El comandante de la revolución Ramiro Valdés Menéndez reveló recientemente que Cuba necesita 250 millones de dólares anuales para mantener su matriz energética y alumbrar la isla como Dios manda; pero como no los tiene, recomendó ahorrar electricidad en cualquier circunstancia.
Valdés que fue bodeguero, masón y ministro del Interior antes que jefe de la patrulla Click, sabe que un país a oscuras reduce el comercio y la industria; merma la fraternidad entre cubanos amargados por el empobrecimiento, la desigualdad y los apagones y genera delitos.
Hasta hace unos meses, el gobierno cubano -sabiendo que un país apagado es un barril de pólvora humana- esquivó apagones en zonas residenciales, pero ni así pudo evitar la rebelión del 11J porque muchos cubanos, especialmente los jóvenes, saben que la causa de todos sus males es el comunismo de compadres que practica la casta verde oliva y enguayaberada a bordo de BMW sabrosos y que no les cuestan nada porque sale del lomo de los ciudadanos.
¿Donde podría encontrar Valdés los 250 millones que el tardocastrismo necesita para dormir con un ojo abierto y otro cerrado? En Gaesa que -en medio del desastre sanitario por coronavirus- gastó 4.138 millones de dólares norteamericanos, según cifras oficiales, aún sabiendo que no irían turistas.
La millonada gastada en activos inmobiliarios de lujo en La Habana, Varadero y Holguín daría para renovar la caduca e ineficaz matriz energética cubana o para alumbrar la isla durante más de 16 años y haría innecesarios los desalojos cometidos por Gaesa en el holguinero poblado de Ramón de Antilla, contra ciudadanos indefensos y empobrecidos.
El ejecutivo cubano -que se pasa la vida sacando la cara por Gaesa, en una rara inversión de papeles, pues habitualmente son oficiales y soldados los que defienden a los gobiernos y no al revés- adujo débilmente que muchas inversiones estaban programadas y contratadas las importaciones que implicaban esos proyectos turísticos.
La excusa es fácilmente desmontable porque la pandemia de coronavirus cambió las prioridades en el planeta y hasta gobiernos ultraliberales, paralizaron inversiones en favor del gasto público para socorrer a las víctimas de Covid-19, pero el ministro de Economía, Alejandro Gil, en un arranque de sinceridad impagable dijo que Cuba no aumentaría el gasto social; aunque luego la realidad fue más tozuda que la pasión neoliberal del burócrata comunista, enmudecido desde que calificó de milagroso estar aun en el poder.
Asumiendo la tesis de del gobierno cubano sobre la inmovilidad de los planes de Gaesa, que no rinde cuenta ni está sometida a la verificación de la Controlaría General de la República ni a la Asamblea Nacional, otra fuente de financiación para la generación y mantenimiento eléctricos son las solidarias remesas de la agredida emigración cubana, incluidas las recargas telefónicas; otro negocio milmillonario en manos de los dichosos ahijados de Raúl Castro.
En 2020, pese a la reducción de envíos a más de la mitad, los cubanos emigrados mandaron a Cuba -por diferentes vías- 2.967.000.000 de dólares norteamericanos, es decir, casi doce veces más que las necesidades anuales de la generación de electricidad, según los cálculos de Valdés.
Dinero hay para atender las necesidades energéticas de la población, pero el tardocastrismo carece de sentido y sensibilidad para entender que el ejercicio del poder -incluso el dictatorial- implica servir a los ciudadanos y evitar apostar a las fantasías animadas de Gaesa, que sigue empeñada en desconocer el miedo que provoca en los mercados la calamitosa economía cubana y su incapacidad de pago y parece apostar por el delito que implicaría vender a precio de saldo, lo que nunca será suyo; aunque parezca.
Raro comunismo nacionalista que desplaza al cubano en favor del negocio, y sigue sin asimilar que resulta más rentable un país iluminado que una isla oscura y en zozobra constante porque cuando se va la luz, tampoco hay agua y debe correr hacia los refrigeradores para salvar los ¿19 alimentos? que garantiza la sexagenaria Libreta de Abastecimiento.
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