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Quizás tú no lo recuerdes, o quizás sí, pero hace veintiún años un arzobispo cubano se adelantó al horror que podría vivirse hoy, este veinticuatro de febrero, si tú y todos los cubanos que pueden votar como tú, no dicen basta al dolor y la amargura y empalan un No como bandera a través de la boleta blanca del referendo.
En 1998, frente al Papa Juan Pablo II, el arzobispo de Santiago de Cuba monseñor Pedro Meurice Estiú pronunció aquellas palabras que aún hoy ponen los pelos de punta. Quizás nunca antes más que hoy:
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“Nuestro pueblo es respetuoso de la autoridad y le gusta el orden, pero necesita aprender a desmitificar los falsos mesianismos (…) Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas y la cultura con una ideología”.
Yo no te conozco a ti, lector de estas palabras mías trasnochadas, porque yo le escribo ahora mismo a un concepto, no a un individuo concreto. Le escribo a un cubano que puede votar. Un cubano al que, a diferencia mía y de otro puñado de millones, todavía no ha perdido del todo el derecho a decidir algo, a empujar el muro o ponerle encima un ladrillo más, y que este domingo tendrá ante sí la posibilidad de extender el naufragio de toda nuestra nación, o de comenzar a rescatarla.
Seré directo: vota no, por favor. No quiero marearte con tecnicismos ni con elucubraciones de última hora. Si me estás leyendo ahora mismo yo quiero que entiendas la urgencia real: estás a punto de formar parte de la barbarie o de la justicia. Estás a punto de poner tu mano encima de la mancha, o de comenzar tú mismo a limpiar esa mancha luego de sesenta años de inmundicia.
Yo no te pido que te ausentes. Por supuesto, tampoco te pido que votes sí. Tú no puedes aprobar una Constitución inventada por un partido para perpetuarse en el poder, compadre. Tú eres más que eso. Tú eres un tipo grácil, bonachón, tú eres un cubano sin venenos adentro, has logrado sortear el vendaval de maldad, de manipulación, de odios inoculados, y en consecuencia tú no debes, no puedes querer avergonzarte en el futuro de tu voto hoy. La Constitución no es broma, mi hermano. Necesito que lo entiendas.
Necesitamos nosotros, los millones que no podemos votar pero que hemos servido de alivio y consuelo, que tú votes por todos nosotros. Necesitamos que si algún día de verdad has querido agradecernos a algunos de nosotros, a tu amigo distante, a tu hermana exiliada, a tu amigo de Facebook, a alguien, por una remesa auxiliadora, por una recarga desinteresada, por una compra para tu niña recién nacida, por una medicina para tu vieja, por una llamada de cariño irreductible; si alguna vez te has preguntado cómo podrías agradecernos a los de acá por tanto amor condensado y a prueba del tiempo, la respuesta la tendrás en tu mano hoy.
Alcanza la boleta que te extenderán, piensa en nosotros los huérfanos de derechos en el país que nos vio nacer, y vota No.
Si te molestó, como sé que te molestó, que me llamaran mal nacido por error, a mí que he hecho más por tu bienestar y tu calidad de vida que cualquier delegado de circunscripción en todos tus años, sé mi amigo hoy y véngate en mi nombre diciéndoles que No.
Si nunca entendiste por qué nos gritaron gusanos, y escorias, y por qué nos golpearon y nos encarcelaron en campos de concentración para desafectos y homosexuales, y si llevas todavía a cuestas el remordimiento de en aquel entonces no haber alzado la voz como sabes hoy que debiste, estás a tiempo de darte un abrazo tú mismo de hermosa reconciliación: escúpeles que No.
Si quieres pensar que un país mejor de verdad es posible, un país de donde no haga falta emigrar, huir como ladrones en la noche, exponer la carne a los tiburones o los coyotes del desierto, o a las maras o los policías de fronteras; si quieres dejarles a tus hijos un mejor país que el que heredaste tú de tus padres y estos de sus abuelos, coño tienes hoy una oportunidad irrepetible, gravemente única: no les regales la ley suprema del país. Diles que No. Diles que ya estuvo bien con sesenta años. Ni uno más, por el amor de Dios. Ni una Constitución más.
Porque es imprescindible que entiendas: lo que está a punto de ocurrir hoy, lo que podría ocurrir si tú no movilizas tu amor y tu bondad, es tan grave que no te bastará, no nos bastará una vida entera para purgar el alcance del error.
En toda tu existencia no volverás a votar por una Constitución. Estos no son procesos frecuentes. Esto no es relajo de patio escolar. No hablamos de votar a un presidente que luego, en un país normal, se podría quitar casi de un soplido popular. Es la Constitución, mi hermano. Es el compendio de visiones, enfoques ideológicos, principios y conceptos que regirán al país durante quién sabe cuánto enorme tiempo más.
Y este adefesio que te preguntarán hoy si quieres durante mucho tiempo más, dice que Cuba será socialista por siempre. Aunque sesenta años no hayan sido suficientes para empobrecer, malgastar, desangrar a un pueblo entero que ya perdió el orgullo por su béisbol, por su música, por sus aulas y sus médicos, y que hace demasiado ya que identifica al futuro solo después de las fronteras de agua que se alejan del malecón.
La Constitución a la que hoy te pido que digas no, legitima la violencia contra el pensamiento disidente, divergente, confrontacional. No reconoce el derecho al desacuerdo político como tampoco reconoce ninguna forma de comunicación masiva que no provenga, invariablemente, de las catacumbas del Estado.
La Constitución que pretenden imponer desde hoy endiosa al Partido Comunista como único e indestructible, y lo eleva incluso por encima de sí misma: es una Constitución que se pone de rodillas ante la tiranía de una familia que no pagaría con diez reencarnaciones tanto daño a una tierra de fruta y sonrisa bonita.
Yo estoy al otro lado del mar, como tantos. Pero tú nos dices que somos carne de tu carne, sangre de tu sangre. Tú, cubano que puedes votar, no nos desprecias como ellos te han pedido que nos desprecies. Tú puedes hablar por ti, mi hermano, pero también puedes y debes hablar por mí. Y por tu hijo que nació allí y por el mío que nació aquí, pero que sabe de un sitio místico llamado Cuba donde algún día querrá aterrizar y besar.
Píntales una cruz en el No de tu boleta como quien pinta un No universal en los muros de contención de su ciudadela avasallada. Un No a la intolerancia y la manipulación, un No que diga basta y que de una jodida vez por todas destruya aquella maldita circunstancia de agua por todas partes que obsesionó a Virgilio y que nos puso en el destierro a tantos otros.
Desde el futuro, un bebé recién nacido te mira, cubano que puedes votar hoy. Ponle que es tu hijo, o el hijo de tu hijo. Ponle que es un bebé desconocido pero que desde el futuro te observa con ojos de fe. Cuando tengas hoy tu boleta delante, besa en la frente a ese bebé al que todos de alguna manera la debemos algo, y ejerce tu derecho a votar con el corazón.
Estoy seguro de que él, y un puñado de millones como yo, tendremos algo que agradecerte cuando salgas del colegio electoral y camines por esa Cuba intoxicada pero curable como un hombre digno y libre, que a pesar del miedo y el dolor supo decir por fin que No.
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