerte de Laura Pollán en 2011 llevó a algunos conocidos opositores cubanos (Guillermo Fariñas, José Daniel Ferrer, entre muchos otros) a firmar en ese momento una declaración de rechazo a ser hospitalizados en caso de enfermedad.
La tragedia nacional llega a esos extremos de paranoia justificada: cuando un aparato de 'intelligentsia' tiene poder para sacar de Universidades a alumnos, para decidir quién viaja o no fuera del país, para impedir que un usuario compre alimentos en un supermercado o entre a un cine público; cuando ese aparato tiene presencia hasta en las instituciones más relevantes o las más insignificantes de la sociedad, ¿por qué creer que sus intereses no se harán prevalecer también en un hospital?
Ni siquiera en un terreno cuasi sagrado como el de la salud, donde los profesionales juran bajo palabra hipocrática defender la vida de sus pacientes a toda costa; un terreno que debería no ceder jamás a presiones o influencias de índole alguna, los cubanos que se oponen al gobierno se pueden sentir seguros.
Yoani Sánchez me contó alguna vez cómo la atención médica de urgencia que recibió en un policlínico habanero, fue relatada después, con pelos y señas, a un reportero que publicó un material televisivo en su contra.
Para colmo, la "política de intocabilidad" que otrora tuviera la medicina cubana ha sido sustituida por una indolencia de Estado como jamás se vio en décadas anteriores.
Las noticias de hospitales con chorros de agua inundando sus salones de operación en plena intervención quirúrgica; cisternas con cadáveres descompuestos en su interior; faltas de agua por días o semanas, se han vuelto tan frecuentes como las inauguraciones de hoteles de cinco o más estrellas en pleno anuncio de "Período Coyuntural".
Es el horror convertido en desprecio estatal hacia la vida de sus ciudadanos.
De igual forma que yo jamás sabré cuánto de error y cuánto de intención hubo en un diagnóstico que me arrancaba gran parte de mi juventud, es probable que tampoco sepan nunca las personas que se 'trataron' el dengue en Palma Soriano si en realidad necesitaban lo que sus cuerpos recibieron.
Es una de las tantas consecuencias del oscurantismo con que todo se mueve a nivel oficial en Cuba: hoy sabemos el nombre de la funcionaria corrupta que ellos, los cancerberos del sistema, quisieron que supiéramos. Estoy seguro de que la cadena de corrupción llega mucho más lejos.
Pero una dura verdad sí sabemos sin que ellos lo quieran: demasiado carcomidos deben andar los valores de una sociedad para que incluso de la responsabilidad, la incorruptibilidad y la ética médica, tengan que desconfiar quienes viven a la sombra de un poder que cada día tiene más una Salud Politizada, y no una verdadera Política de Salud.
Archivado en:
Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.