Tiene 28 años, pero su madurez intelectual asemeja a la de un hombre de, al menos, 50 años. Habla con desenfado cuando cuestiona al gobierno de Cuba, como si disentir no fuera considerado un delito por las autoridades de la isla, como si aspirar a que se respeten sus derechos no fuera una quimera en un Estado totalitario aferrado a la guerra fría, a la guerra contra el imperialismo, a la guerra de todo el pueblo, a la guerra en sí. Se llama Leandro Campos y la providencia quiso que naciera en Cuba, un país gobernado por militares que necesitan soldados más de lo que necesitan odontólogos. Acaso este es el primer fatalismo geográfico en la historia de Leandro; el segundo es Venezuela.
Graduado de Doctor en Odontología en 2016, pero con alma de empresario, Leandro salió para Venezuela como parte de la brigada médica cubana el 26 de diciembre de 2017. Su meta era ahorrar algún dinero que le permitiera comprar una casita y montar un negocio de repostería al término de su contrato:
“Nunca pensé desertar. Yo soy un joven cubano que, a pesar que no comulgo con el gobierno de Cuba, me hubiera gustado emprender en mi país,” dice el doctor Campos, quien se enfrenta a ocho años de prohibición de entrada a Cuba por abandonar su contrato laboral.
Inicialmente, la ecuación era simple: por trabajar en Venezuela bajo el control del gobierno cubano le pagaban 450 CUC mensuales, cifra equivalente a su salario anual como Odontólogo en su natal Moa, municipio ubicado en el extremo Este de la provincia de Holguín. De estos 450 CUC, 200 iban a una cuenta congelada a la que solo tendría acceso una vez terminado su contrato y de regreso en la isla. El resto, es decir, 250 CUC eran destinados para uso de su familia en Cuba y para una cuenta de ahorro. Su estipendio en Venezuela oscilaba entre el equivalente de tres a seis dólares, asegura.
Investigaciones de María Werlau en su libro Cuba’s intervention in Venezuela, basadas en estadísticas de analistas y testimonios de médicos cubanos, dan cuenta de un negocio millonario entre los gobiernos de Cuba y Venezuela en materia de exportación de servicios profesionales cubanos, que tuvo su cenit del 2003 al 2010, la época de oro de la Misión Barrio Adentro. Durante estos años, la también directora ejecutiva de la ONG Archivo Cuba estima que Venezuela pagaba a Cuba entre 60 mil y 200 mil dólares por médico anualmente, más de lo que devengaban los propios médicos venezolanos. También Werlau cita datos financieros del estado de cuentas de la petrolera PDVSA donde la compañía venezolana reporta un gasto de 29,552 millones de dólares en Barrio Adentro hasta el año 2015, del cual, asegura, la inmensa mayoría fue a parar a las arcas cubanas.[1]
Aunque se desconoce a cuánto asciende en la actualidad el pago entre gobiernos, la depauperación económica y social en Venezuela indica que las cifras antes mencionadas, durante la luna de miel de la Misión Barrio Adentro, sólo han podido disminuir. Lo que sí se sabe es que Venezuela sigue destinando el 10% de su producción petrolera a Cuba y que el Estado cubano se apropia de hasta un 80% del salario de los profesionales y técnicos cubanos en misión oficial en el extranjero.
A los pocos meses de estar en el país sudamericano y de “sacar cuentas todos los días,” según confesó, Leandro no tardó en percatarse de que necesitaría más tiempo para alcanzar la cifra necesaria para cubrir sus necesidades personales y profesionales. Más tiempo en Venezuela, implicaba también menos tiempo con su familia, a la que le está vedado acompañarlo. Y así pasaron dos años y medio. Un día, sin jamás haber tenido problemas por su desempeño laboral, fue informado, de súbito, que sería trasladado a la sede de la misión en el estado Lara, “fui impedido de libertad de salir del complejo”, recuerda. Luego, le comunican que ha violado la resolución No. 168 "Reglamento disciplinario..." del colaborador, y el código de ética del colaborador, y que la sanción aplicable en su caso era la revocación de la misión. Es decir, enviarlo de vuelta Cuba antes del término de su contrato.
