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En mi decisión concienzuda de votar NO a la Constitución que se someterá a referendo el próximo día 24 de febrero en mi país, ha jugado un papel preponderante mi condición de psiquiatra, al cerciorarme de que la salud mental del ciudadano cubano residente en esta isla es precaria.
Esta precariedad obedece a disímiles causas. Resumirlas todas es tarea bien compleja, pero puedo mencionar algunas de las más evidentes: 1) Una instrucción politizada que no enseña a pensar ni prepara para vivir, es decir, no educa. 2) El miedo a decir lo que se piensa y la indefensión que le acompaña. 3) Permanecer en la zona de confort sin experimentar confort, y mantener una actitud de espectador al esperar por otros para resolver problemas propios.
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A ello se le añade la certeza de la finitud de la vida, y de que el tiempo no alcanza para la realización personal en Cuba, lo cual lleva a muchos de mis compatriotas a la utilización de mecanismos evasivos: el consumo de alcohol y otras drogas, junto al intento de suicidio, están entre los más socorridos.
La desesperanza y el desamparo pueden ser los detonantes de un suicidio, pues, aunque los gobernantes repitan hasta la saciedad que nadie quedará abandonado a su suerte, no es lo mismo decirlo que percibirlo de esa manera por quien lo escucha. Ese es el pan nuestro de cada día en Cuba.
La ruptura familiar por el exilio, las colaboraciones en naciones extranjeras, las movilizaciones dentro del territorio nacional y otras razones, requieren la elaboración de un duelo, lo cual no siempre se consigue, generando estados depresivos diversos. Estos estados, si no se toman medidas terapéuticas a tiempo, pueden evolucionar a la cronicidad.
Se asiste entonces al surgimiento de una nueva familia que he dado en llamar la familia Wi-Fi pues es en estas zonas donde se pueden encontrar los de afuera con los de adentro. Y los asuntos familiares se esparcen y se diluyen entre todos los individuos que hacen uso de estos servicios, aunque no sean “ni parientes siquiera”.
A ello hay que añadir el NO HAY que afecta la vida cotidiana de la mayoría de los cubanos en todos los órdenes, principalmente los más desfavorecidos, los cuales se tornan más vulnerables de lo que ya lo son para la eclosión de enfermedades mentales muy frecuentes como la depresión, las esquizofrenias, las adicciones y las demencias.
El NO HAY induce al conformismo, a la indolencia. Y a los profesionales que deseamos trabajar bien, el NO HAY nos lo impide. Para muestra, un botón: el miércoles de la semana previa a mi jubilación vi a la madre de una joven con grave riesgo de suicidio y la remití al servicio de urgencias de Psiquiatría del Hospital “Carlos M. de Céspedes”, de la ciudad de Bayamo. El jueves de esa misma semana remití a la expareja de una de mis pacientes. El miércoles siguiente asistió a mi consulta la hija de la señora para decirme que su madre se había suicidado. Le pregunté si no la había llevado y me dijo que sí, pero que la enviaron para su casa porque no había camas. Ella fue a comprar un pedazo de carne de cerdo y cuando regresó se la encontró ahorcada.
El jueves asistió la excónyuge y le dije que su expareja me había visitado y que tenía grave riesgo suicida, pero permitió que le remitiera, aunque no sé si fue o no al psiquiatra de guardia. Me contestó la señora que había ido, que lo habían dejado 24 horas en observación, pero como no había camas, lo enviaron para su hogar con tratamiento ambulatorio. Compró todas las pastillas y las ingirió, ocasionándose la muerte. El domingo siguiente a estos dos incidentes cumplí la edad de jubilación y no fui más a trabajar pues el NO HAY entorpeció mi buena praxis de la manera más terrible que pueda imaginarse. Los medicamentos necesarios se requieren en el momento preciso, no cuando lleguen a la farmacia.
La estrategia gubernamental continúa siendo apostar por la esperanza, por aquello que reza: “la esperanza es lo último que se pierde”. Pero parafraseando al escritor paraguayo Augusto Roa Bastos “el peor suplicio que se le puede hacer a un ser humano, es engañarlo con la esperanza”.
Votar NO a la nueva Constitución es intentar poner fin a ese engaño esperanzador.
Votar NO a la nueva Constitución es enseñarle al cubano a tomar decisiones propias sin intervención, influencia ni manipulación gubernamentales.
Votar NO a la nueva Constitución es preferir apostar por la utopía que permanecer en la insegura seguridad gubernamental que ofrece el socialismo que no ha demostrado ser ni próspero ni sostenible.
Votar NO a la nueva Constitución es optar por la estrella que ilumina y mata que por el yugo para seguir haciendo el papel de manso buey.
Votar NO a la nueva Constitución es evitar otra forma de maltrato al grupo LGBTQ, que del rechazo abierto y la exclusión el gobierno apuesta ahora por la manipulación haciéndoles creer que les otorgan un derecho, cuando han sido ellos los que se lo han ganado con su perseverancia en manifestar sus preferencias sexuales.
Votar NO a la nueva Constitución es evitar que se continúe brindando a los niños y las niñas de las escuelas primarias un modelo cuestionable de paradigma que además atenta contra sus auténticas aspiraciones de ser como sus padres y sus madres. En este sentido, votar NO es una manera de oponerse a la pérdida de la identidad de los niños y las niñas a quienes le hacen decir “Yo soy Fidel”
Votar NO significa estar en desacuerdo en continuar un sistema que ha logrado que el país que reciben nuestros hijos está en peores condiciones que el que recibimos de nuestros padres y eso se llama involución.
Votar NO es la única manera de demostrar en Cuba que se es auténticamente libre, que no se tiene deuda de gratitud alguna con la Revolución, que no se espera nada del gobierno, pues como dijera José Martí, el más universal de los cubanos: “Ocasión es lo único que necesita el cubano para distinguirse”.
Y esta es la ocasión.
Dr. Sergio Andrés Pérez Barrero
Profesor Titular de Psiquiatría, Fundador de la Sección de Suicidiología de la Asociación Mundial de Psiquiatría, y de la Red Mundial de Suicidiólogos. Asesor temporal de OMS/OPS para la prevención de suicidio en Las Américas.
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