Raúl Castro Ruz pretende morirse en la impunidad del crimen. En la madrugada del 12 de enero de 1959, los cuerpos de 71 fusilados se revolvieron con la tierra de la Loma de San Juan, Santiago de Cuba, el mismo lugar donde en 1898 sus compatriotas, junto a soldados estadounidenses, habían derramado su sangre en la batalla que selló el nacimiento de la república que ahora yacía moribunda.
En 2016, el colega y amigo Pedro Corzo, presidente del Instituto de la memoria histórica del pueblo cubano contra el totalitarismo, entrevistó al padre Jorge Bez Chabebe, uno de los tres párrocos que oficiaron la extremaunción esa madrugada, siendo testigo excepcional de la masacre:
“Había una zanja como de aquí a la esquina, la profundidad similar a la altura esta habitación y de ancho cabría un hombre y medio. Un capitán rebelde, creo que Vecino Alegret me trajo al lugar, directo desde la audiencia de Santiago de Cuba. Las únicas luces eran los faros de muchos jeeps similares al montado por nosotros. De un camión blanco bajaban a los condenados, amarrados por parejas.”
El cura venía de presenciar la vista de un juicio donde habían condenado a muerte a cuatro ex militares del régimen derrocado por los rebeldes. Los sentenciados fueron “defendidos” por un oficial del mismo ejército que los acusaba, y los llevaron, del tribunal a la matanza.
Bez Chabebe estaba abrumado, no esperaba que, tratándose de la pena máxima, la condena se ejecutara minutos después de dictada, cual si fueran traidores en una ciudad bajo asedio enemigo. El colmo era la nefasta sorpresa de aquellos 67 hombres, cuya procedencia desconocía, de repente agregados a la macabra acción de la cual sería parte obligada.
Un buldócer aguardaba por los cadáveres junto a la fosa común. Practicando el sumun de la educación católica, se atrevió a increpar a su incómodo acompañante: “Sr. Capitán, ¿usted no puede detener esto? Va contra todas las leyes, contra la constitución de la república por la cual hemos enfrentado a Batista.”
“Padre, haga usted su deber -respondió el militar- si yo no fusilo, me fusilarán a mí.”
En medio de la penumbra, los disparos y las encomiendas al señor, mientras el sacerdote improvisaba un bautizo, recogiendo con una lata de leche condensada agua de un depósito para animales, uno de los capitanes, tal vez el mismo Vecino Alegret, quien llegara hasta Ministro de Educación Superior, se fijó en la desgarbada silueta de un muchacho esperando la muerte:
¿Y tú qué edad tienes? -: “Quince años señor”. “Ven conmigo, eres un niño, es demasiado, yo no fusilo niños.” Y lo apartó del hueco. Acababa de nacer 'el fiñe', milagro de salvación de entre los que llevaron atados a la histórica loma santiaguera.
Otros tres prisioneros del total reconcentrado en la galera No. 8 de la cárcel de Boniato, en la capital oriental, previamente separados según una lista negra, vivieron para testificar lo sucedido. A sus 87 años, Luis González Lalondry, hermano de uno de ellos, accedió a contarnos cómo escaparon de la fosa común:
“Eran los tres últimos en la galera ocho, que allí los habían encerrado, sin saber a ciencia cierta su destino. Los iban amarrando de a dos, pero se acabaron las sogas y quedaron ellos tres. Cuando volvieron a buscarlos, ya en la madrugada, todo oscuro, no apareció la llave. Vaya usted a saber si algún guardián compasivo intervino con su olvido, y como mi hermano hizo señas de silencio, los soldados se fueron.”
El trío sobreviviente, junto a “El Fiñe”, al burlar aquella muerte decretada por la vesania vengativa de un hombre, evidencian la intencionalidad del terror que estaba diseminando el nuevo poder a través de toda la sociedad.
El periódico Revolución, vocero oficial del Movimiento 26 de Julio, fundado por Fidel Castro, publicaba sin pudor alguno los resultados de la ofensiva terrorista, liderada por el comandante Raúl Castro, designado jefe Militar de la extensa provincia de Oriente.
El 13 de enero, después de tapiar la zanja con los 71 cuerpos baleados el día anterior, Revolución, ofreció una larga versión de los hechos:
“Cuatro fusilamientos en Santiago de Cuba.”
