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En materia de transporte en Cuba, pocas experiencias pueden equipararse al hecho de viajar a bordo de un “tren lechero”, como popularmente se les llama a esas formaciones con más 50 años de uso, y que a veces tardan hasta días para llegar a su destino. Quienes mejor lo saben son aquellos que se han visto obligados a servirse del transporte ferroviario para moverse del oriente del país a La Habana, o viceversa.
Sin embargo, en aquellos casos en que los kilómetros a recorrer son menos y por consiguiente las horas también, el trance necesariamente no resulta menos traumático. Así lo deja saber el semanario espirituano Escambray por medio de un artículo del periodista José Luis Camellón, quien expone con finísimo sarcasmo sus vivencias a bordo del tren Sancti Spíritus-Habana, que calificó como "muy mal" tras 10 horas de viaje.
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“Lejos estaba de saber qué sorpresas depara el tren espirituano a los viajeros actualmente; incluso pensé que las más de dos horas que demoró la salida sería lo peor del recorrido. Equivocación total (…) pues, apenas consumado el desorganizado abordaje de los vagones —bastante destartalados, por cierto—, capté señales de malos augurios. Necesité pocos minutos para entender por qué varios pasajeros al alcance de mi vista usaban el pasillo como una especie de vestidor público, quitándose camisas, pantalones y zapatos, para quedarse en camisetas, shorts y chancletas. El calor en el coche 5, donde viajaba, era infernal”, relata el autor.
Además de los “corcoveos” y las sacudidas esperables en unos vagones con varias décadas de explotación y que hacían pensar en un posible descarrilamiento en cualquiera de los baches por venir, el periodista explica que, en ciertos tramos, “los gajos de la maleza están tan próximos a la línea que se meten dentro del tren y, lo peor: las picadas de santanicas no demoraron en crear alarma y comezón en los viajeros”.
Aun cuando en el artículo se reconoce que deben ser situaciones normales para aquellos viajeros que se sirven de manera habitual del referido tren, no deja de calificar como “maltrato” la larga sucesión de acontecimientos indeseables:
“Hubo que vivir el maltrato de viajar a oscuras por la falta de un tubo de luz fría, lidiar con cucarachas que lo mismo caminaban por el piso, los asientos, que trepaban por el pantalón. ¿Qué impidió revisar el alumbrado de esos vagones, fumigar, limpiar, revisar los pedazos falsos que hay en los pisos, que son una verdadera amenaza a la seguridad del viajero? (…) conocí de dos pasajeros que se torcieron el tobillo por esa causa”, asegura Camellón en su crónica de viaje.
Según las reflexiones del periodista, algo anda muy mal en el servicio de trenes cuando no es hasta al llegar a Santa Clara que los trabajadores ferroviarios se percatan de que “le llevaron el tubo de luz fría” al vagón en que viaja; o cuando la misma ferromoza pide a gritos: “¡Tírenle cuatro o cinco cubos de agua a ese baño, por favor, con esa peste no se puede seguir para La Habana!”.
“Nadie avisa que en Santa Clara la parada será prolongada; sin embargo, apenas bajaron los viajeros a diligencias personales, el tren salió veloz, perdiéndose en la oscuridad de la noche y dejando en puro susto y desconsuelo a muchos pasajeros; entonces vives unos interminables minutos de desespero al verte con un pomo de agua en la mano, mientras el equipaje y parte de la familia se va en el tren; hasta que divisas en el andén a la serena ferromoza: “Tranquilos, regresa por el lado de allá a enganchar esos coches que están parados ahí”, detalla el artículo de Escambray.
Si ya todo esto parecía demasiado, mucho más lamentable sea quizás la nula comunicación de la ferromoza con los conductores. Ante situaciones tan previsibles, como la necesidad de hacer una parada en las proximidades del andén para que los pasajeros “no tengan que tirarse por el barranco de la línea”, la azafata debe poner su voz por encima de la letanía metálica del tren para hacerse escuchar por los tripulantes.
“Más de una vez, la ferromoza del coche 5 apeló en varios poblados a su potente garganta y en Perico, Matanzas, hasta las gallinas tienen que haberse despertado con aquellos gritos a las dos de la madrugada: “¡Novosti, dame andén, que son dos viejitos!”, narra el periodista, quien para llegar a la ciudad de Matanzas se tardó lo mismo que si hubiera volado a España.
“Tras 10 horas de incertidumbre e inseguridad, por fin el tren llegó, pasadas las cuatro de la madrugada, a la Terminal ferroviaria de Matanzas; nunca supe por qué allí nadie le pidió al maquinista que moviera los vagones para que el coche, donde viajaba la mayoría de los pasajeros hasta ese destino alcanzara andén; sospeché que a la ferromoza ya no le quedaba voz”, asegura con evidente sarcasmo.
El tren espirituano comenzó sus servicios en la década del 90 del siglo pasado, y de él se sirven los pasajeros no solo de la Villa del Yayabo sino de la región centro-occidental del país. Tal y como reconoce el artículo de Escambray, durante “la coyuntura energética de septiembre”, el servicio se vio suspendido hasta el pasado 8 de octubre, fecha en que retomó sus salidas en días alternos entre La Habana y Sancti Spíritus.
En julio pasado el propio semanario Escambray denunció lo que podía considerarse tanto una injusticia como un síntoma de menosprecio regional: que el publicitado tren Habana-Santiago “se volara” a Sancti Spíritus, sin hacer una sola parada en su trayecto. Tanta fue la presión popular que las autoridades de la Unión de Ferrocarriles de Cuba, al final, programaron una parada en territorio espirituano.
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