¡Carne de res a la vista!

Antes de salir del recinto, Eulalia, harta de que la despojen en todas partes, camina hasta colocarse frente al administrador y le espeta: Mira. Tu carnicero me ha robado un cuarto de libra.

Venta de carne de res en Cuba © CiberCuba
Venta de carne de res en Cuba Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 4 años

Eulalia es una anciana diabética de 86 años que, en todo 2020, no había recibido su magra cuota de carne de vaca, consistente en una libra y media de la parte que le tocara en suerte, asignada en la dieta médica que le renueva anualmente -análisis clínicos de por medio cuando haya reactivos para hacerlos- la doctora del consultorio de la familia.

No importa que la diabetes sea una enfermedad crónica, ella deberá repetirse la sacadera de sangre, porque para eso precisamente le dan carne. Esta semana Eulalia ha recibido la gran sorpresa del año pandémico y desabastecido: "¡No es pollo, vieja! –le ha dicho el pícaro carnicero con evidente sorna-- ¡es carnita de la perdida!"


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Desde hace más de un año todos los enfermos, niños y embarazadas del país apenas han recibido pollo norteamericano engordado con hormonas sintéticas, sin ninguna estabilidad en las entregas periódicas, cuando bajo sabia prescripción facultativa lo que debieron ingerir fue carne roja.

Eulalia ha delirado ahora viendo cómo en la carnicería adscrita a su bodega en Caibarién, desembarcaban este miércoles por la tarde ingentes bolas de nalga, solomos y jarretes en sudorosas cajas plásticas, pero los soñados filetes que no ve desde la era republicana le provocan una reflexión: Si no hay turismo a qué mesas van a parar los filetes; seguramente terminan en las cocinas de unos cuantos elegidos y sanos, sin necesidad de dieta médica.

Igual le pasa con las pechugas de los pollos que jamás ha vuelto a ver, ni tampoco ha conseguido a cambio de divisas, pues hay partes del ganado mayor y menor que, al nacer o llegar a Cuba, ya traen destinos preconcebidos.

-¿Y este arribazón a qué se debe? —ha preguntado turulata al bodeguero, que supervisa -como un zorro subido en recia montaña de papeles- la maniobra distributiva del carnicero.

- Pues nos ha dicho el carrero, en confianza, que los frigoríficos del combinado cárnico donde trabaja, están que revientan, y como no habrá turismo por lo visto, pues temen que se les pudra el negocio, con estos calores infernales, más el abre y cierra, sin perder de vista “los apagones programados” …, concluye.

La vieja se ha quedado absorta escuchando al par de empleados discutir sobre cortes y estilos carniceros, mientras va desembolsando sutilmente una pesa electrónica que le compró a una mula, hace poco, para evitarse estafas mayores “en plan trueque”, como ella llama al comercio. Eulalia aguardó a que le despacharan su ración en la jabita de nailon, para comprobarle el peso.

El carnicero, joven e “inexperto”, tiene la manía -o el entrenamiento- de marcar en la vieja balanza de bronce y cristal el presunto gramaje, e inmediatamente, como un relámpago y sin tiempo para comprobarlo, le arroja con fuerza el pedazo de carne cortado que al caer estremece los contrapesos, rematando tal desequilibrio con un par de pellejos y diciéndole: "¡Agarra, temba! Que esto no se ve todos los días…"

Antes de salir del recinto, Eulalia, harta de que la despojen en todas partes, camina hasta colocarse frente al administrador y le espeta: "Mira. Tu carnicero me ha robado un cuarto de libra". El dirigente ofuscado se dirige con ella del brazo al delincuente y lo amonesta en tono dramático:

- Octavio, estás apretando, socio… afloja.

Ambos fingen. Le lanzan un bistecito extra sin volver a sopesar la jaba de la infeliz Eulalia y le explican a coro:

- ¡Ay compañera, es que, con esta cola, más el apuro, a veces la balanza se equivoca!

Eulalia no tiene ganas de volver a reclamar nada, y sale cabizbaja por la puerta principal con la jabita colgándole del dedo. El resto de los potenciales estafados que han observado callados la maniobra, saca cuenta mental de cuánto les costará “luchar” la libra extra por la izquierda, cuando hayan transcurrido las 72 horas que se asignan para que los clientes “saquen la dieta”, y el mismo carnicero ladrón les proponga, socarrón: "Tengo por ahí una tierrita pa ti, de la buti”.

La última vez que hubo carne en reventa, eran tan mala, que fue molida y convertida en picadillo. Costaba 40 pesos la libra, quizá ello explique que los ministerios de Comercio Interior y el de la Industria Alimentaria de Cuba, hayan anunciado alternativas recientes para suplir el déficit cárnico en la dieta del ciudadano común con derivados y piltrafas.

La claria enseñorea los ausentes productos “del mar”. La gallina decrépita será croquetas y las tripas aplazarán el ruido de la tripa humana. Tales empeños han tenido cierta repercusión mediática y entre la dispareja ciudadanía, quienes se han mofado públicamente del ministro alimentado, o le han apoyado incondicionalmente.

Un carnicero jubilado, que se las sabe toda, cree que "la aparición de la carne de res ha sido gracias a la caída catastrófica del turismo y a la incapacidad tragona de mayimbes y guatacas" para devorar toda la carne en sus casas y comedores estatales de alto rango, incluso repletando los refrigeradores de ciertas viviendas privilegiadas en plena crisis, aliviada con un bistecito mal pesado.

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Pedro M. González Reinoso

(Caibarién, 1959). Promotor cultural independiente. Periodista y escritor, actor y transformista que se mete en la piel de Roxy Rojo.


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