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El Ministro de Asuntos Exteriores en funciones de España, Josep Borrell, acaba de pasar dos días en Cuba con un bajo perfil político para no incordiar al tardocastrismo, en víspera del viaje de los Reyes a La Habana, y actuando como mayoral de empresas españolas con intereses en la Isla.
Borrell, que ya ha sido designado próximo Comisario Europeo de Relaciones Exteriores, evitó cualquier referencia pública a sus conversaciones políticas y sobre Derechos Humanos con el gobernante, Miguel Díaz-Canel, y con su homólogo, Bruno Rodríguez, en una reiteración de la política de apaciguamiento con La Habana que instauró Rodríguez Zapatero, prosiguió Mariano Rajoy y practica Pedro Sánchez.
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Pese a que el viaje del canciller español se enmarca en una mecanismo bilateral de consultas sobre Derechos Humanos y Diálogo Político, no trascendieron detalles del contenido de la visita ministerial, salvo que el primer viaje de unos Reyes de España a Cuba será en noviembre, inmediatamente después de las Elecciones Generales del día 10, pero sin concretar los días.
El Palacio de la Zarzuela avisó a Moncloa que el Rey Felipe VI y la Reina Letizia no deseaban coincidir en la capital cubana con los mandatarios Nicolás Maduro y Daniel Ortega, invitados al 500 aniversario de la fundación de La Habana. Por lo que se presume que la visita regia será entre el 11 y el 15 de noviembre próximos, pero Borrell no dio pistas concretas en su rueda de prensa junto a Bruno Rodríguez.
Excepto en la época de José María Aznar, que promovió y consiguió la abolición de la llamada Política Común, Europa se ha caracterizado por una manifiesta “comprensión” -no exenta de simpatías- por el castrismo; justificada en la necesidad de mantener “un diálogo crítico” con La Habana y en desmarcarse de Estados Unidos y de su política en la región.
Tal ambivalencia ha tenido un coste político notable para la Unión Europea (UE) por el rechazo que genera en la mayoría de los empobrecidos cubanos; por haberse quedado fuera del embullo de Obama y porque ha reducido su papel al de Mayoral de las empresas del Viejo Continente con intereses en la Isla, incluidas las españolas que -como Bruselas sabe- en su mayoría resisten impagos, desplantes y vigilancia del tardocastrismo, con la esperanza de vender su cartera de negocios a futuros inversores americanos y cubanos.
Meliá es una excepción parcial en este sentido porque ha conseguido controlar el 65% de las camas hoteleras en la Isla, que ahora mismo padece una crisis turística por sus errores imponiendo precios irracionales y por el cerco Trump. La Habana tendría complicado romper con Meliá, que en Cuba solo administra hoteles pero que es un turoperador de referencia.
Josep Borrell, un socialdemócrata crítico con el castrismo, tuvo un aperitivo del ambiente que lo aguardaba en La Habana el pasado 12 de octubre, Fiesta Nacional de España, cuando a la recepción ofrecida por el embajador español en Cuba solo asistieron el Ministro de Turismo, Raúl Marrero, y el vicecanciller Rogelio Sierra; una representación oficial exigua en vísperas del primer viaje real.
Con este gesto, y aún en medio de las negociaciones para la visita de los Reyes de España; Cuba mandó un claro mensaje a Madrid de que su guerra con Trump no iba a suavizar su postura con la Unión Europea, y que más le valía a Borrell cabildear económicamente y mantener discreción sobre el diálogo político, a la vez que evitar todo contacto con la maltratada oposición cubana.
Activistas de Derechos Humanos y la oposición cubana han pedido a la Reina Letizia que, en su próximo viaje a La Habana, se interese por la situación de las mujeres opositoras bajo el castrismo, y por la carga que representa para las madres de familia el empobrecimiento estructural que padece la Isla. Sin embargo, de momento Zarzuela ni Moncloa han dicho ni mu sobre el contenido de la visita.
Por tanto, habrá que esperar a la segunda quincena de noviembre para evaluar el impacto real de la primera visita de los Reyes de España a Cuba, que los recibirá con la coreografía del 500 aniversario de La Habana, la organización norcoreana de sus magnos eventos, en la que no sorprendería una visita de la Reina Letizia a una escuela del circuito de Educación Especial o de niños sin amparo filial, para conmover corazones y billeteras.
Sería oportuno que Madrid invitara a miembros de la oposición, activistas de Derechos Humanos y pequeños empresarios privados a la Recepción Real, aunque nada hace presagiar tal gesto de valentía política en un ambiente tan enrarecido como el de España, que de producirse un vuelco electoral el próximo 10 de noviembre, haría más delicada la visita real a Cuba, que padece la dictadura más longeva de Iberoamérica, aunque Felipe VI y Letizia parecen tolarar mejor a la casta verde oliva que a los sátrapas venezolano y nicaragüense.
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