El Primer Ministro de Cuba, Manuel Marrero Cruz ha comenzado a gobernar, distanciándose de las prácticas de los burócratas del Partido Comunista, estableciendo la producción de alimentos como un asunto de seguridad nacional, como ya advirtiera su padrino Raúl Castro Ruz en un tenso pleno del entonces Comité Central (1988), donde se enfrentó con el comandante en jefe, avisando que no sacaría los tanques a la calle y que los frijoles primero que cañones.
Otra prioridad de Marrero es la recuperación del maltrecho turismo extranjero por errores que son de su responsabilidad como ministro del sector, como contaron turoperadores españoles a CiberCuba.
Manuel Marrero Cruz es un hombre de Raúl Castro, de Luis Alberto Rodríguez López-Calleja y de España, vía el grupo Meliá, que lo formó y ha apostado por él desde que lo descubrieron en Holguín.
Para la puesta de largo de su estrategia política, el premier cubano se fue hasta el oriental municipio Segundo Frente, la cuna política y militar del general de ejército y máximo dirigente del Partido Comunista, al que evocó profusamente en su discurso, que incluyó la puesta en escena de la entrega de un reconocimiento a Raúl Castro por su apoyo a la agricultura urbana, suburbana y familiar.
El periódico Granma no deja resquicio a la duda en su nota sobre la ceremonia en Segundo Frente, titulándola: "Autoabastecimiento alimentario: un asunto de seguridad nacional". Más claro, agua, pues en otro contexto habría titulado con el aburrido, Entregan reconocimiento a Raúl por...
Cuando se lee el discurso de Marrero Cruz, excepto el argumento reiterado del recrudecimiento de la hostilidad de Donald Trump, que ha calado en muchos cubanos, incluidos anticastristas; aparecen cifras de cumplimientos e incumplimientos, apelación a la urgencia de extender y generalizar la producción de alimentos en el ámbito local para disminuir los 1.650 millones de dólares anuales que el gobierno asegura gastar en importación de alimentos.
El primer ministro recuerda que producir alimentos en las cercanías de pueblos y ciudades tiene la ventaja de que se ahorra combustible, otra penalidad por el desplome de Venezuela, evitando desplazamientos excesivos de los cubanos para comprar alimentos o el uso de medios de transportes para llevar la comida a las inmediaciones de las cocinas.
Pero no hubo mención a nuevas reformas en el régimen de propiedad y/o usufructo de la tierra, liberalización en el comercio de los productos agropecuarios y, sobre todo, una apuesta decisiva por una agricultura que combine el uso de la ciencia y tecnología para incrementar los rendimientos por hectáreas y animal con la libertad y el apoyo estatal a los productores privados, que siguen criminalizados y hostigados por policías y burócratas.
En 2009, Raúl Castro aseguró que el socialismo es igualdad, pero no igualitarismo y abrió la puerta teórica al reconocimiento de diferencias de clases en la empobrecida sociedad cubana; pero luego sus miedos y la poderosa burocracia estatal sabotearon cualquier intento racional e imprescindible de reforma económica estructural y definitiva.
Mientras esto no ocurra, ya podrá el premier seguir hablando de comida y seguridad nacional; que Meliá seguirá comprando tomates en República Dominicana y los campesinos cubanos producirán lo justo para vivir un poco mejor, pero no para librar al estado que los oprime abusivamente de tener que desembolsar miles de millones de dólares para importar alimentos.
Los militares cubanos han realizado esfuerzos notables en la producción alimentaria, empezando por su voluntad inicial de autoabastecerse, pero Marrero debe asumir que el tiempo de los chinchales y pequeñas plantaciones es un tiempo agotado, salvo para producciones muy específicas de algunos frutales y determinadas hortalizas, que no sirven para alimentar a once millones de bocas.
La estrategia del premier acierta al reconocer la escasez alimentaria crónica como un tema de seguridad nacional, pero no debe quedarse en el diagnóstico, sino acometer la transformación definitiva de la producción agropecuaria cubana, arruinada por sesenta años de comunismo parásito y el voluntarismo erróneo y totalitario de Fidel Castro Ruz, al que nunca gustaron los gallos, solo algunas gallinas.
En los partes diarios de la Contrainteligencia, Don Manuel debe leer el estado de tensión que genera en la sufrida población las estanterías vacías y el incremento de los precios provocado por la coyuntura que Díaz-Canel anunció en octubre pasado y que sigue sin remitir.
El hambre provoca rabia, desencanto e ira y un agente represivo, que cometa un exceso de celo puede inflamar un barrio y generar una Primavera cubana que se llevaría por delante al tardocastrismo, que se ha quedado huérfano del chavismo y se debate entre el precipicio y la reforma imprescindible e inaplazable.
Reformar a tiempo es más saludable que ir ganando tiempo con discursos llenos de baba sin quimbombó. La represión puede encarcelar hambrientos, pero no acaba con el hambre, sobre todo, cuando el empirismo político ha caducado y la mayoría silenciosa de los cubanos desprecia al poder que les ha destrozado vidas y haciendas.
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