Desde hace más de treinta años voy usando una especie de mantra que reza invariablemente aquello de ¡Viva Cuba Libre! En las situaciones más inusitadas, afortunadas o desesperadas, la invoco: ¡Viva Cuba Libre!
Hace unos días, mientras leía a mi querido Ramón Muñoz Yanes en su perfil de Facebook, me dije lo siguiente: ¿Por qué seguir con esta cantilena o candanga? ¿Para qué continuar con este daño encima?
¿Quiere verdaderamente Cuba ser libre? Es la pregunta de los no sé cuántos mil millones.
Probablemente una parte ínfima de la población desee serlo desde lo más profundo de su alma y de su conocimiento de la historia de aquella isla. La mayoría, a mi juicio, sobrevive, habita, en una especie de estado de ‘lelitud’ (de lelo), en el que ya no les importa más que continuar con la inercia y nutrir la desidia, machacón tras machacón. Vivir, lo que es vivir, no viven, habitan.
Son habitantes, más que seres humanos nobles y normales. Son seres ‘cubanos’.
Esto sucede en buena medida porque esa enorme masa amorfa no tiene la más mínima idea de lo que significa y vale la libertad. Tampoco les interesa. Que sean libres otros. Ellos no. Con la esclavitud les basta y les sobra.
Lo afirmo no tan a la ligera, hace poco me mandaron uno de esos vídeos de Cuba que me dejan una semana con una punzada en el simpático, el hígado repateado y molido, más la aguda e insistente migraña, en el que un periodista independiente le preguntaba al policía que tenía enfrente:
“¿No quiere usted ser libre?”. Entonces, el guarapito, entre lo vacilante y orondo, así como medio aturdido, mirando hacia todos lados por si lo oía alguien por encima de su carguito de chivatiente, soltó aquella frase memorable para los anales de la historia del castrismo: “¿Y por qué recojines tengo yo que ser libre? ¡Que lo sean ellos! Aquí lo que somos todos es tremendos pingúos (haciendo referencia en argot barriobajero a sus genitales)!”
¿A quién le entran ganas entonces de seguir defendiendo a ese pueblo en las tribunas internacionales después de oír semejante barrabasada? A nadie en su justo juicio, creo yo. Lo mejor es dar la espalda, el consabido portazo, y proferir un ¡que se recontrachiven! a la altura de las circunstancias.
Y, sin embargo, aquí seguimos con el mantra dañino, bebiendo buchitos de una especie de compota de palo (que nos resguarda o nos acribilla), cual representantes de no sé qué, tal vez de lo que allá llaman al descaro la Coca-Cola del olvido. Olvidando ellos a su vez que han vivido la tira de años de nosotros, del exilio, todo lo que han querido, sin disparar un chícharo, y mejor que once millones de niños mongos criados en el extranjero, como se decía antes de la catástrofe o cagástrofe.
Entonces, ya que -poniéndonos de acuerdo- sueltan así, tan al desgaire, eso de que no necesitan ser libres, me pregunto si añorarían de verdad vivir, o vivir de verdad. Si el verbo vivir les dice todavía algo con su significado completo. Si es que vale la pena vivir sin libertad. Porque ¿quién querría vivir sin libertades? ¿Sin libertades se puede conocer y experimentar a ciencia cierta lo que es la vida? No, desde luego.
No, reitero, Cuba no vive, ni ansía vivir. Cuba vegeta, o habita en este planeta. Porque, con perdón, dicho por ellos mismos, y comprobado lo comprobado, un número nada desdeñable de cubanos no necesita ser libre, y mucho menos aspira a vivir.
Entonces, para qué tanto ¡Viva Cuba Libre! En fin, que debo reconsiderar mi mantra, quizá sólo usarlo con algunos cubanos, los que de verdad lo entienden y aplican, porque lo necesitan y lo empoderan (palabreja de moda). En cuanto al resto, à quoi bon d’insister?
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