“En juicio celebrado en la Audiencia de la heroica ciudad de Santiago de Cuba, situada junto al célebre cuartel Moncada, se condenó a muerte a cuatro miembros de los cuerpos represivos de la tiranía a los cuales se probó sus crímenes y torturas. Fueron fusilados en horas de la madrugada del lunes."
Las diez páginas del relato no contienen una sola palabra sobre los otros 67 fusilados aquella madrugada de la nueva impunidad, que habría de extenderse, en nombre de una revolución, hasta el día de hoy.
Era el aperitivo de un plato difícil de digerir. Al siguiente día, 14 de enero, el diario daba a conocer el crimen mayor, publicando la lista de los fusilados:
“Ejecutados en Santiago de Cuba 68 militares y masferreristas.”
La cifra olvidó restar al adolescente salvado en su último instante previo a los disparos. Un párrafo merece especial atención:
“Para evitar los enardecimientos populares y las posibles manifestaciones vengativas de la ciudadanía, se dispuso el mayor cuidado en la celebración de los procesos, teniendo necesidad de continuar los tribunales en la prisión de Boniato porque esta ofrecía mayor garantía para los propios enjuiciados y para evitar el desbordamiento popular…”
El manto de la 'compasión revolucionaria' intentaba cubrir la naturaleza arbitraria del método castrista para hacer justicia. La Dra. María Werlau, directora de Archivo Cuba, organización que ha documentado metódicamente todas las victimas de Batista y los hermanos Castro, accedió a brindarnos documentación ilustrativa de aquel simulacro de proceso judicial:
“El tribunal sesionó solo 4 horas, el 11 de enero, conformado por altos oficiales del ejército rebelde, a las órdenes directas de Raúl Castro. Lo presidía el Comandante Belarmino Castilla-otro futuro Ministro de Educación- los capitanes Oriente Fernández y Alfredo Ayala y como fiscal el también capitán Jorge Serguera.”
Fueron 4 horas para 68 reos, al ritmo de 4 minutos para cada sentencia. La respuesta a semejante iniquidad proviene del propio Raúl Castro, quien se apareció de súbito en aquel abominable juicio. Su rostro lampiño intentaba una severidad ajena al moño femenil que sujetaba su larga cabellera, adelantándose a la moda hippie que muy pronto perseguiría con igual saña a la demostrada cuando ordenó a sus subordinados:
“Si uno es culpable, todos son también culpables.”
El chico salvado en el último minuto junto a la zanja, le decían el morito antes de renacer como El Fiñe, había cometido el delito de ser el mandadero en la oficina del connotado batistiano Rolando Masferrer. Por su parte, la culpa 'mortal' de Rodobaldo González Lalondry, fue desobedecer al Movimiento 26 de julio, conduciendo un ómnibus del servicio público, del cual era chofer, durante la huelga del 9 de abril de 1958.
La masacre del dia 12, no significó el fin del enero sangriento que acompañó al establecimiento de la “dictadura del proletariado” en Cuba. Los fusilamientos continuaron sin importar una denuncia internacional hecha por la agencia UPI, de la cual copiamos el párrafo inicial:
“Santiago de Cuba, enero 15. (UPI)--- Raúl Castro, comandante militar de la provincia de Oriente, en la cual han sido ejecutados hasta ahora 106 «criminales de guerra», protestó hoy airado por la acusación de que la justicia revolucionaria ha iniciado un 'baño de sangre' y al mismo tiempo, prometió «nuevas ejecuciones» …”
La determinación de continuar aplicando el terror verde oliva contrasta con la actitud huidiza del hermanito consentido de Fidel Castro, según recuerda el sacerdote Bez Chabebe:
“Un Reverendo me contactó esa madrugada porque venía con la encomienda de solicitar clemencia para el ex Jefe de la policía de Santiago, capitán Sebastián Haza.”
El pastor tocó infructuosamente cuántas puertas le fueron sugeridas en la ciudad. No encontró una pista para presentar su petición humanitaria al ejecutor principal del genocidio en marcha.
Haza fue el último de los fusilados, a las diez menos diez de la mañana de los 71 asesinatos.
Al cumplirse 62 años de aquellos trágicos sucesos, Raúl Castro Ruz se ha convertido en un vejete casi momificado, pero aun así preside los destinos de nuestra nación. Lamentablemente, todavía goza de lo que un sacerdote cubano de estos tiempos acaba de denunciar en su página de Facebook como esa impunidad que es “la posibilidad de jugar a ser Dios.”
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