“Esto conlleva que me regresan a Cuba sin derecho al dinero acumulado durante ese tiempo, o sea, me expropian el trabajo, me regulan migratoriamente impidiéndome salir de Cuba en 5 años y con un registro de la Contrainteligencia Militar que me acredita como opositor al régimen,” explica Leandro. Para el doctor, la medida tomada en su contra lo ubica como una “persona [que] no tiene condiciones para ser un ciudadano cubano,” lo condena a la vigilancia perpetua y al ostracismo en su propio país “sin mencionar los daños colaterales” a su reputación como persona y como profesional.
¿Y qué fue lo que, a juicio de los jefes estaduales de la brigada médica cubana en Venezuela, ameritaba la expulsión deshonrosa de del doctor Leandro?
“El motivo de mi situación fue porque compartí y comenté en redes sociales temas que van en contra de Cuba cuando lo que publiqué fueron temas referentes a la necesidad a la que son sometidos los cubanos, pero claro, a ellos les conviene decir que es contra el pueblo de Cuba,” refiere el doctor.
Una rápida ojeada a las publicaciones de hace unos meses del doctor Campos bastan para saber que frases de Martin Luther King, cuestionamientos sociales de la realidad de Cuba y hasta frases de José Martí pueden servir de excusa a los dirigentes cubanos para preservar sus puestos y librarse de una voz incomoda en sus brigadas.
“Una nación se sentencia así misma cuando sus gobernantes legalizan lo malo y prohíben lo bueno,” publicó Leandro el día 5 de julio citando a un líder mundial por los derechos civiles. Pero igual de peligroso parece ser compartir una publicación de un tercero donde narra las historias de colas, ancianos vulnerables y llama a la sensibilidad de las autoridades de la isla. Tal vez lo que disparó las alarmas de ‘las alturas’ fue el cuestionamiento del propio Leandro el 11 de junio sobre la falta de sal de cocina en un país que carga con ‘la maldita circunstancia del agua por todas partes’, como diría el dramaturgo Virgilio Piñera. Quizás lo más subversivo de todo fueron los versos compartidos del Abdala de Martí el 11 de marzo en su red social.
Estos son los temas que el poder considera que van “contra el pueblo de Cuba.” No es difícil concebir tanto absurdo de parte de los directivos cubanos; basta con mirar el desastre en que han convertido a ‘la siempre fiel’ isla de Cuba. Fidelidad que se desdobla en máscara deslavada más que en signo distintivo de la nación.
“Ante esta situación decidí no regresar a Cuba y me escapé de la sede de la Misión el día 2 de septiembre del 2020,” cuenta Leandro, y agrega que durante los últimos cuatro meses tuvo que manejar con extrema cautela sus movimientos y su localización “esperando la oportunidad de salir de Venezuela puesto que allá estamos al alcance de la Contrainteligencia Cubana.”
Es inconcebible que el Estado cubano invierta los ya escasos recursos del país en monitorear las publicaciones en redes sociales de los cubanos que no ofrecen peligro para la seguridad nacional y, más inaudito aun, que destruya el futuro de sus más valiosos profesionales, sus familias, y de la nación misma, por motivos políticos. Es también lamentable que algunos directivos cubanos se vean en la obligación de prescindir de trabajadores que aportan al país, por indicaciones de funcionarios y agentes que no producen nada más que represión y censura. La resolución 168 viola los derechos humanos de los profesionales cubanos, limita sus movimientos, su libertad de elegir sus propias amistades, de ejercer la libre expresión y de ser quienes realmente son. El castigo de los ocho años de prohibición de entrada a Cuba a quien rescinda un contrato laboral es lesivo a los intereses de todos los cubanos, pues destierra a cubanos de su propia tierra y les impide disfrutar de su familia.
Por suerte, Leandro ha encontrado un nuevo camino. Actualmente vive en Colombia y trabaja como odontólogo en una clínica de ese país, anhela ver a “Cuba Libre de la dictadura” y quiso compartir su historia porque, según afirma, ya no quiere callar.
[1] "IV. Ingenious social engineering," en Cuba’s intervention in Venezuela, Neo Club Ediciones, 2019, p. 81.
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