Seis décadas después de la Reforma Agraria, y tras la entusiasta fundación por Fidel Castro de innumerables institutos especializados en agronomía, ganadería, pastos y forrajes, avicultura, veterinaria, gramíneas; la agricultura revolucionaria, basada en las ideas colectivistas centralistas, sigue siendo un desastre mayúsculo que sufren casi todos los cubanos.
La catástrofe debería ser suficiente para rectificar la política agropecuaria del gobierno, pero no; nada indica que esto vaya a pasar, por el contrario, el Primer Secretario del PCC en La Habana, Luis A. Torres Iribar, dice -con afán de máquina de moler- que “no podemos quedarnos con los brazos cruzados, tenemos que pedirles a nuestros campesinos un extra”; como siempre, no es que el sistema no funcione ¡Qué va! el problema es la gente, los cubanos son los malos, los desagradecidos, los que no están a la altura de sus alimentados dirigentes.
Esta misma isla, antes de 1959, sin Reforma Agraria y sin un comandante fundando centros científicos a diestra y siniestra, producía y exportaba alimentos y, además, era uno de los líderes en la producción ganadera y de café y -en pocos meses hacía la mayor producción mundial per cápita de azúcar- aunque la distribución de rentas era injusta y condicionaban el poder adquisitivo de las familias.
Ahora, Cuba importa azúcar de Francia, el café es un producto de lujo que se mezcla con chícharos o se compra en Miami y la carne de res puede mandar a prisión a muchos ciudadanos.
Comparemos la agricultura cubana con algunas de las agriculturas más eficientes hoy, cosa que se puede hacer teniendo en cuenta que Cuba era puntera en esta industria antes de 1959, para darnos cuenta de la magnitud de la hecatombe.
Pese a toda la atención y esfuerzo que ha dedicado el gobierno a la agricultura -ya sabemos lo mucho que al comandante le gustaban las vacas enanas y los plátanos con microjet, y como a García Fría le gusta la comida exótica- el resultado comparativo es el siguiente:
Cuba, tiene el doble de tierra cultivable por habitante que Estados Unidos, y casi el triple de las de Francia o España, además, emplea más mano de obra que los países europeos mencionados, aun así: Francia alimenta sus 64 millones de habitantes y puede exportar comida por un valor de 12 mil millones de USD; España alimenta a 47 millones de personas y exporta más de 14 mil millones de dólares norteamericanos; pero Cuba, ¡dolorosa Cuba! no logra alimentar, ni malamente, a sus 11 millones de cubanos y tiene que importar dos mil millones de dólares anuales en comida.
Una gran paradoja es que la mayoría de esas importaciones son de Estados Unidos, quien antes de la noche castrista era su mayor comprador.
Estas abismales diferencias se explican por la baja productividad de la agricultura cubana, en términos de valor, un agricultor francés produce por 25 agricultores cubanos, un americano o un español producen por 15 campesinos de Cuba. Una hectárea cultivada en Francia produce 13 veces más que en la isla, en España 9 veces más, y en los Estados Unidos, aun con producciones muy extensivas, triplica la productividad por hectárea cubana.
El desastre no termina aquí, el subdesarrollo agrícola drena las capacidades del resto de la economía nacional, especialmente la fuerza de trabajo, pues de cada 100 obreros españoles, solo 4 son agrícolas, americanos son 2 y francés menos de 1, mientras en Cuba, de cada 100 empleados, ¡20 son obreros agrícolas!
A menos que pensemos que los campesinos cubanos son los más vagos e ineptos del planeta, como parece insinuar Torres Iribar, tendremos que concluir que ha sido el sistema implantado por Fidel Castro el que arrasó lo que una vez fue parte de la identidad de Cuba, donde Díaz-Canel repite aquello de "Aquí no se rinde nadie"; que debía sustituir con el más realista: ¡Aquí no rinde nada! porque tenemos miedo transformar la estructura de propiedad de la tierra y privatizar los canales de distribución de alimentos.
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