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Martin Luther King (MLK), como otros líderes negros, tuvo que enfrentar el fantasma del racismo. Más allá de lo edulcorado, tanto John F Kennedy como Lyndon Johnson eran mucho más racistas de lo que jamas podrá serlo Donald Trump.
No obstante, Luther King no cejó en su intento; negoció, a veces amenazando y otras cediendo; pero permaneció dedicado al objetivo hasta su último aliento. Nunca pensó que tenía que sentir agrado por ninguno de los dos presidente demócrata antes mencionados, tenía una misión que era el mejoramiento de su comunidad.
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King tenía una única prioridad: Garantizar que los afroamericanos alcanzaran un mejor nivel de vida y disfrutaran de los mismos derechos que la mayoría de sus compatriotas siempre tuvieron.
En cámara rápida hacia adelante, encontramos un individuo sumamente controversial en La Casa Blanca; alguien que ha dicho cosas que no me atrevo a repetir y con un vocabulario que, en reiteradas ocasiones, ha dejado mucho que desear y ante el cual he manifestado mi desacuerdo.
Pero como mismo ocurría con MLK a mí no tiene que gustarme el presidente; de hecho, no me gustaba para nada Obama, pero si alguna vez me hubiese llamado, habría acudido raudo a estrecharle la mano y negociar; aún en la certeza de que jamás habría escuchado mis cuitas, yo habría hecho todo lo posible por llegar a un acuerdo.
Más aún, en su discurso inaugural, en varias alocuciones, incluyendo dos sobre los Estados de la Unión, y en ocasión de la firma de la anhelada acta First Step, Donald Trump ha llamado repetidamente a los líderes negros (cualquiera que estos pueda ser hoy en día) a sentarse a dialogar.
Se podría argumentar que sus invitaciones han sido dictadas por la demagogia, bueno, también lo fueron en los casos de Kennedy y Johnson; y si recordamos el estaría sirviéndonos café también lo fue en el caso de Clinton. Este artículo no persigue en ningún modo avalar el “daltonismo” racial de Trump. Solo trata de describir el fracaso de la llamada dirigencia negra para concentrarse en su trabajo en lugar de servir como celosos peones de la racista y elitista dirigencia blanca del Partido Demócrata.
Muy alto ladraron; salivaron espuma copiosamente mientras descuidaban su verdadera misión para convertirse en mastines del hombre blanco. Desperdiciaron tres años en un impeachment que no llegó a nada, abdicando en modo bochornoso a su deber sagrado.
La muerte de George Floyd se le ha achacado a muchos, incluyendo a la ex aspirante demócrata a la nominación por su partido Amy Klobuchar, quien pudo haber procesado al policía culpable, en una agresión anterior, y optó por no hacerlo; pero no está sola.
La pusilánime disque dirigencia negra es también culpable.
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