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José Martí no habría podido votar en el referendo constitucional del próximo 24 de febrero. Pobre Apóstol sin derechos. Los casi catorce años que pasó deambulando por Madrid, Zaragoza, París, Veracruz, Nueva York y Tampa, le inhabilitarían su condición de cubano al más universal de todos los cubanos.
La ley migratoria castrista condiciona la ciudadanía cubana a la permanencia de 2 años como mínimo en territorio nacional. Algo así como que la cubanía se hace vapor de agua lejos del islote caribeño. Se difumina. Usted puede no entenderlo, ni ninguna lógica humana o divina. Pero la burocracia migratoria cubana lo entiende muy bien. Equivale, pongamos, a que el pater familias obligue a sus hijos a habitar la casa natal durante un tiempo mínimo para poder seguir contándose como miembro de la estirpe familiar. “Si te vas más de dos años lejos de casa no serás un Rodríguez”, algo así.
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La trampa es de un tufo tan genial como miserable: aún cuando nos arrebatan nuestra ciudadanía cubana luego de los dos años fuera, nos eternizan esa misma cubanía en forma de pasaporte con prórrogas. Solo somos cubanos para pagar por ello. La cubanía al servicio de las arcas familiares castristas.
Pero ahora que un engendro impreso llamado nueva Constitución se someterá a referendo dentro de menos de diez días, la ley suprema por la que todo cubano deberá regirse en referencia a su país natal, nuevamente los dueños de la finca nos recuerdan que somos foráneos. Que no podemos votar. Y esto, aunque de tan obvio terminemos dándolo por sentado, es una aberración ante la que no tenemos derecho a callarnos las bocas.
Según la Comisión Electoral Nacional cubana, de las 12 mil 635 circunscripciones reconocidas oficialmente para este referendo constitucional, 122 estarán ubicadas en el exterior. Para más señas, de los 25 mil 348 colegios electorales donde los “reconocidos como cubanos” podrán efectuar su voto, 1.051 estarán fuera de Cuba. Los datos fueron publicados de soslayo en el diario Granma recientemente, al final de un extenso artículo explicando normas bajo las cuales se regirá este referendo.
Sin embargo, este texto aclaratorio dejaba una laguna intacta: no precisaba quiénes serían esos “afortunados” a los que la Ley Electoral les reconoce el derecho a votar fuera del país y para los que se habrán dispuesto esos más de mil colegios electorales. Para más señas del secretismo: tampoco puede encontrarse en qué países y ciudades figurarán los colegios.
Esa misma Ley Electoral cubana de 1992 obliga a “garantizar el ejercicio del voto por los electores que se encuentran fuera del territorio nacional”. Curiosamente, también remarca que únicamente en presencia de un referendo como el que nos ocupa, podrán abrirse colegios electorales fuera del territorio nacional, pero muy convenientemente evita detallar quiénes tendrán derecho a votar en esos colegios en el extranjero. Una útil patente de corso para un gobierno que maneja las reglas a su entera conveniencia.
A efectos prácticos de la política migratoria vigente, los cubanos que se encuentran fuera de Cuba son clasificados en tres grupos: 1) los que cumplen misiones oficiales y conservan todos sus derechos 2) los que están de visita temporal por cualquier causa y también conservan aún sus derechos 3) y por último, los que ya traspasaron la barrera de los 24 meses sin pisar suelo cubano y perdieron, en consecuencia, sus derechos como cubanos. Solo estos últimos se presupone que tienen negada la posibilidad. Pero la confusión es aún más macabra: ninguno de los que se encontrarán en el exterior este 24 de febrero y que conservan intactos sus derechos, sabe dónde o cómo podrá votar en los colegios dispuestos para tales fines. La chapucería isleña en su versión más fresca.
Para colmo de males, el director de Asuntos Consulares y Cubanos Residentes en el Exterior del MINREX, Ernesto Soberón, recién ha publicado un tweet que, parafraseando a García Márquez, servía más para ocultar que para decir. “Todos los ciudadanos cubanos mayores de 16 años -en pleno goce de sus derechos políticos y que no estén incluidos en las excepciones previstas por la Constitución y la Ley- que se encuentren en el exterior, podrán ejercer su derecho al voto en Cuba este 24 de febrero”.
Una joyita. Vaya regalo nos hace el Soberón. Habla de una rara especie de cubanos con el don de la ubicuidad: son capaces de estar en el exterior y votar en Cuba, a la misma vez. Ciertas leyes de física elemental dificultan la comprensión de su tweet: o estás en el exterior o estás en Cuba, campeón.
Así tenemos que a diez días del referendo constitucional ni siquiera los médicos que cumplen misión en Venezuela saben cómo harán ellos para votar. Ni hablar de quienes se encuentran de visita en Estados Unidos o Europa, y que llevan menos de dos años fuera del país. Desconcierto, caos.
Pero lo que sí sabemos los parias a los que la dictadura cubana no nos reconoce nuestro derecho a estamparles un sonado NO en la boleta del día 24, es que ninguno de esos colegios electorales se abrirá para nosotros. Y el tamaño de la afrenta debería ser motivo suficiente para que los millones de cubanos desperdigados por todo el globo terráqueo intentaran, cuando menos, ponérsela difícil a los burócratas que ese día les impedirán decidir también por su país.
Ellos lo saben: solamente permitiendo que vote el pueblo rehén, el pueblo al que pueden amedrentar con sus técnicas matonescas y su represión silenciosa, pueden aspirar a ganar cualquier resultado en las urnas. Cuando la dictadura cubana nos imposibilita a los cubanos del mundo libre ejercer nuestro derecho a tener voz en la construcción de una Cuba futura, no equivoca la estrategia. El cálculo es exacto. Los que no estamos al alcance de sus tentáculos podemos votar con real libertad y conciencia cívica. Con real humanismo. Sin presiones ni manipulaciones ni chantajes.
Y ese voto, desde luego no iba a estar alineado con los intereses de una pandilla familiar que nos ha secuestrado la ciudadanía a nosotros y que también se la habría secuestrado al José Martí trotamundos que había encontrado la fórmula del amor triunfante: con todos y para el bien de todos.
Ellos, los del YoVotoSí, no entienden de eso.
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